Imágenes nacidas del asombro, historias de vida entramadas en la historia y sentenciosos epigramas de concisión tan clásica como moderna se conjugan para hacer de La misma noche, poemario premiado de la rosarina Mariana Vacs, un libro que conmueve a cada página.

Mariana Vacs (Rosario, 1967) tiene publicados en Buenos Aires los libros Ínfimo infinito (2006) y Espina de maguey (2012), y en México, Nadie muere en su sueño (2016). Con este conjunto de poemas obtuvo el primer premio del concurso de poesía "Club Universitario de Rosario", organizado por dicha institución y por la editorial local CR Ediciones. Un jurado integrado por la escritora Maia Morosano y por los poetas Marcelo Cutró y Patricio Raffo (a cuyos apellidos se refieren la "C" y la "R" del sello, del cual son editores) lo eligió por unanimidad, destacando en su dictamen "la calidad de los textos y el exacto equilibrio de la totalidad de la obra".

Calidad y equilibrio: ya se trate de tremendas historias de supervivencia que le fueron contadas por una tercera persona, de visiones aéreas o urbanas como de ensueño o de los detalles mínimos pero dolorosos que hacen al día a día de la soledad posterior a una separación, la materia del lenguaje es trabajada por Vacs en sucesivas reescrituras hasta lograr que no le sobre nada, y que la forma rigurosa del poema contenga y comunique el espesor del sentido.

"Que decante", decían los poetas de antes, los que hablaban con humilde orgullo de su "oficio". Habiendo pasado por experiencias de taller con Hugo Padeletti (1928-2018) y con otros colegas de la región, Vacs se esmera en este arte de luthiería: el pulido artesanal de la palabra en busca de una economía expresiva insuperable, de máxima eficacia estética, sabiendo que el poema puede fracasar y malograrse, o quedar inédito a la espera de nuevas reelaboraciones.

La poeta asume el rol de testigo del testigo, capaz de hacer silencio y escuchar el relato de un mal intolerable.

Sin todo este cuidado por la arquitectura sensible de la simbolización, ella no lograría transmitir aquellas vivencias propias o ajenas que se lanzan de cabeza en lo real hasta el punto de ser o haber sido, algunas en particular, literalmente demoledoras. En esas instancias es donde la poeta asume el rol de testigo del testigo, capaz de hacer silencio y escuchar el relato de un mal intolerable, para volcarlo esa "misma noche" en el borrador del que será un poema.

Mariana Vacs conoció a la poeta bilingüe Zhivka Baltadzhieva (Sofía, Bulgaria, 1947) en un festival de poesía en Nueva York. Las unen afinidades temáticas y estéticas, lo que salta a la vista leyendo las versiones del búlgaro al español por Eva Davidova en Internet. Se reencontraron en Madrid, donde Baltadzhieva, hija de un preso político, vive desde 1990. De una conversación en Madrid sobre el recuerdo de Zhivka de una visita a su padre en la cárcel cuando era niña (y sobre su conciencia, ya adulta, de las terribles implicancias de aquel encuentro, una vez que vuelve como escritora al mismo lugar y no puede hablar) surge el poema "Bulgaria, 1947", de Mariana: "[…] vio a ese hombre ensangrentado,/ con los ojos abiertos como el miedo/ que le daba a ella verlo / y él estiraba los brazos, papá te quiere,/ pero la niña que aún no tenía palabras,/ gritaba y corría porque el miedo/ no tiene nombres que lo pronuncien./ El miedo miente y corrías a los brazos/ del opresor que gozaba/ con la escena de tu padre golpeado/ para que su hija huya de sus brazos […]".

El padre volvería a casa, y la extrañeza de su retorno (¿consecuencia de aquel abrazo impedido?) es un tema latente o manifiesto en la poesía de la hija, quien para expresarla recurre (como su colega rosarina, pero en otro tramo de la Odisea) a la figura de Ulises.

Pero la denuncia expresa de la tortura física y emocional sufrida por su familia a manos del terrorismo de Estado no aflora hasta que se hace eco de su testimonio susurrado esta poeta argentina cuya niñez y adolescencia coincidieron con la última dictadura. Vasos comunicantes unen este poema con otro anterior, ilustrado en la foto de tapa por Luisina Raffo. Bicicletas pintadas interpretó "correctamente" (incluso antes de saberse la autoría y el sentido de esas imágenes) la serie de 350 bicicletas que el artista Fernando Traverso pintó en el espacio público en memoria de sus compañeros desaparecidos. Vacs vio "sus pedales/ de gueto" y los conectó así con otros genocidios.

 

También la dicha tiene lugar en este libro, no sólo en la memoria reconstruida de la niñez ("aprieto fuerte la mano que me cuida/ y pienso con los ojos cerrados:/ este momento no lo tengo que olvidar"), sino en imágenes halladas en sus viajes que pueden leerse como metáforas de la función de su propia poesía. Una de ellas evoca (literalmente, ¿por azar?) las "noctilucas" de su colega local Vicky Lovell. Allí Vacs dice: "Ayer, viendo luminiscencias/ en la oscuridad de la bahía/ supe que el mar entiende de la noche/ y se alumbra".