Madame Nielsen acaba de terminar su sesión de fotos para Soy. Sale del baño enfundada en una sobria bata blanca de hotel bajo la que asoman unas piernas largas y raquíticas. Las mechas mojadas y peinadas hacia atrás desmalezan su cara para que se aprecien mejor sus rasgos duros, afilados por la delgadez extrema. Pómulos, nariz, cejas y mentón rivalizan en un juego de relieves que creíamos confinado a la historia de la fotografía, asociado a la estetización o la denuncia de las sucesivas catástrofes que la humanidad se ha auto-infligido en el pasado reciente: el Holocausto, las hambrunas en África, la crisis del sida. Salida de una fábula alegórica, lista para protagonizar una escena de El séptimo sello, Madame Nielsen no rehúye de estas asociaciones. Se diría que por el contrario las subraya para hacer de sus intervenciones estéticas hitos de una misión mucho más honda: trascender lo humano, explorar que hay más allá de sus normas, sus convenciones y sus límites. Comenzando por el límite que trazamos entre la vida y la muerte.

Madame Nielsen es, literalmente, una muerta en vida. En el año 2001 el artista, escritor y músico conocido como Claus-Beck Nielsen, nacido en Dinamarca en 1963, se declaró muerto. A partir de allí vivió sin nombre por diez años, dedicad* a explorar las posibilidades de vida que se le abrían por no tener una identidad clara. Entre otras: vivir en la calle durante unos meses, pasar semanas en un depósito, ocupar el departamento de un profesor que estaba de viaje y cumplir con todos los rituales necesarios para lograr, como querría Godard, “vivir su vida”. El proyecto concluyó en el año 2011 con un funeral público que tuvo gran repercusión en su país. Tras un año de silencio, le artista sin nombre reemergió como Madame Nielsen, autora de El verano infinito (2014), actriz, performer y cantante, invitada a la nueva edición de FILBA que acaba de comenzar en la ciudad de Buenos Aires.

¿Es distinto escribir como Madame Nielsen de lo que era escribir como Claus Beck Nielsen?

Sí, claro. Cuando era hombre mi energía y mi movimiento eran otros; yo era absolutamente distinta. Mi alma se transformó. Y por ende soy otro ser, a lo mejor otro humano. Y mi escritura por supuesto cambia. Tiene otra voz y otra atmósfera. Y otra relación entre fuerza y fragilidad. Por supuesto, Claus Beck Nielsen todavía sigue presente, como una suerte de fantasma, no en mi obra, pero sí en mi ser con el público. No aquí, claro, pero en Escandinavia, donde me conocían bien, siguen asociándome con ese estadio anterior. Y lo entiendo, porque en general la sociedad necesita contar con una identidad estable. Necesita que cada uno sea como es. Por eso los medios en Dinamarca siguen llamándome Claus Beck Nielsen o dicen “la persona que fue Claus Beck Nielsen”.

¿Te molesta?

A mí ya no me interesa Claus Beck Nielsen. Es parte del pasado. Y yo ya estoy en otro mundo. Y si no pueden verlo, bueno, es que son pobres. A mí me gusta la historia, me gusta el pasado, pero lo que no me gusta es que la gente insista en simplificar. Los humanos son seres con muchísimas posibilidades, pero la sociedad y los medios buscan simplificar para sentirse seguros o para transmitir seguridad.

Es interesante porque la tentación que aparece con tu historia es la de usar una narrativa que ha funcionado para muchas personas: “Esta persona ahora encontró quién es realmente” o “Ya encontraste tu verdadero ser”.

Esa narrativa me parece tristísima personalmente. La idea de buscar el ser real, auténtico, original o de verdad. Es una búsqueda de seguridad que no me interesa. Yo lo que quiero es justamente ver si es posible tener una vida más allá de las identidades nacionales, sociales y de género; de las identidades en general.

En este sentido, ¿podemos hablar de tu muerte? ¿Y del funeral público que la siguió diez años después?

