Una de las banderas de Cambiemos, cuando proponía una revolución modernizante de la alegría, era superar las frustraciones y fracasos de los últimos 70 años de la Argentina. Calculadora en mano, 2015 menos 70 da 1945. No había ninguna inocencia en el enunciado hecho a fines de 2015, comienzos de 2016.

Con el correr del gobierno de Cambiemos, el presidente Macri, sus voceros más conspicuos, Durán Barba, Marcos Peña y repetidoras fueron insistiendo en los 70 años, donde involuntariamente o no, insidiosamente o no, repicaban “los años 70”. Luego, la mancha venenosa se fue haciendo más difusa. A veces hablaban de 75, o de 80 años. Indagar en las correlaciones de esa nueva línea de tiempo nos supera, sobre todo porque a la luz de los últimos acontecimientos de este invierno que toca a su fin, las lecturas que emanan de los voceros del gobierno y su armado electoral sólo aportan confusión, y revelan una profunda tergiversación de la historia política.

Ahora, en medio de la reiniciada campaña electoral, y como se instaló con contundencia el eje de la pobreza y el hambre, largaron a los medios a voceros “reflexivos”, tipos que como Esteban Bullrich o algunos periodistas aún amigables, te comentan la realidad desde los foros conversacionales con cara de qué nos pasó a los argentinos, diseminando sus pedagógicas metáforas. ¿La nueva línea de tiempo? El 83 en adelante. Veamos.

Aquellas intenciones de los 70 años eran evidentes: convertir la experiencia del peronismo en un ciclo continuo de fiestas, orgías, bacanales y pijamas party dedicados al despilfarro de recursos, al gasto público y a la parranda, incluyendo los años en los que no gobernaba. De vez en cuando, como aburrido de sí mismo, el peronismo tensaba la cuerda al punto de provocar su derrocamiento y proscripción para que su público cautivo quedara aún más cautivo, porque entonces no sólo capturaban sus cuerpos --que extrañaban la droga peroncha-- sino también sus negras almas (llamadas cabecitas negras), sus símbolos. Es obvio, en esta lectura de la historia, que Perón “provocó” la Revolución Libertadora para que lo extrañen más, lo reclamen más; después, en 1974, Perón se murió, y entonces fue la juventud, las fuerzas de la izquierda peronista y no tan peronista, las que provocaron al orden establecido hasta “obligarlo” a producir el golpe del 76, y así sucesivamente. ¿Cuántos no sostuvieron que el triunfo de Mauricio Macri también fue obra de la pérfida Cristina para que, en fin, en la comparación, el populacho la extrañara y así volver, no mejores sino inevitables?

Utilizo algunos términos crudos y despectivos porque creo que este think tank cheto que aún baja línea lo hace bajo los efectos de ese léxico atroz y de esas lecturas políticas burdas donde, en realidad, no hay antagonismos sino un solo actor omnipresente que cíclicamente obligaba a quienes están al margen del barro de la Historia a tener que entrar en escena, calzarse el traje benefactor para frenar la barbarie. Y como no lo logran, como solo empeoran las cosas, se retiran poco menos que ofendidos. Y nunca se hacen cargo de nada. Es una lectura obsesionante y necia, que, sin embargo, hicieron intelectuales tan destacables como Borges. Es la visión de la Historia como una lucha de clases descarnada, carnavalesca y asimétrica entre Gente Bien y gente Mal. En algún momento, los Bien (o decentes) descubren que cualitativamente son lo más pero cuantitativamente son menos. Y entonces se frustran. Como Macri el 12 A.

Ahora entró en escena la pobreza y su sujeto irredento, los pobres. Los pobres tienen hambre. Los ricos apetito. Los ricos también lloran. Eso quiere decir que los pobres lloran siempre. Porque son llorones y no se bancan cruzar el río o trepar montañas, esas épicas más dignas de un rally. Ahora, el Estado cheto toma medidas para llevarles “alivio” a esos que no alcanzaron a cruzar el río y llegar a salvo a la otra orilla. Alivio de luto.

Pero como ahora la lectura de los 70 años está de capa caída por las urgencias de los tiempos que corren, los voceros “reflexivos” del think tank buscan llevar a los medios una nueva línea de tiempo: la del 83 hasta nuestros días. Basta de desvaríos moralistas y republicanos.

Ahora somos un fracaso colectivo que logró la libertad pero con pobreza. En pelotas pero libres. Se la llama, en una nueva metáfora, “la deuda de la democracia”. Ahora caen en la volteada Alfonsín y Menem y la Alianza, con tal de poder colar por ahí que Néstor dejó más pobreza de la que hay ahora y que Cristina dejó la misma, algo sorprendente por cierto frente a las imágenes --más que las cifras-- de la pobreza actual. Y también tiran cifras que siempre rondan el famoso treinta por ciento (con un margen de error de más diez) como para diluir mi pobreza en la tuya, mis deudas en las tuyas, mi fracaso en los de todos. ¡Como si fueran radicales bienintencionados de la primavera democrática!)

Por estos días se aconsejan gestos de austeridad y flagelos públicos en los templos de Dios. Y como dijo el arzobispo de Salta que tan corajudamente desafió al poder en la festividad de la Virgen del Milagro: frente a los pobres sólo nos queda arrodillarnos, pedir disculpas, mirarlos a la cara, mirarles el rostro. El Arzobispo pide humildad y dice un tanto enigmáticamente que los pobres son una oportunidad (Y parece que también confunde un poco pobreza con humildad ¿no? Esa idea un tanto arcaica de que los pobres son como corderitos sumisos, los humildes)

 

Podríamos combatir la pobreza, no sólo mirarla a la cara. O distinguir entre quienes la combaten y quienes la provocan. O rezar para que de una vez por todas venga el peronismo. Para poder echarle la culpa cuando todo vuelva a recomenzar.