Cuando la diferencia entre una primera y una segunda edición estriba en casi cuatrocientas páginas, el lector no puede sino preguntarse si se trata o no del mismo libro. La investigación realizada por Germán Gil en los años ochenta se vuelve a publicar ahora con un desarrollo mucho mayor gracias a la enorme disponibilidad de documentación que, cuando Gil publicó su libro en el Centro Editor de América Latina, en marzo de 1989, no había modo de consultar aún. Por otro lado, su editor le exigió en aquella oportunidad que “podara” su investigación de manera que no excediera las ciento veinte páginas. No había presupuesto para más. Luego de treinta años, Gil reelabora su propio trabajo contribuyendo al ánimo de reapertura de los debates sobre lo que significó la resistencia peronista, las luchas que dieron lugar a la conformación de una “izquierda peronista” y su dimensión histórica.

A través de un criterio de periodización que divide el estudio entre una “etapa insurreccional” (1955-1960), una “etapa centrífuga de reformulación” (1960-1969) y una “etapa centrípeta de la organización armada” (1969-1976), Gil recorre correspondencias, entrevistas y publicaciones. La insuficiencia de los elementos insurreccionales se pone de manifiesto con el fracaso de la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos, en enero de 1959. Obreros con cuchillos contra militares con ametralladoras. Sin embargo, al mismo tiempo, Mataderos se levanta contra las fuerzas represivas “y el espectáculo adquiere el cariz de una lucha civil contra un ejército de ocupación: gente que tira agua hirviendo, desde arriba, barricadas en las calles, comercios cerrados, participación de los vecinos en los combates”, escribe Gil. 

Algunos testimonios dan cuenta de una idea que hoy nos parecería extraña: hasta entonces, se consideraba que la policía “era peronista”, puesto que era la misma policía del gobierno de Perón. La toma de conciencia de la estructura ideológica de los aparatos de represión del Estado será un componente más para la construcción de la izquierda peronista como tal. En forma espontánea, apasionada pero inorgánica, el peronismo se reestructura en otros espacios: las “cocinas” pasan a ser el lugar de reunión por excelencia, con “la heladera como legado de la justicia social”. En una nota al pie, Gil escribe que “de acuerdo al testimonio de Envar El Kadri, la primera operación de la Juventud Peronista (propaganda armada sobre los monoblocks del Barrio Aeronáutico) se planeó en una cocina, y en la noche de la operación fue una cocina el lugar elegido para la concentración”. En las cocinas -insiste Gil- “se recompone el peronismo”. La izquierda peronista se va formulando “lenta, vacilante y llena de contradicciones”, escribe Gil. El libro analiza la evolución ideológica de Cooke, el influjo de la Revolución Cubana en el Movimiento Nacional, el aporte de “Tacuara”, el “Operativo Retorno”, el “Cordobazo” y otros acontecimientos. Un “Apéndice” incluye documentos entre los que se destaca la nota editorial “Ante la muerte de José Rucci”, publicada por El Descamisado: “acá somos todos culpables, los que estaban con Rucci y los que estábamos contra él; no busquemos fantasmas al margen de quienes se juntaron para tirar los tiros en la Avenida Avellaneda, pero ojo, acá las causas son lo que importa”, escribe Dardo Cabo allí.

En Montoneros y la memoria del peronismo, Rocío Otero -Doctora en Ciencia Sociales, UBA-CONICET- hace un análisis detallado del modo en que las distintas figuras del peronismo funcionaron como aglutinador simbólico en la autopercepción de Montoneros. El 17 de octubre, el lugar de Evita, las tensiones ideológicas con Perón y el pasado de resistencia peronista son los elementos principales del estudio de Otero. La autora observa de qué modo van apareciendo las figuras del peronismo en las publicaciones de la organización: “Este 17 Montoneros vence”, o “Expresémonos como podamos para hacer del 17 de octubre una jornada de lucha!!”, Evita Montonera N°19, en septiembre/octubre de 1977.

En el capítulo sobre Eva se hace hincapié en el impulso que la abanderada de los humildes habría puesto en la “creación de milicias obreras”. Luego de un intento de derrocar a Perón el 28 de septiembre de 1951, se realiza una reunión -a instancias de Evita- en la que participa José Espejo -Secretario General de la CGT- y se decide la compra de pistolas y ametralladoras con fondos de la Fundación Eva Perón, con el objetivo de defender el gobierno peronista de las amenazas golpistas. El peronismo revolucionario sería entonces heredero (simbólico) de las milicias obreras que en su momento no llegaron a empuñar las armas para defender a Perón como quería Evita.

La militancia política de FAR y Montoneros fue un modo de transitar y recuperar las memorias del peronismo al mismo tiempo que una búsqueda situada -en clave revolucionaria- del cumplimiento de un proyecto político que había sido arrancado, proscripto y perseguido. Las publicaciones de Germán Gil y Rocío Otero sirven para reanimar la discusión sobre la lucha armada y la especificidad de la izquierda en el seno del hecho maldito del país burgués.