Alejandro Domínguez Wilson-Smith, el presidente de la Conmebol, acuñó la frase "fútbol en todas partes". Lo que no explicó bien es en qué partes. Desde que el fútbol está mediado por la televisión y las corporaciones que lo alimentan, desde que crece sin techo y ha levantado su propio imperio, en nombre de él puede hacerse cualquier cosa. Incluso cuando se trata del fútbol sudamericano. 

Tan desprestigiado como ahora rentable. Cuando se decidió jugar la final de la Copa Libertadores a un solo partido y en cancha neutral, la inestabilidad política regional no había crecido hasta los límites que se conocen hoy. Con Chile sitiado por los carabineros y un Piñera con nostalgias de Pinochet, Bolivia en plena escalada hacia un golpe de Estado, Brasil gobernado por el führer Bolsonaro, Colombia sumida en la violencia, Ecuador que viene de una revuelta contra el neoliberal Lenin Moreno, Venezuela asediada con su diáspora incesante, y Argentina quebrada y socialmente diezmada, Perú, Paraguay y Uruguay parecen países tranquilos. Por eso se barajaron como posibles sedes del partido entre Flamengo y River del 23 de noviembre. Finalmente se optó por Lima donde la violencia ciudadana se tornó incontrolable. En América del Sur el fútbol se jugó siempre con este tipo de conflictos. No resiste una planificación demasiado anticipada.

La idea de organizar la final de la Libertadores en una única sede se copió del formato que tiene la definición de la Champions League. Ya la había anticipado el dirigente paraguayo en 2016: "Me gustaría la posibilidad de, en un tiempo corto, tener una sola final y que se pueda ir moviendo dentro de los 10 países". Por las razones políticas apuntadas, en la actualidad quedaron reducidos a tres. Pero Domínguez insiste con que el fútbol debe llegar a todas partes, como si ya no hubiera invadido todo, omnipresente como es en la sociedad del deporte espectáculo.

En un workshop de la Conmebol realizado en marzo pasado en Buenos Aires, el director de Competencias de Clubes de la Confederación, Fred Nantes, anunció: "Este año tenemos la organización de 380 partidos entre Libertadores, Sudamericana y Recopa y debemos mirar hacia adelante para hacer bien esta etapa".

Los dirigentes de la Conmebol nunca hubieran imaginado el escenario de inestabilidad que se adueñó de la región. Y menos en Chile, donde el elogiado modelo de desarrollo trasandino –elogiado por los propaladores del neoliberalismo– le estalló en la cara al presidente, ex dueño del club Colo Colo y amigo de Mauricio Macri. A Domínguez Wilson-Smith y los dirigentes que piensan como él, se les antoja que Sudamérica es Europa en este momento de la historia. Al menos en el idioma futbolístico que hablan. Lo experimentaron el año pasado cuando llevaron la final de la Copa a Madrid después de que se suspendiera el partido de vuelta entre River y Boca en Núñez. Fue tal el rechazo que provocó esa iniciativa, que ahora descartaron de plano las sedes de Miami y Doha, en Estados Unidos y Qatar, porque hubieran dinamitado la final actual por unos cuantos millones de dólares.

La Conmebol nada en dinero. Lo dijo su propio presidente este año en su último Congreso: "No somos la confederación más generadora de dinero, pero si las que más plata destina porcentualmente por país, en el mundo". Este año la Copa Libertadores distribuyó 211 millones de dólares en premios, contra los 70 que se habían repartido en la edición anterior. El campeón será premiado con 12 millones por ganar el título, el subcampeón con la mitad y cada uno embolsará el 25 por ciento de la recaudación neta de la final en Lima. Los únicos que perderán serán los hinchas de River y Flamengo que deberán viajar casi el mismo tiempo de vuelo –un poco más los brasileños– y desembolsar un dinero que solo una minoría podría pagar en sus respectivos países.

