Revisando desde la primera a la última de las condecoraciones, la más usada por el patriarcado es la de "ama de casa", una distinción a la mujer, para convalidar los beneficios de ocuparse de la familia y la casa. Hay formas que no dejan dudas, y hay otras más sutiles, pero la violencia intensifica su daño. La violencia daña y vulnera con toda intención la fragilidad de la víctima, o la desconcierta usando maneras engañosas. La violencia que mata, en Rosario ya se cobró muchas vidas, y en toda Santa Fe son tantos los femicidios que la provincia lidera el país. Las formas más sutiles de violencia, las que pueden pasar desapercibidas, más allá de lo que aparentan esconden estrategias a desmenuzar.

La mujer soportando violencia lleva siglos; en sus formas aparentemente amables (esa especie de oxímoron), peligrosamente mentirosas, hasta puede llegar a ser aceptada, "el amor es una jaula de oro", diría la canción popular proponiendo e iluminado con brillo el peor de los encierros. Ya en La Perfecta Casada, escrita en el Siglo XVI, Fray Luis de León por momentos derrama almíbar: "Y como la luna llena, en noches serenas, se goza rodeada y como acompañada de clarísimas lumbres, así la buena (esposa), reina y resplandece". La Perfecta Casada tiene XXI capítulos de advertencias, donde el almíbar se evapora rápido: "Bien custodiada por su marido y al cuidado de este y de su prole… la mujer mantiene un vínculo, por supuesto de sumisión y acatamiento, con el hombre". Y en el capítulo XVII: "Y como los peces, en cuanto están dentro del agua, discurren por ella y andan y vuelan ligero, más si acaso los sacan de allí quedan sin poder menear; así la buena mujer, para sus puertas adentro ha de ser presta y ligera, y fuera de ellas se ha de tener por coja y torpe. Pues no la dotó Dios de ingenio". Cualquier decálogo o máximas destinados a orientar la vida de los demás despiertan curiosidad acerca del autor, quién y cómo es el que las escribió, detrás de su producto cuán larga y admonitoria es su vida, o si es un recolector prolijo de costumbres. Por las dudas, Fray Luis se adelanta: "En el juzgar de las cosas se debe atender a si ellas son buenas en sí… y no lo que hará de ellas el mal uso", lo escribió en el prólogo de El libro de la vida, de Santa Teresa. Aunque La Perfecta Casada pertenece al género de la literatura ascética, los religiosos que la escriben empujan al alma a vagar por regiones purificadoras, el de La Perfecta Casada se mantiene en la región hasta que decide traducir del Antiguo Testamento (del latín a la lengua vulgar, para su prima Isabel que no lo dominaba) el Cantar de los Cantares: "Primer Canto/ la amada: Ah si me besaras con los besos de tu boca… ¡grato en verdad es tu amor, más que el vino! ¡Hazme del todo tuya!". En esta otra región las palabras se regodean demostrando aspiraciones que esquivan el alma pura. Y por esa cuestión de la circulación, el Cantar de los Cantares recién traducido escapa de las manos de Isabel y deambula erotizando a otros lectores, hasta que Fray Luis de León tiene un entredicho con la Inquisición. A no preocuparse, se salva de todos modos.

La Perfecta Casada reaparece en el siglo XX, bajo el ojo sagaz de Angélica Gorodischer, en un cuento del libro Mala noche y parir hembra (1982); una mujer casada cocina y limpia su casa según el deber ser, lava y plancha y cuida sus hijos y hace tortas respetando al pie de la letra las recetas. A la mujer cuyo horizonte se acaba en la puerta de su casa se le enciende un día la lamparita, es decir, una lucecita de alerta. La perfecta casada de Gorodischer empieza a abrir puertas a lugares inesperados, puede estar barriendo tranquilamente el pasillo de su casa y abrir la puerta de su dormitorio y recibir en la cara el viento arenoso del desierto, y después de hundir sus pies en la arena y sentir su calor abrasador volver al pasillo y retomar la escoba. Y otro día abrir la puerta de un baño y encontrar bañándose en la bañadera un hombre desconocido, las ropas tiradas por el piso, con la navaja que encontró a mano lo degüella salpicándose con su sangre reluciente, después cruza la puerta para volver con toda tranquilidad a lo que había interrumpido. Una mujer dedicada a la vida doméstica que reprime una rebeldía tan grande como sus fantasías, su violencia se alimenta de la frustración propia de la rutina más rasa, la que ahoga cualquier reacción, la que no permite concretar ninguna rebeldía.

Una selfie: mujer sola en la habitación de camas revueltas; la selfie se sube a facebook, y otra selfie: la misma mujer maquillándose frente al espejo segundos antes de ir al trabajo, y otra más: la mujer recogiendo la manteca que se ablanda sobre la mesa y las tazas con restos del desayuno de la familia que después va a lavar… la muchacha. Es trabajo doméstico,y se fija a un género. Siempre la mujer, siempre es la mujer "ama de casa" (igualmente si desempeña otro trabajo mediante el cual resuelve la economía) o "personal doméstico", una fórmula que se repite, trabajo doméstico = mujer, no varía. Fatalmente ligada a la mujer la formula se acepta como ley natural, como si no fuera posible otra alternativa, una fórmula que incluyera al hombre. Lidiar con el trabajo "del hogar", un esfuerzo que nunca consigue un resultado satisfactorio perdurable. La frustración perpetua de hacer una y otra vez lo mismo, la acción cosificada que lleva el deterioro y la repetición en su matriz.

La mitología cuenta que Sísifo sufrió el castigo de subir la pesada piedra por la ladera de la montaña y cuando estaba en la cima la piedra volvía a caer al valle para que él nuevamente volviera a subirla, y así sucesivamente, día tras día, eternizándose en la repetición, pero la mitología embauca, no debe haber sido Sísifo el que remontaba la piedra, seguramente él debe haber delegado ese trabajo en una mujer.