Yo primero declaré mi muerte sí, pero la sociedad y la opinión pública no lo aceptaron. Yo leo mucha historia y mucha filosofía. Me gusta mucho Carlo Ginzburg. Y él ha dicho que para una sociedad es más importante el entierro de una persona y el rito funerario que la muerte física. La conciencia colectiva necesita un ritual para aceptar que la muerte es real. Entonces decidí hacer un entierro. Y lo hice 9 años después de mi muerte, cuando entendí esta importancia del ritual, en parte gracias a Ginzburg y en parte gracias a Agamben. Ahí fue que decidí hacer una versión moderna de un ritual de los romanos, de la época del Imperio.

¿Hiciste un ritual de emperador?

Cuando un emperador de Roma iba a la guerra o viajaba al extranjero, se hacía una réplica de su cuerpo. Porque si alguien muere fuera de su tierra se necesita tener un cuerpo duplicado para enterrarlo en el lugar al que pertenece, porque si el cuerpo queda enterrado fuera de su hogar, entonces el alma en pena vuelve a torturar a los vivos. Por eso siempre hacían una efigie del cuerpo antes de que el emperador se fuera de su hogar, sobre todo si se iba a la guerra. Si el cuerpo del emperador no volvía, se podía enterrar la efigie. Por ejemplo, hubo un emperador que murió en una guerra en Escocia. Su cuerpo no fue repatriado, pero tenían su efigie y entonces se hizo un entierro imaginario. Durante 7 días y noches esa efigie estuvo en un lecho de muerte, y diariamente iban doctores y enfermeras a cuidar el cuerpo y a dar su parte oficial, hasta que finalmente declararon su muerte. También los senadores y otros políticos importantes podían y debían ir a saludar al emperador en su lecho de muerte, ir a decirle adiós. Una vez que se lo declaró muerto se hizo un desfile con la efigie dentro de un ataúd. Al final se la prendía fuego.

¿Cómo fue tu funeral?

Hicimos esto mismo pero modernizado, en colaboración con el Museo de Arte Antiguo de Copenhague. Un arquitecto diseñó un edificio blanco fantástico. Y se hizo el ritual de los 7 días en el lecho de muerte y mi efigie fue visitada por todo el mundo: los reyes de Dinamarca, políticos, embajadores, público general. Todos podían visitar mi efigie día y noche. También había doctores y enfermeras del Hospital de Copenhague, no actores. Finalmente, los enterradores vinieron y prepararon el cuerpo y se hizo un desfile con el ataúd sobre un coche hasta el cementerio. Y un pastor de la Iglesia Danesa presidió el ritual del entierro. Yo estuve todo el tiempo junto al cuerpo, como su doble.

¿Y cómo se siente enterrar tu propio cuerpo, y tu propio nombre?

Es muy fuerte. Era un cuerpo de silicona, hecho por especialistas en hacer muñecos y maniquíes para películas. Tenía pelo, ojos, pestañas, todo igual. Entonces fue un shock para mí y para mi familia. Pero también fue una liberación, un alivio. Una mezcla de liberación y terror digamos. Es una sensación que realmente no puedo describir bien. Y que me dio una inmensa fuerza, mucho poder. Un poder que pocos conocen. Donald Trump tiene mucho poder, pero no conoce ese poder: el poder de darse muerte a sí mismo. Es como un poder divino. pero en manos de un humano: un poder diabólico. A lo que se suma un poder que han tenido y tienen otr*s: el de darse un nombre, y no tener para siempre el nombre que le dieron los padres.

