Ayer hubo goleada de Argentina a Ecuador y en las elecciones del Chaco. Los números hablan, así de simple. Es forzoso ser más cauto para señalar un score del primer debate presidencial fijado por ley, cuanto menos por tres causas confluyentes.

· La subjetividad del cronista no representa al conjunto de la opinión pública.

· Ese conjunto no existe. Una sociedad (como una audiencia) se fragmenta por edad, género, clases, valores, ideologías.

· El debate tiene una ficticia semejanza con un partido de fútbol. Hay reglas, tiempos fijados, pitada final. Pero la competencia televisiva no cesa. El material “rebota” en redes, se elabora en medios, se charla en tertulias, acicatea la inventiva de panelistas. Las repercusiones pueden ser potentes, propagarse a otras personas. La edición audiovisual no se parece a un compacto “decente” de un partido: quien recorta dispone de mayor margen para distorsionar o subrayar.

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La opinión de quien esto firma, hechas esas salvedades, es que el presidente Mauricio Macri tuvo un pésimo desempeño. No pudo responder a la lluvia de críticas que le prodigaron todos sus adversarios. Aludió a un país cuasi paradisíaco, con mejoras en casi todos los aspectos. Evitó mencionar una medida concreta que tomaría en caso de ser reelecto. Fabuló cifras inverosímiles sobre deuda externa, educación, salud, presupuesto universitario.

Sin embargo, tal vez los estrategas de campaña de PRO hayan quedado conformes. Uno hasta supone que las próximas semanas machacarán sobre tópicos enunciados por Macri. “Venezuela”, “el G-20”, "entramos al mundo"… clásicos durante años. Y dos innovaciones sumadas en Santa Fe. La primera: aludir a la “narco capacitación de Kicillof”, una chicana de baja estofa y vuelo corto. La otra, inspiración en el estudio, fue cuestionar el “dedito” blandido por Alberto Fernández, para identificarlo con la oratoria de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sobre esa base, vale presumir, se volverá a hablar de cadenas oficiales y otras nimiedades. Poco para un Gobierno acorralado por la catástrofe económica, la estanflación, la pobreza, el desempleo y hasta el hambre. Manotazo de ahogado de una campaña que no remonta la diferencia de votos, a más de dos meses de las Primarias Abiertas (PASO) y a dos semanas apenas de la primera vuelta.

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Fernández se ufanó de no haberse preparado para el debate. En ese punto exageró o hasta macaneó. Tiene dotes de polemista; las afiló en meses de dialogar con periodistas críticos u hostiles (coaching jamás practicado por Macri). Pero el manejo estricto del cronómetro exige entrenamiento previo.

Desplegó una estrategia desde su primera intervención: cuestionar con argumentos y cifras a Macri, remontándose a las mentiras en el debate de 2015 contra Daniel Scioli. Gambeteó responder preguntas que le voleaban los otros presidenciables. Pero no se privó de dar una respuesta sensata sobre Venezuela. O de recoger un guante extraño y sutil arrojado por Roberto Lavagna: considerar que el hambre y la pobreza son las principales violaciones de derechos humanos. Lavagna se quejó de que nadie hubiese tomado en cuenta sus palabras. Fernández lo hizo.

Anunció que creará el Ministerio de la Mujer, Igualdad y Diversidad. Y retrucó con eficacia a José Luis Espert, quien despotricó contra el aumento del gasto público en ese rubro.

Insistió en que convocará a un acuerdo social. Se mostró sereno, articulado, no perdió el eje.

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Las aspiraciones de los otros expositores eran más acotadas. Nicolás del Caño enfocó a su electorado posible. Estuvo elocuente en ese sentido. Mostró timing televisivo dos veces: cuando calló en el tiempo disponible, usándolo como minuto de silencio por los ecuatorianos asesinados por su Gobierno. Y cuando mostró el pañuelo verde anudado a la muñeca. Reivindicó a los docentes, honró la memoria de Sandra y Rubén, fallecidos por una explosión de gas en una escuela de Moreno. Repartió mandobles entre Macri y Fernández (más sobre el actual presidente) y afirmó identidad.

Otros dos participantes ocuparon la ínfima franja que deja Macri a su derecha. José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión apostrofaron contra “el curro de los derechos humanos”. Aquel se afirmó en el discurso económico disparando contra los sindicatos, prometiendo cerrar las obras sociales, mencionando como demonios a (Hugo) Moyano y (Roberto) Baradel. Gómez Centurión se especializó en “las dos vidas” y en despotricar contra la venta de Misoprostol.

Lavagna pareció incómodo con el escaso tiempo asignado, funcionó mejor cuando habló de economía. Hizo uso y alarde de un estilo sereno y de una crítica a dos bandas. Confía en sus dotes y en ser oferta alternativa. Quizá le faltó ironía, que sabe manejar, y le sobraron introitos largos.

El rígido y lacónico formato pautado, vale señalar, peca de abusivo y deja poco margen a la argumentación. La tele derrota a la lógica democrática, como tantas veces.

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A riesgo de repetirnos, cada candidato tiene adherentes que no mudarán de padecer. Millones en los casos de Fernández y Macri. En el marco de una coreografía bonita y auto elogiosa (tevé pura, otra vez) Fernández se puso el traje de principal líder opositor y potencial presidente, ofreciendo una alternativa al oficialismo. Macri negó hechos contundentes, escogió interpelar solo a “la clase media” y no a los trabajadores más humildes. Antes que un presidente que reivindica su obra, se inclinó por ser un opositor de la oposición. A esta altura, da la impresión de que eso no le bastará para remontar. Pero faltan semanas de campaña, los más urticantes. Habrá que ver.

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