Lucho Guedes dice que piensa la canción, ante todo, como un género literario. Uno que reconoce continuidades en una tradición que tuvo grandes exponentes en el tango y el folklore del siglo pasado, cuando estos géneros eran capaces de dar cuenta de la realidad en la que estaban insertos. Eso se escucha en las canciones de Guedes, capaces de plantar historias potentes, posibles, profundas, y a la vez marcadas por el humor y la ironía, marginales y a la vez tan cotidianas y de tantos. Por el modo en que se inserta con una marca muy personal en esa tradición de la que habla, lo de Guedes podría ubicarse ente lo mejor de la cancionística actual. Hoy a las 21 mostrará esas canciones en Café Vinilo (Gorriti 3780), en compañía de invitados como Chiqui Ledesma, Sofía Viola, Flor Bobadilla, Pedro Rossi, Hernán “Cucuza” Castiello, Brian Chambouleyron y Ale Simonazzi.

Además de compositor, guitarrista y cantor, Guedes es docente e investigador, y está volcando esa investigación en el programa que prepara para la flamante carrera de Composición de Música de Raíz Folklórica Bonaerense, que se dictará en La Plata. La dinámica de este concierto, anticipa, es “la inversa de la que nos viene obligando a hacer el mercado fantasma discográfico, que dice que antes de salir a tocar tenés que tener el disco grabado”. “El resultado es que cuando vas al estudio siempre estás duro, no venís con el repertorio incorporado. Este año pensé que iba a hacer las cosas al revés, decidí tocar todo el repertorio nuevo durante este año antes de grabarlo”, explica. Así que la primera parte del concierto será con estas nuevas canciones, y la segunda, junto a los invitados haciendo las que ya saben muchos, esas que editó en sus discos Mañana nadie se acuerda y Soy una tarada. 

–En sus canciones hay mucho desarrollo en la poesía. ¿Cómo las trabaja?

–Parto siempre de la canción como un género literario. Me interesa escribir sobre determinadas temáticas y personaje, poner en escena determinados conflictos, me gusta que sean cercanos o actuales, que de algún modo toquen de cerca a los oyentes. Y me gusta no resolverlos, no dar una bajada de línea o una interpretación del texto, sino dejar que cada uno lo asimile como puede y como quiere. Pienso que el oyente tiene que ser activo, hacer un esfuerzo para acercarse al texto, y no creo que todos quieran consumir algo elaborado de antemano.

–A contramano de cierta tendencia actual, que parece desentenderse de esta parte de la canción, la de la letra...

–No sé si es una tendencia, lo que sí advierto, no sólo en la canción sino en los géneros discursivos (en el periodismo o la literatura, también) es una especie de negación del concepto de ficción, como si se lo considerase una especie de artilugio o artificio. Y una tendencia a un registro discursivo muy específico, que es del gurú, el tipo que viene a enseñar cosas y a darte soluciones para la vida, a transmitirte verdades. Ahí, la idea de ficción o elaboración de un lenguaje desde el punto de vista artístico queda un poco negada. Es una premisa un poco new age que está invadiendo cualquier tipo de género discursivo, más allá de los libros de autoayuda. 

–Empezó ubicando a la canción como un género literario. ¿Por qué?

–Lo pienso así desde la historia misma de la canción criolla. En este momento se está haciendo una reconstrucción académica de los géneros populares del siglo pasado, y eso está muy bien, pero siento que se los estudia fuera de contexto histórico. Sin tener en cuenta que fueron géneros populares, justamente, porque eran literaturas populares, que ponían en escena una cantidad de conflictos y lenguaje de la época. Es imposible pensar el poder que tuvo el tango en los ‘30, ‘40 ó ‘50, o el poder del folklore en los ‘60, sin pensar el poder que tenían para poner en escena y asimilar una realidad de la cual se estaba haciendo cargo. Lo que hacían era abordar esos paisajes, eso personajes y esas temáticas. Mi laburo no es otro que ese intento: continuar un poco con esa tradición con la que me identifico, pero tratar de generar un lenguaje que sea adecuado a 2017. Así como el tango usaba el lunfardo o el folklore los dialectos regionales, para recrear el lenguaje de los personajes, hay que encontrar el lenguaje que corresponda a esos personajes de 2017. 

–Cada canción suya es una historia con personajes muy concretos. Casi todos tienen nombre, a veces hasta le dan título a la canción. ¿Es porque salen de historias reales? 

–Algunos personajes están inspirados en personajes reales; en casi todas las canciones más viejas es así. Después fui intentando no recurrir a esa cosa tan realista. Igual pienso que por más que los personajes sean inspirados en personajes reales, el proceso de la ficción siempre los termina convirtiendo en otra cosa. De hecho, hay algún personaje, como los de “El miedo y la vergüenza” o “Champagne y pan dulce”, que podría ser yo. Sin embargo, no soy yo sino un arquetipo mío, al que le ocurre lo que podría ocurrirle a cualquier persona de mi edad que haya vivido esas situaciones. Cuando pasás un relato por la ficción, empieza a ser más una experiencia colectiva que algo privado.

–Usted entrega muchas canciones a otros para que las canten. ¿Se considera más compositor que intérprete?

–Que cada canción sea abordada por un cantante distinto me parece que ayuda a darle entidad a las voces de los diferentes personajes, un soporte teatral que me gusta mucho. A mí me gusta cantar, soy músico, pero disfruto mucho del laburo que hacen los intérpretes. Cada uno viene con su información, su formación, su idea, su estética, y le aporta algo que no está en el propio texto. Eso está buenísimo. Y a veces ya me pasa que compongo una canción y me imagino quién sería el cantante que iría para ese texto. ¡Después resta que me dé bola, claro! (risas).