En las últimas semanas ha circulado información (ya confirmada) sobre el faltante de hormonas para los tratamientos de hormonización. Pibes y tipos trans que se atienden en el sistema público, han denunciado que en diferentes dispositivos de salud les dijeron que el Estado no está distribuyendo testosterona gel o inyectable, que son los formatos en los que la hormona está disponible en nuestro país. Testimonios de mujeres trans y travas dan cuenta de que, en algunos centros de atención, les han reemplazado los bloqueadores de testosterona por pastillas anticonceptivas y diuréticos. 

El faltante de hormonas y bloqueadores responde a una política del actual gobierno, quien apuesta directa e indirectamente a nuestro exterminio. Esta política cuenta con el aval de amplios sectores de la sociedad, quienes nos quieren imponer permanentemente su régimen de género.

Es evidente que el avance de las iglesias evangélicas en la región, un gobierno neoliberal que considera la salud pública como un gasto (y por demás prescindible), el conservadurismo católico y colonial que se mantiene potente en Latinoamérica y los medios de comunicación que continúan criminalizando a travestis y trans*, nos siguen empujando a la precariedad y los márgenes. Sin embargo, hay dentro de nuestros espacios discursos más sutiles que también le hacen el juego a estos frentes conservadores a través de otras herramientas como la patologización o la crítica impune sobre la autonomía corporal del colectivo trans*/trava, poniendo el foco en nuestros cuerpos y no en el ajuste neoliberal. Ocupándose de hablar por nosotr*s en vez de acompañarnos a defender un derecho ya adquirido. Las tecnologías de género – es decir, toda aquella forma de intervención corporal creada para “construir y afirmar” los géneros - parecieran ser cuestionadas únicamente cuando las usamos trans* y travestis. 

Resulta irónico que se defienda, recomiende y reivindique el uso de anticonceptivos, pastillas del día después o incluso el misoprostol para regular la posibilidad de embarazos; o que sea algo bastante común las cirugías estéticas de nariz, labios o pechos, mientras que una mastectomia siga percibiendose como si estuvieramos jugando una pulseada contra el destino "natural". Y así, mientras las hormonas que utilizamos quienes decidimos acceder a este tipo de procedimientos caen en la volteada de un ajuste deshumanizante por el gobierno macrista, paralelamente son impugnadas de forma pública por supuestxs "aliadxs” con discursos revictimizantes, como los que refieren al amor propio (o falta del mismo) e incluso la idea de un cuerpo natural (solo aplicada a nuestro colectivo). El cisexismo y la transfobia imponen pensar, entre otras violencias, que las únicas personas que construyen un género somos l*s trans* y travestis y por ello se nos castiga. El cisexismo privilegia las vidas de las personas cis por sobre la vida de las personas trans y por eso nos silencia.
 

Pero en la comunidad trans y travesti nos venimos organizando. Entendemos que defender el cumplimiento de la Ley de Identidad de Género y el acceso a la salud integral no es imponerle a nadie cómo construir su corporalidad y su subjetividad, sino garantizarnos el acceso seguro y gratuito a las opciones en relación a esa construcción, para quienes así lo necesitamos y deseamos. Esto es justicia social: garantizar que un procedimiento sea en condiciones de salubridad, con información clara y acceso pleno. Cuando el Estado se niega a cumplir con la Ley de Identidad de Género, pone nuestras vidas en riesgo. Cuando el gobierno niega derechos humanos como el acceso a la salud, se los niega a todxs, sean o no usuarixs de los mismos, porque para que una ley sea un derecho y no un privilegio, requiere instituirse potencialmente aplicable a la totalidad de la población. En la Ciudad de Buenos Aires y en el Conurbano Bonaerense, en La Plata, en Córdoba y seguramente en muchos otros lugares de Argentina, las personas trans*, travestis y no binaries nos venimos encontrando. Porque sabemos que la salida a este y todos nuestros conflictos es colectiva. Porque no vamos a dejar que nos conviertan en otra variable de ajuste y porque sabemos que al closet, al biologicismo y al calabozo, no volvemos NUNCA MAS.