Después de una primera década marcada por gobiernos antineoliberales en América Latina, que han proyectado a Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales y Rafael Correa como los grandes líderes de la izquierda en escala mundial, la derecha ha retomado la iniciativa y la ofensiva en la segunda década del siglo. Logró aislar al gobierno de Nicolás Maduro, erigir a Mauricio Macri, imponer una derrota a Evo Morales, tumbar a Dilma Rousseff, tomar preso y condenar a Lula, erigir a Bolsonaro, revertir la victoria en Ecuador y erigir a Iván Duque y Sebastián Piñera. El escenario político latinoamericano ha cambiado radicalmente en la segunda década del siglo. Fueron cambios concomitantes con los que se daban a escala mundial, con la elección de Donald Trump, el Brexit, gobiernos derechistas en Italia, en Polonia, en Hungría.

La ofensiva derechista perdió aliento, con Johnson perdiendo la mayoría en el Parlamento, con Trump teniendo que deshacerse de Bolton, su “señor de la guerra”, así como teniendo que pasar a la defensiva con el impeachment. Con la derrota del gobierno derechista en Italia, con la elección de un gobierno socialista en España, a la vez que Netanyahu no logra organizar gobierno en Israel. En la misma América Latina, la situación volvía a tener cambios en la dirección progresista, con la elección de López Obrador en México.

La agenda mundial, que había asumido tonos conservadores, con retrocesos profundos y con los dos liderazgos del bloque occidental de hace más de un siglo en retirada respecto de la globalización, ha dejado un vacío de conducción, da síntomas de agotarse. Trump tiene que cambiar las formas más radicales de enfrentar los conflictos externos. Johnson no puede implementar la salida salvaje del Brexit. Un gobierno socialista en España rompe con el aislamiento del gobierno de Portugal.

En Argentina, la espectacular victoria de Macri hace cuatro años, con el restablecimiento del modelo neoliberal, llevó su gobierno a un no menos espectacular rechazo, confirmando la incapacidad de ese modelo de conquistar bases sociales estables de apoyo. Ha confirmado que la derecha no tiene alternativa a ese modelo, que promueve los intereses del capital financiero a expensas de los derechos de la gran mayoría de la población. Por ello se agota rápidamente y fracasa.

El escenario lationamericano vuelve a cambiar, con posiblemente dos de los tres principales países latinoamericanos --México y Argentina-- con gobiernos progresistas, antineoliberales, aislando al gobierno de extrema derecha de Brasil. En Bolivia Evo es favorito para reelegirse en primera vuelta, mientras la disputa en segunda vuelta está abierta en Uruguay.

La contraofensiva conservadora va así perdiendo fuerza, demostrando que no tiene propuesta ni para que la economía global vuelva a crecer, ni que los focos de guerra sean pacificados, tampoco que las desigualdades disminuyan en el mundo y en cada país. Tenemos un mundo en el que los focos de guerra se multiplican, en el que llega un nuevo ciclo recesivo, en el que los gobiernos son cada vez más inestables, los organismos internacionales cada vez más desgastados, un mundo cada vez más inseguro.

Las viejas potencias imperiales demuestran ser incapaces de conducir el mundo a un futuro mejor. Los discursos de odio y de guerra tienen como respuesta acciones violentas e inestabilidad política todavía más grande.

Nadie se ocupa del mundo. Cada gobernante de las grandes potencias piensa en los intereses inmediatos de su país. Los más fuertes saben defenderse, la gran mayoría de la humanidad se siente desvalida, entregada al hambre y a la miseria. Los conflictos bélicos siguen produciendo muertos e inmigrantes, rechazados por los mismos países responsables de esas guerras.

 

El impulso conservador pierde aliento, porque no tiene qué proponer, sino más violencia y más ganancias para el capital financiero. Sus gobiernos se agotan rápidamente y fracasan. Pasa ello con Trump y con Johnson, con Salvini y con Macri.