Trasladarse desde Buenos Aires a la capital peruana según una plataforma de viajes y turismo (Kayak.com) cuesta 81.551 pesos a la hora de saldar el vuelo y obliga a pagar 1.419 pesos diarios para alojamiento si se va el viernes 22 y se regresa el domingo 24. Las distancias en nuestro continente marcan una de las grandes diferencias con Europa. Viajar desde Río de Janeiro o nuestra Capital Federal hasta Lima demanda más tiempo que un traslado de Madrid a Estambul, donde se jugó la última final , cruzando Francia, Italia, Croacia, Serbia y Bulgaria (4 horas, 15 minutos). Pero además es mucho más caro. Un vuelo por aquel trayecto europeo puede costar entre 10 mil y 15 mil pesos argentinos en una low cost, casi siete veces menos que ir desde Ezeiza al aeropuerto Jorge Chávez limeño.

Si un hincha de Flamengo quisiera ahorrarse unos reales y cruzar el continente sudamericano a lo ancho, desde el Atlántico al Pacífico, podría hacerlo en bus durante cuatro días y medio por el Expreso Internacional Ormeño en un viaje de 102 horas y 6.300 kilómetros. Si el que se aventurara fuera de River tardaría un 30 por ciento menos. Setenta horas en casi tres días. Desde Retiro salen micros semi-cama que por un viaje de ida cobran 9000 pesos. Como fuera, en cualquier caso serían desplazamientos épicos.

Parece cierto lo que Domínguez Wilson-Smith pregona: "Es imposible que la Libertadores se parezca a la Champions. Somos dos continentes que vivimos el fútbol de manera completamente distinta". Es cierto pero no por lo que él afirma, y sí por los costos de traslado que tienen los hinchas sudamericanos, el maltrato a que son sometidos y la inestabilidad política de sus países. Pero además, deberían sublevarse por los privilegios exclusivos de los patrocinadores de la Conmebol que tienen prioridad para comprar hasta 4.000 entradas antes que los socios y abonados de cada equipo. También se les entregan hasta 550 localidades que se ceden de manera gratuita en las ubicaciones de mayor categoría en cada cancha. "En ningún partido tendrán preferencia, en cuanto a las mejores ubicaciones del estadio, los socios o los abonados del club local sobre los Patrocinadores Oficiales del torneo y la CONMEBOL", dice el reglamento de esta última.

Los derechos de las ediciones 2019-2022 de sus principales competencias, la Conmebol los entregó dividiendo el continente en dos amplias áreas comerciales: Brasil y lo que se llama Latinoamérica hispano parlante. También separó los derechos que otorgó de la Libertadores y la Copa Sudamericana. Por la primera y en territorio brasileño los adjudicatarios son Globo, Fox Sports, Sport TV y Facebook. En el resto de Sudamérica se repiten las mismas compañías menos Globo, de la poderosa familia Marinho. Además de los ingresos que recibe por derechos televisivos, la organización que preside Domínguez Wilson-Smith tiene nueve sponsors para la Copa Libertadores: Bridgestone, Rexona, Gatorade, Qatar Airlines, Amstel, Betfair.net, Banco Santander, Mastercard y Tag Heuer.

El día de la final, Lima, la ciudad elegida, recibirá tres eventos de convocatoria masiva además del partido. El festival Vivo por el rock 2019 en el estadio de San Marcos, que se estima convocará a 50 mil personas, el show musical Una noche de salsa 10 en el estadio Nacional, que podría llevar más de 20 mil espectadores, y el concierto de un conocido cantante de pop latino y reguetón, Sebastián Yatra, en el Jockey Club, muy próximo al estadio Monumental donde jugarán River y Flamengo con capacidad para 80 mil hinchas. Quienes viajen desde el exterior corren un riesgo adicional: llegar tarde al partido en una ciudad de 8,5 millones de habitantes y la tercera con más embotellamientos del mundo.

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