“A ver esas palmas bellas, a ver ese grito de locura”, clama Rubén Rada encendido entre tambores, colores, sonidos y calores. Ocupa el centro de la escena y lo rodean nueve músicos, tan o más encendidos que él. Promedia su show en el Teatro Ópera, todo es fiesta y la música que está sonando pertenece a Tótem, aquel grupo que formó a principios de los '70 junto a Mario “Chichito” Cabral, Eduardo Useta y elenco, en Montevideo. Lo que está sonando es una viñeta dentro del frondoso recital que dio el Negro anoche con el fin de recorrer buena parte de su trayecto musical, cuyo título va de suyo: “Parte de la historia”. Tótem, entonces, banda pionera del candombe-rock en el Río de la Plata, revive a través de la intensa “Biafra”  y también de la lisérgica “Dedos”. Dos temazos con tracción a sangre, abrillantados por una banda clanesca, casi familiar, que incluye a sus hijas Lucila y Julieta en coros, y a su hijo Matías en guitarra.

Antes había pasado una sutil y sentida rémora por El Kinto, banda pionera que este showman cofundó con el genio de Eduardo Mateo el mismo año que Los Gatos publicaron “La balsa”: 1967. Candombe y beat, en honor a esa fusión que cruza toda la historia musical del Negro, se confunden en la noche, disparando lágrimas entre los más entrados en años. “Blanca espuma” es una de las más disfrutadas. “Que me importa”, de las más emotivas. Después de Tótem llega Opa, excelsa agrupación de jazz-rock a la rioplatense que Rubén Rada compartió con los hermanos Fattoruso a mediados de la década del '70. De aquella, elige “Pájaro africano”, pieza poseída por un swing interminable.

Todo atravesado una máquina rítmica que cruza candombe, jazz y vaya a saber qué otros ritmos afro marca Rada. En medio de tal tsunami sonoro, se lucen la viola de su hijo Matías y los teclados de Gustavo Montemurro, bien sabio en tales lides. “Resulta que estaba trabajando en Alemania, cantando cualquier cosa en cualquier idioma, cuando me llamó el Hugo (Fattoruso) para grabar el segundo disco de Opa en Estados Unidos. Entonces, me compré un grabador de esos gigantes que tenían cuatro botones y de noche, cuando me acostaba, tocaba y componía canciones. Todas las músicas de ese disco las compuse yo”, cuenta, acerca de todos temas del álbum Magic Time.

El que elige entre ellos es “Mind Projects”, una especie de bajada a música de los mil proyectos mentales que puede tener una persona, un día en la vida. “Acá van a encontrar todas las músicas que se les ocurran”, promete Rada y cumple. Suena un mosaico de géneros que no solo traslada a Montevideo, aunque hagan epicentro en él. “Una vez estábamos en Estados Unidos y estaba Gelbard, el Ministro de Economía de Perón, y nos dijo 'Muchachos, ustedes trajeron el carnaval acá'… Y sí, llegamos tocando esto, que era bastante difícil, pero después nos tuvimos que volver. Recuerdo que mi vieja me dijo '¿Qué hace acá? ¿Extraña el hambre?', en vez de preguntarme cómo había estado”, rememora el hombre entre congas, para dar arranque a otro tema cuyo ritmo infernal pega exacto con su nombre: “Groove”. Polirritmias profusas, cambios y tensiones que hacen mover cinturas en el in crescendo musical.

Entremedio, Rada se para diez segundos, baila un poco como Mick Jagger, otro poco como Travolta, y vuelve a sentarse. “Es la rodilla”, reclama, mientras su público –mayoría de uruguayos radicados en Buenos Aires— bate palmas al son de ese tema instrumental, bastante volado. Tras ello, Rada se calma y calma al público. Manda cantar como un mantra “mara malaya / a mani con te / a leche de coco
a rosca y café / Amara malaya / a mani con te / a leche de coco / a rosca y café. Hermanito blanco / no se olvide que / yo tengo la sangre / igualita a usted”
, esa oda a la negritud llamada “Sudáfrica, canción antigua”. Es el ingreso al universo Rada puro. A su mundo solista. Manda apagar las luces (las de las plateas y también las del escenario), suena “Montevideo”, las palmas a ritmo de candombe se hacen sentir y el clímax de alegría total irrumpe en el teatro.

Primaveral e histriónico, Rada encara también el “Candombe para Gardel”; después el pegadizo “Malísimo” -intro rocanrolera incluida- y deja a todo el mundo bailando estilo libre en los pasillos, postal conocida que se repite con “Rock de la calle”. “Esta canción fue la que me hizo famoso en la Argentina… compré una puerta”, evoca Rada. “También tenemos que agradecerle mucho a este país que recibe a todos nuestros bagayos. La Vela, el Cuarteto de Nos, No Te Va Gustar, La Triple Nelson, cien millones de grupos que ustedes reciben. Muchas gracias, Argentina”, dice y suceden los bises.

Uno de ellos, “Aparte de ti y tu boca”, amerita que el Negro cuente esa historia sin pruritos. “Me acuerdo de que me junté con Cachorro López y le dije 'estoy cansado que la gente admire mi música, mi canto, mi historia, pero el almacenero, cuando le voy a pagar, me pide dinero. Entonces, quiero ser un tipo explosivo, que la gente me siga por todos lados. ¿Qué me contestó Cachorro? 'Entonces traé las canciones y no vengas al estudio'”, evocó sobre el hit, que lo hizo trascender las fronteras del público de culto. “Fue un exitazo… tanto que los dos nos pusimos Quéchorro López y Rubén Roba”, rió e hizo reír.