Historia del Arte

 

Mientras conversa con este medio, Madame Nielsen alimenta su cuerpo de poco más de 30 kilos con frutos secos y trozos de queso sardo. Un mensaje de una amiga de Berlín pasa el parte de su dieta habitual: “Madame Nielsen es anoréxica y sólo come cosas que se lleva al pasar. Y semillas. Que haya optado por el queso es un gran honor”. Entre sardo y nueces, el diálogo fluye en un castellano cocoliche, un zurcido de modismos italianos, franceses y españoles que Madame Nielsen maneja con total naturalidad. Entre barbarismos sofisticados y deliciosos errores de concordancia, Madame se hace entender, puntuando sus observaciones con referencias agudas a sus lecturas históricas y filosóficas. Y así como oscila entre lenguas, oscila también entre géneros y especies. Vale aclarar, para tranquilidad de la policía del género, que Madame Nielsen no emplea pronombres ni declinaciones estables. Por momentos se dice “cansada”, al rato indica que entre sus ocupaciones está la de “actor”, inmediatamente usa para referirse a sí misma el “nosotros”, y a los pocos segundos se reconoce pájara. Más que fruto de su castellano de polizonte, esta indefinición debe entenderse como expresión cabal de su credo. Cuando intenté definirl* como artista - mencionando sus intervenciones cercanas al arte conceptual como el comentado funeral público, pero también sus cruces con Sophie Calle, su trayectoria como escritor/a (que incluye novelas como El verano infinito, una trilogía maligna, una novela de formación que habla de la crisis de los refugiados en Europa, entre otros escritos), su incursión en el drama en colaboración con el Teatro Real de Dinamarca y su producción musical como parte del grupo The Nielsen Sisters (que ha publicado cinco álbumes) – se ocupó de disipar mi atrevida presunción de un plumazo, acentuando cada una de sus palabras con movimientos exactos de sus dedos largos de E. T.

“Yo no soy un artista. No me defino como artista. A lo mejor soy un ser humano. Soy una posibilidad, una multitud de posibilidades. E intento realizar esas posibilidades que creo que soy”.

Decís que no sos artista, pero vas explorando distintos medios artísticos, la escritura, la actuación, la música…

Hay posibilidades que necesitan una performance. Hay posibilidades que necesitan lengua y escritura; otras que necesitan un camino o una guerra. Necesito ponerme a oír a la posibilidad para saber cómo formalizarla. Las cosas que son solamente podemos verlas cuando tienen forma. Mi trabajo es darle forma a la materia y a lo inmaterial.

En esta serie de formalizaciones, que son muchas, ¿cuál fue la que dio inicio a tu camino?

No lo sé. La música es muy importante para mí porque es una cosa física, material, pero también es muy abstracta. Pero no lo sé. Para mí hablar de comienzos, de raíces, de algo auténtico es muy complicado. Yo no creo que haya una fuente o una autenticidad. Entonces no sé dónde empezó esto.

Hubo momentos en tu carrera y en tu vida en los que tuviste nombres e identidades fijos, que fueron cambiando. ¿Qué representan para vos esas etapas? ¿Marcan algo?

No es como en la Unión Soviética; no son planes quinquenales. Para mí todo es una improvisación, un trabajo con el presente. Se trata de oír, de sentir, de prestarle atención a la intuición. Los nombres son importantes. No hay nombres auténticos, originales, pero los nombres son parte de la lengua y entonces convocan imágenes. Con cada nombre hay una imagen y una posibilidad. Yo viví un tiempo sin nombre. Y eso abre posibilidades, pero también vivir sin nombre implica una serie limitada de posibilidades. Al final me convertí en el “sin nombre” más famoso del mundo, y eso en un momento dejó de ser interesante. Ser alguien sin identidad se convirtió finalmente en una identidad. Yo viajaba en ese momento mucho, con proyectos en Irak, Afganistán, El Cairo, todos lugares en los que había guerras y conflictos. Iba con saco, corbata y una camisa blanca. O sea que seguía siendo una europea blanca y colonialista clásica. Y en todos lados me veían sin duda como un hombre. Pasaron los años y un día me probé un vestido. Mi cuerpo había envejecido y me vi más bonito como mujer. Entonces decidí ser mujer.

