Era un domingo aburrido en Boston. Las valijas estaban casi terminadas de preparar y mis emociones amenazaban con salir. Mi beca se había terminado y volvía a Buenos Aires el lunes. Bromeé con mi vecina de cuarto sobre el peso de mi cerebro después de haber aprendido tanto y me llevé los diarios a la cocina para robarme los cupones de descuentos del día. Ví al pasar en The Boston Globe una nota que cautivó mi atención. Se titulaba: "La olvidada por Noé, enfrenta ahora sus propias tormentas".

En el acuario de New England vivía desde hacía unos años, un ornitorrinco hembra llamada Elé, que en hebreo antiguo significa "el olvido de Noé". Según la leyenda, los ornitorrincos fueron olvidados por Noé al momento de hacer subir a su arca a las parejas de especies. Dicen que Noé los confundió con los castores que ya habían subido y estos pobres animalitos quedaron bajo el diluvio. Sorprendentemente sobrevivieron. Aprendieron a nadar muy bien, a tomar aire mientras flotan, a impulsarse con sus colas y luego, cuando la tempestad terminó, se fueron confundiendo con los patos ( por el tiempo que pasaban juntos en la superficie del agua).Evolucionaron entonces, con picos y patas semejantes a las de los patos, se convirtieron en la única especie que es ovípara y mamífera a la vez, además de presentar una forma anatómica especial que confunde desde hace siglos a los científicos. La mixtura extraña entre un castor y un pato que está a punto de extinguirse.

En el caso de Elé, contaba la nota, le habían traído hacía dos años un ornitorrinco macho desde Tasmania para intentar que se reprodujeran, pero la experiencia había sido un total fracaso. Ambos ornitorrincos permanecieron en alerta y asustados en puntos opuestos de la jaula, solo mirándose sin moverse ni alimentarse por cuatro días, hasta que finalmente decidieron separarlos.

El artículo del diario cada vez me cautivaba más. Elé aparecía en una foto que me enternecía. Ella se encontraba, según los veterinarios, con un cuadro de astenia que no llegaban a comprender. Parecía no interesarle ya nada de su entorno, se alimentaba poco y ya no registraba los estímulos que habitualmente la mantenían animada.

Se me ocurrió ir a verla. Sentí en el fondo de mi corazón que yo podía hacer algo por ella.

Un hilo invisible me conectaba a su historia por algún motivo. Pensé un instante y corrí a su encuentro.

El acuario de New England me quedaba bastante lejos, tomé el primer subte y cuando bajé para combinar con el segundo, una idea apareció en mi mente con mucha firmeza. Yo estaba por esos días estudiando la técnica de Storytelling para incorporarla a mi tesis. Esta técnica que consiste en narrar historias con el objeto de motivar a las personas, se usa en diferentes ámbitos como el educativo, el empresarial y también el terapéutico. Recordé que alguna vez alguien había mencionado el uso del Storytelling con un papagallo, entonces subí al segundo subte dispuesta a escribir una historia que fuera para ayudar a Elé, y así lo hice.

Al llegar a las puertas del acuario, ya la tenía anotada en mi viejo cuaderno rojo que llevé como amuleto de la suerte en mi viaje.

Encontré en la administración a Fernando, un mejicano cuidador del acuario desde hacía veinte años, que era quien se había dado cuenta del cambio en los comportamientos de Elé.

Se rió mucho al saber de mis intenciones, pero luego vio mi determinación y entendió que yo hablaba en serio. Me acompañó hasta el predio de los ornitorrincos, entró con una curiosidad casi infantil y se dispuso a escuchar lo que yo iba a decir.

Elé asomaba de su madriguera cuando entré, ver su cuerpo me impactó. Me recordó a los muñecos que mi abuela nos hacía con sobrantes de tela para nuestros cumpleaños. Por un momento pensé que la leyenda se equivocaba, no era que Noé se los había olvidado, sino que había sido Dios quien decidió armar a los ornitorrincos con los retazos de otros animales que le habían sobrado al momento de la Creación.

Elé me miró fijamente. Sus pequeñas pupilas ancestrales me confirmaron que yo tenía que estar allí y hacer lo que Dios, Noé o el Universo parecía haberme encomendado.

Me senté en el suelo acercándome lo más que pude, abrí mi cuaderno y comencé a leer la narración que había escrito:

"Una dulce y hermosa princesa había pensado durante toda su vida que nadie iba a quererla. Como vivía en un lugar muy lejano, tenía pocas oportunidades de encontrar a un príncipe que la quisiera. Una vez uno había llegado hasta su castillo, pero en esa ocasión, ella sintió mucho miedo, se asustó y aquel príncipe se fue sin poder conocerla. Pero la princesa supo esperar y un día cuando era primavera, otro príncipe llegó y se acercó más a ella.

-¿Cómo puedo saber si es él, el que me va a querer? -pensaba la princesa.

Sintió entonces la voz de Dios en su oído, que le decía: "Cuando sientas que la respiración de alguien se convierte en una brisa suave y perfumada en tu cuello, allí sabrás que es él".

La princesa permitió entonces que este príncipe se le acercara tanto como para sentir su respiración. Entonces sintió la brisa y lo reconoció al instante, era él. Se casaron y fueron muy felices por siempre…"

Durante mi relato noté que las pupilas negras de Elé se movían, y creí percibir cierta felicidad hacia el final de la historia.

Antes de irme le copié a Fernando la historia en una cartulina para que él se la pudiera leer a Elé, de vez en cuando. Al día siguiente lo llamé desde el aeropuerto y él me contó que Elé ya estaba deambulando y esa mañana se había alimentado con normalidad.

El mes pasado recibí una carta de Fernando, me contó que ya tenían un macho para presentarle a Elé, que llegará desde el sur de Australia en la primavera. También dentro del sobre encontré una página del diario The Boston Globe fechada varios días después de mi partida, el 4 de abril de 2017, en ella aparecíamos en una foto tomada casualmente por un visitante del acuario. La foto se titulaba Storytelling. La nota al pie decía: "Elé asoma de su madriguera, Fernando está agachado en cuclillas a su lado, y de espaldas, una mujer sentada en el piso sostiene en sus manos un cuaderno rojo. Parece estar contándoles un cuento"…

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