Las elecciones portuguesas del domingo 6 de octubre permiten extraer varias conclusiones interesantes. El caso portugués resulta de especial interés, porque es la “niña mimada” de las opciones alternativas al ajuste neoliberal. Por eso, en Europa se lo sigue con especial atención desde una y otra trinchera, pues un éxito o un fracaso es de gran relevancia en la confrontación de modelos diferentes. Pero también desde Argentina, y por las mismas razones, se mira desde hace algún tiempo con lupa la experiencia de la “tía patria”. Y no faltan aquí las loas de quienes creen que se puede hacer algo diferente (como planteó Alberto Fernandez en su visita a la Península Ibérica hace pocas semanas), o de aquellos que insisten en que la clave del éxito fue el duro ajuste ejecutado entre 2010 y 2015.

La primera conclusion es que las elecciones ratificaron claramente el rumbo que los portugueses tomaron hace ya cuatro años. El Partido Socialista (PS) ganó claramente los comicios, pero no obtuvo mayoría absoluta, de modo que deberá negociar ahora con el Bloco de Esquerda (BE) y la Coligação Democrática Unitária (CDU, alianza entre el comunismo y los verdes) un acuerdo de gobernabilidad para garantizar la reelección de António Costa.

Cuatro años atras, el PS había alcanzado el segundo lugar. Sin embargo, el acuerdo con el BE y la CDU le permitió a Costa formar un gobierno en minoría, “tolerado” en el parlamento por sus socios, que, sin embargo, no se incorporaron al Ejecutivo y se mantuvieron en el Parlamento como oposición. El programa sobre el que se apoyaba esta experiencia incluía mejoras en jubilaciones y salarios mínimos, reforma impositiva progresiva, reimpulso a la inversión pública, reforzamiento de las políticas sociales y una luz verde para la renegociación de salarios al alza en el sector privado. Esas políticas contrariaban el espíritu del acuerdo firmado con el FMI y las autoridades europeas cuando se había renegociado la deuda y que incluía las tradicionales recetas de ajuste, liberalización, privatizaciones y desmantelamiento del Estado de bienestar.

Aprovechando la coyuntura del Brexit, Costa logró escaparse del cepo contractivo. No demasiado, por cierto. La nueva política no puso en cuestionamiento el pago la deuda (el PS, el BE y la CDU tienen sobre ese punto visiones diamentralmente opuestas), ni los superávit gemelos en la cuenta corriente y en el presupuesto gubernamental. Pero lo que cambió fue el camino para lograrlos: en lugar de reducir gastos y profundizar la recesión, se trataba de generar un marco expansivo que incrementara la recaudación impositiva. Nada muy diferente al camino que supiera transitar Argentina en su salida de la crisis de 2001.

El resultado fue más que interesante. La nueva política le permitió a Portugal crecer a las tasas más altas de Europa, reducir la desocupación y redistribuir suavemente el ingreso. Así, también subió la recaudación y las metas fiscales se cumplieron a pesar del incremento de los gastos. Por eso, las instituciones acreedoras no protestaron demasiado ni intentaron desestabilizar la economía y la política internas, como sí lo habían hecho en Grecia.

La contracara del éxito del gobierno fue la derrota de la derecha liberal. La siguiente conclusión, por lo tanto, es que la salida de las políticas de ajuste puede dar un importante rédito político a quienes la prectiquen y hacerle perder predicamento a los defensores de la ortodoxia neoliberal. Sin embargo, no todo es color de rosa. Si los números de la economía lusitana son de los mejores de Europa, son todavía bien modestos. El crecimiento apenas ha superado el 2 por ciento anual y la comparación se beneficia del estancamiento generalizado. Los niveles de pobreza son elevados y el estadio de subsdesarrollo dista de haber sido superado. La precariedad laboral sigue estando a la orden del día, incluso en el sector público, como muestran los recientes conflictos con el sector docente o sanitario. Es por eso que las elecciones dejaron a la vista también un importante escepticismo, marcado por los niveles record de abstención, que superaron el 45 por ciento. Por lo tanto, la euforia en torno al giro de Costa en 2015 debería matizarse, pues en el fondo se asienta sobre una notoria precariedad. Sin un cambio estructural cualitativo, cualquier pequeña tempestad puede tener consecuencias graves. Y los nubarrones se acumulan en la Europa actual.

* Idehesi-UBA/Conicet.

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