Vos decías que los nombres son muy importantes. Los nombres que elegiste son europeos: Nielsen imagino que es un apellido danés…

Nielsen es un nombre que me sigue desde mi infancia. Es parte de mi primer nombre, que mis padres me dieron. Madame Nielsen es bueno porque es un poco francés. Me gusta la lengua francesa, la literatura francesa, el arte francés y la aristocracia francesa. Y también la Revolución, Robespierre y Marat. Parece contradictorio, pero no lo es. Son dos caras de la misma manera. Ambos lados son radicales y eso es lo que me interesa. Entonces uso Madame para cargar con toda esa historia. A mí me interesa mucho la verticalidad del nombre y del ser. Para mí vivimos en el mundo de Facebook. Y Facebook es absolutamente horizontal; plano y horizontal. Y a mí me interesa ser una persona que en cada momento está conectada con un pasado que se remonta 5000 años, que llega hasta los griegos o más, hasta los dinosaurios. Yo a veces me siento un pájaro precámbrico, una pterodáctila.

¿Qué artistas, pensadores o escritoras te ayudan a pensar este tipo de intervenciones?

Filósofos, historiadores, políticos comunistas, artistas… Y gente extraña como Joseph Ratzinger. El Papa actual no me interesa mucho. Es probable que sea más simpático y más acorde a nuestros tiempos. Pero el Papa anterior era muy interesante: muy conservador pero muy inteligente, muy ortodoxo. Me interesan sus escritos. He hablado mucho con sacerdotes en Dinamarca y sobre todo con sacerdotes en monasterios. Me da curiosidad esa vida. Agamben también ha escrito sobre los monasterios. Me interesa ese conservadurismo porque allí hay una cierta radicalidad. Los monjes en la Edad Media querían anularse a través de la oración constante y sin interrupción. Después de repetir y repetir las oraciones ya no tenés pensamientos. Las oraciones funcionaban como mantras. Era una vida estructurada de manera total por reglas. Agamben ha escrito sobre los monasterios y la forma de vida radical que allí se funda. Me interesa porque es absolutamente contrario al presente, y una idea radicalmente distinta de libertad. Nuestra idea de libertad está muy ligada a la contracultura y a los 60s, una libertad sin forma. Por eso esa forma de vida de los monasterios para nosotros se presenta como una “no libertad”, pero mi experiencia en las artes, la literatura y la música me dice que es precisamente el orden lo que da libertad. Sin orden no hay libertad. Solamente una forma radicalmente estricta permite que emerja la libertad de verdad. Es una de esas paradojas difíciles de formular y de transmitir, justamente porque preferimos oír y repetir ideas simples.

Me llama la atención que estemos hablando en castellano, aunque no es una lengua que hables a la perfección. ¿Te gusta estar en otras lenguas y sentirte extranjera?

Sí, me gusta porque las posibilidades de ser son diferentes en diferentes lenguas. Una lengua también produce otra forma de ser. En FILBA en las conversaciones en las que esté voy a intentar hablar en castellano. Sé que no lo hablo a la perfección, pero no me interesa estar segura en mi lengua. Me interesa hablar la lengua que se habla aquí. Y vamos a ver qué pasa. En mi concierto unipersonal, en el que canto y toco la guitarra, ahí sí voy a cantar en inglés porque mi repertorio es en esa lengua.

¿Es tu primera vez en Sudamérica?

 

Sí. Llegué hace unos días y me gusta mucho la ciudad. Hay una melancolía que me gusta mucho. Me interesa. Me da curiosidad. Es una ciudad extranjera para mí, pero siento una melancolía europea que por ejemplo no existe en Norteamérica. Por eso esta ciudad es más rica que New York o Los Ángeles. Yo tengo un proyecto artístico, que hago en cada ciudad grande que visito. Hago un camino que empieza donde yo vivo, en la mañana, y camino hasta la noche, y voy desde el centro a la periferia buscando recorridos que me hagan atravesar las diferencias más grandes, ir de un polo a otro, en términos económicos, sociológicos, arquitectónicos, culturales… Un camino antropológico entre extremos. Ese camino lo documento por medio de la escritura y la fotografía. Y así hago libros sobre cada una de las ciudades que recorro. Los llamo “caminomundos” y espero que haya un “caminomundo” sobre Buenos Aires.