El valor de una entrevista no sólo se mide por el interés que despierta en lectores o profesionales sino por la disposición del periodista que acude a realizar un reportaje y suele saber casi todo sobre el entrevistado. Pero ocurre que en el medio de una charla hay sorpresas para ambos. Saber a priori sobre el personaje que se va a reportear es correr con ventaja sin ponerlo de manifiesto, saber que no se le hará propaganda y se echará mano a toda la cortesía posible para romper el hielo y que cuente lo que no quiere contar en especial sobre aquellos temas que pueden resultar resbaladizos o en relación a temas álgidos de actualidad. En el caso de que un escritor como Miguel Briante entreviste a colegas admite una doble valoración y todo indica que sus interlocutores estaban al tanto de que hablaban con un par, con alguien que le pasa las mismas cosas en el oficio literario, por eso los personajes que desfilan ante su grabador abren las puertas de par en par sobre las diversas formas de abordar la literatura.

Pero Briante aquí toma un atajo que despierta curiosidad en el lector: su amor por la pintura también lo lleva a visitar talleres de artistas plásticos consagrados, paseando su asombro por la confección de un estilo u otro. Julio Le Parc, Carlos Gorriarena, Alberto Heredia, Jaques Bedel, Enio Iomi cuentan sin rodeos y en base a conceptos diáfanos, sus opiniones y peripecias sobre el arte abstracto, el abordaje figurativo y como se inscriben las huellas sociales en sus obras; allí es cuando los encuentros se vuelven picantes, polémicos o en tal caso evocan épocas ya dejadas atrás y también elementos que subsisten en el tiempo como la falta de apoyo del Estado a la obra pictórica, a la escultura y la cerámica por nombrar algunas de dichas prácticas artísticas.

En el caso de los escritores, el recurso de la entrevista que emplea Briante es similar, pero el resultado que se ofrece es una serie de anécdotas y testimonios de vida que otorgan más de una sorpresa, como por ejemplo que la madre de Borges le dictó el final de “La intrusa” o que Juan Rulfo iba a ser abogado. En ese mismo registro se inscribe una suerte de polémica con Manuel Puig que da lugar a ciertos “reproches” que se permite el periodista, aunque desde luego sin abandonar el sentimiento de admiración. También se advierte que el entrevistador está más que atento a los detalles, en cómo vivía Neruda, los objetos que poblaban su casa, el gran gusto por la decoración o lo que miraba el poeta en la playa de Isla Negra. En cambio, con Bioy Casares es muy directo: “Alguna vez se me ocurrió una diferencia entre Borges y usted, él habla como escribe, usted escribe como habla”, le dispara y Bioy lo festeja. Pero si el libro es conjunto heterogéneo de información y revelaciones sobre el arte la entrevista con Rodolfo Walsh en un encuentro fechado en 1972, deja en claro como un reportaje da lugar a conceptos y al mismo tiempo habilita repensar lo que se daba por sentado.

Ambos escritores y periodistas coinciden en no ver a los géneros como fronteras infalibles y mucho más que eso, cómo hacer para derribar muros cuando de escritura se trata. Walsh se pregunta “¿Para quién estoy escribiendo”?, y así se explica cómo nació Operación Masacre que en principio se publicó en 50 números del periódico de la CGT de los Argentinos. De esas entrañas rebeldes comenzó a escribir con libertad total no ficción, crónicas y testimonios a pesar de que en ese entonces sólo se elogiaban sus cuentos de Variaciones en Rojo. Así las cosas, algo llama la atención de Briante, va muy seguro a cada cita, ya tiene una idea integral de lo que va a preguntar y nunca deja que la admiración lo nuble o disipe el objetivo de su trabajo. Por eso el libro resulta ameno; ágil pues va de una estética a otra en el caso de los pintores y como ante un gran cambio de frente que se hace en el fútbol, aquí nadie se aburre porque el que tiene las riendas siempre es Briante. Y que sea escritor le agrega un plus de autoexigencia, rigor y claridad en el pensamiento, rasgos que aun dentro de su estilo único y trabajado, aparecen sin dudas en libros como Kincon o Las hamacas voladoras

No constituye un dato menor enumerar algunos de los medios periodísticos en que ejerció diversas funciones: jefe de Redacción de la Revista Confirmado y El Porteño, también trabajó en Primera Plana y en el diario La Opinión y desde 1987 en diferentes secciones de Página12. Conversa y pregunta, analiza y escucha, ve la producción cultural en sus despliegues y contradicciones, siempre atento a cómo opera el mercado en cada época. Briante va al encuentro con Litto Nebbia y Enrique Cadícamo; el rosarino tenía en ese entonces 45 años y Cadícamo 94. Entrevistar a dos personajes de tanto peso y a la vez es de por sí difícil, pero es tan cálida la reunión que da lugar a entender que los prejuicios sobre los abordajes disímiles en la música popular no impiden la fusión en la obra y la admiración mutua.

 

Al pasar las páginas del libro se tiene la sensación de que se pinta un mundo a punto de desaparecer, una forma de vivir en estado de poesía, de pintar con la paleta plena y viva de colores, de narrar como una forma de existencia. Ya no está más la antigua bohemia del bar La Paz, El Bárbaro en el Pasaje Tres sargentos pero Briante se lo dice sin vueltas a María Moreno: escribir claro, sencillo, corto. Quien lea este libro agregará su propio condimento pero aquí están los artistas que dejaron huella en un país que no morirá.