Terminó uno de los capítulos más tristes de la historia argentina. No admite comparaciones salvo para decir que fue la decisión popular la que decidió cerrar esta etapa conducida por una fuerza política que se caracterizó por sembrar odio y alimentar el miedo, usar todos los recursos -legales e ilegales, legítimos e ilegítimos- para borrar a sus adversarios del escenario. Simultáneamente "el mejor equipo de los últimos cincuenta (y cuatro) años" nunca dejó de ejercer hasta el hartazgo todas las variantes del mayor cinismo, afirmando su "republicanismo" y respeto a la "institucionalidad", atropellando hasta la provocación los límites de la legalidad y mintiendo sin pudor acerca de lo evidente hasta para los propios.

Sin duda fue un gobierno de clase. Porque acumuló privilegios para los propios pero, sobre todo, porque alimentó por todos los medios a su alcance el resentimiento contra los pobres.

Finalmente el gobierno terminó cocinado en su propio caldo. Pretendió construirse sobre el desprestigio y el rechazo a las gestiones anteriores, y terminó cosechando el rechazo de los indignados de todo tipo. También de parte de muchos que los habían favorecido con su voto hace cuatro años.

Durante este tiempo, y mientras perdía el rumbo, el macrismo y sus aliados radicales, construyó su propio ostracismo apoyado en el blindaje de los medios más poderosos, en encuestas amañadas, focus group y ejércitos de trolls financiados con dinero del Estado.

Pero no perdió solamente Mauricio Macri y su equipo de gobierno repleto de ejecutivos de empresas. Perdieron también los medios y los periodistas que hay, al mejor estilo de los "panqueques", se dan vuelta en el aire para reacomodarse sin ni siquiera ruborizarse en el nuevo escenario.

El daño generado a la sociedad argentina, en lo económico, en lo político, pero también en lo ético y en lo cultural, es difícil de medir en este momento. Habrá que analizarlo con el paso del tiempo pero, sin lugar a dudas, es de enorme magnitud.

En la misma medida hay que valorar y ponderar la capacidad de reacción popular ahora expresada en la urnas. Pero más allá de eso también la madurez política -y la paciencia digna de filosofía oriental- para soportar las provocaciones, los exabruptos, la reiteración de las mentiras y -vale la pena repetirlo aunque agote- el cinismo demostrado por los voceros del gobierno. Por los tradicionales y por los recién llegado como el candidato a vicepresidente Miguel Angel Pichetto, cuya performance resulta especialmente patética en vista de sus antecedentes e historia política.

Fue el candidato ultra liberal José Luis Espert, ex aliado de Macri, quien en campaña reivindicó el "voto calificado". El hasta hoy Presidente no lo dijo, pero es seguro que a la vista de los resultados lo habrá pensado más de una vez. Forma parte de su forma de entender el mundo. Clara expresión de ello fue su reacción posterior a la PASO señalando acusatoriamente a la ciudadanía por el voto que no lo favoreció y haciendo a los votantes responsables de los males que el mismo y su equipo generaron. Habrá que ver qué hace Macri desde ahora hasta la entrega del mando en diciembre: es un periodo demasiado largo si se tiene en cuenta la impericia, la falta de sentido elemental y, a no perderlo de vista, la malicia política y social que encarna quien ocupa la Casa Rosada. Las nuevas autoridades pero la ciudadanía en general tendrán que mantenerse alertas y vigilantes y pedir cuentas en cuanto corresponda.

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