En marzo de 2013, Cristina Fernández presentó el Plan Argentina Innovadora 2020. El proceso de reconstrucción del Estado –a partir de los escombros heredados de la crisis terminal de 2001– lograba dar una señal política clara: con este plan de mediano plazo la ciencia y la tecnología (CyT) se consolidaba como objeto de política de Estado, esto es, como política pública que debe estar por encima de la línea de flotación de los cambios de gobierno y de las pujas políticas y partidarias.

Como contrapunto, el macrismo se dedicó desde el primer día a desfinanciar el sector de CyT, a degradar sus instituciones y a desmantelar proyectos tecnológicos. Mientras la CyT dejaba de ser política de Estado, asistíamos a los pasos de comedia de Lino Barañao para justificar el abandono del Plan 2020 (que él mismo había impulsado en su encarnación pre-macrista). En paralelo, su troupe de funcionarios comenzaba a hablar de un plan fantasma que apodaban “2030”.

¿Cuáles hubieran sido los pasos razonables? Continuar con el Plan 2020 hasta tanto estuviera listo un plan superador –digamos un Plan 2030–, que debía evaluar el 2020, mejorarlo y actualizar sus objetivos. Sin embargo, en el mejor estilo “refundacional” de la derecha conservadora, se abandonó el Plan 2020 y se comenzó a publicitar que se trabajaba en el Plan 2030. Moraleja: Argentina quedó sin plan estratégico de CyT, contrariando el marco legal del sector.

Se podría escribir un libro sobre el engendro titulado Estrategia Nacional de CTI Argentina Innovadora 2030. En esta nota seleccionamos unos pocos sinsentidos. El primero es el intento de borrar toda comprensión de procesos temporales, objetivo que se alinea con la tradición de deshistorización del neoliberalismo.

El documento se propone ocultar tanto los logros del kirchnerismo en CyT como la reversión y destrucción macrista. Paradoja mayor: un plan cuyo objeto central es proyectar procesos al 2030 borra toda alusión al análisis de tendencias histórico-temporales a nivel nacional y nada dice sobre un posible encuadre en una política exterior, ni regional ni global. A cambio, se presenta una fauna de gráficos sincrónicos sin la mínima contextualización, que serán ignorados en el resto del plan.

En una sección titulada “Las políticas nacionales recientes de CTI” se pasa a una narrativa que mezcla todo. Se arranca con la creación del MINCyT en 2007 y se llega al presente disimulando el cambio abrupto de país con industria a país desindustrializado.

Botón de muestra: se menciona el proyecto “Mercado de Innovación Argentina (MIA)”, creado en 2017, “que consiste en una plataforma tecnológica de financiamiento colectivo destinada al trabajo abierto y colaborativo de investigadores, tecnólogos, profesionales, empresas y organizaciones de la sociedad civil (OSC) con el fin de materializar sus proyectos de innovación” (itálicas nuestras). Ni un número, ni una evaluación cualitativa. Nada. Verso sin rima. Si se entra en la página web y se elige un proyecto de MIA, uno se encuentra con el “Estado” del proyecto: “Está la idea o boceto de lo que se quiere desarrollar”.

El segundo sinsentido, corolario del anterior, se relaciona con un críptico silencio sobre cualquier vinculación con la realidad de otros sectores –salud, educación, industria, energía, defensa, agro–, que obliga al documento a referirse a un país imaginario que se parece más a una especie de Noruega latinoamericana que a lo que podría ser una descripción de la Argentina endeudada, extranjerizada y financierizada que deja el macrismo.

Botón de muestra de uno de los objetivos: “El impulso a la innovación productiva, social e institucional, de carácter inclusivo y sustentable, con el propósito de impactar en la generación de un entramado productivo más complejo, conocimiento-intensivo e innovador; la creación de empleo formal y de mayor calidad; el agregado de valor en origen; y la inserción inteligente en el mundo”.

El tercer sinsentido es el discurso característico del neoliberalismo subordinado, que le asigna al Estado el rol de mero corregidor de “fallas de mercado” y despliega un caleidoscopio de terminología de moda en las economías centrales, del tipo de “sandbox”, “spillover”, “innovaciones disruptivas”, o “crowfunding”, entre otros. En este contexto, se habla de “la creación de una agencia de tecnologías emergentes”, donde términos como “energías renovables”, por ejemplo, brillan por su ausencia.

Finalmente, a cuatro años de gobierno de Cambiemos, este juego de imaginación intenta mostrar interés por la federalización, refiriéndose a perfiles productivos y capacidades de CyT de los NPE. ¿Qué son los NPE? En algunos lugares aparece como “Núcleos Productivos Estratégicos” y en otros como “Núcleos Provinciales Estratégicos”. Por favor, pónganse de acuerdo y corrijan.

Veamos el lado positivo: nada de pagarle a consultoras extranjeras, como en el caso de ARSAT o del INTI; esta vez se trata de colonialismo puro y autóctono.

Diego Hurtado es profesor en Unsam y miembro del grupo CyTA.