Desde París

Hay ideas y principios cuya defensa, en la calle, requieren un coraje y una convicción inalterables. Las cerca de 14 mil personas que este domingo 10 de noviembre salieron a manifestar en París contra la islamofobia pertenecen a esa estirpe. En un contexto político social extremadamente discriminatorio con los musulmanes y tanto más enardecido cuanto que la extrema derecha saca su mejor tajada electoral de la retórica anti musulmana, la idea de movilizarse contra la intolerancia hacia el islam funcionó como una granada de desfragmentación que fracturó a todo el arco progresista. Un sector de la izquierda francesa se sumó a la marcha que recorrió las calles que van desde la Gare du Nord hasta La Nation mientras otros sectores se abstuvieron porque no comparten la noción misma de islamofobia. Hay, sin embargo, un rechazo cotidiano y manifiesto a todos los signos del islam que se traduce diariamente por incontables agresiones y discriminaciones. ”Vivir juntos es algo urgente”, ”si a la crítica de la religión, no al odio del creyente”, decían algunas de las muchas pancartas desplegadas por los manifestantes.

El miedo al islam, la desconfianza hacia los musulmanes, se han diseminado en toda la sociedad. A veces da lugar a un rechazo frontal, otras a un mayoritario racismo sutil y, de forma aún más masiva, a una suerte de miedo y desconfianza que terminan por ser excluyentes. 

Miradas recelosas en el Métro, distanciamiento, discriminación laboral, sospechas permanentes o directamente ataques con armas de fuego como el perpetrado contra una mezquita de la localidad de Bayona son una realidad que se ha arraigado profundamente. 

La idea de los organizadores de la marcha consistió precisamente en colocar esa temática en circulación. El intento terminó embarrado por la polémica que suscitó el empleo de la expresión islamofobia cuya utilización tramposa se le atribuye a los movimientos islamistas como los Hermanos Musulmanes como parte de su estrategia de conquista política de las sociedades de Occidente.

 La manifestación surgió de dos incidentes y de una tribuna publicada el pasado primero de noviembre por el diario Libération y firmada por varios referentes de la izquierda. El incidente inicial se produjo el pasado 11 de octubre cuando un miembro del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional (ex Frente Nacional) le exigió a una madre que acompañaba a su hijo a una excursión escolar que se sacara el velo. El segundo intervino el pasado 28 de octubre cuando un hombre abrió fuego contra la mezquita de Bayona e hirió a dos personas. La tribuna del diario Libération donde se convocaba a la marcha de este domingo funcionó como un revelador de las arenas movedizas sobre las cuales se mueve la izquierda cuando se trata del islam. Para una izquierda, salir contra la islamofobia era un despropósito ya que a nadie se lo puede calificar de racista si en vez del islam rechaza el budismo o el cristianismo. Para la otra, el término pone en tela de juicio el principio de laicidad cuya ley, votada en 1905, asegura la libertad de culto y la neutralidad del Estado ante las religiones. Algunos sectores reclamaban más bien que se manifestara contra la discriminación de los musulmanes sin pronunciar la palabra islamofobia. Al final, en vez de unirse, la izquierda se desgarró.

La palabra recién ingresó en el año 2005 en el célebre diccionario Le Robert, donde está definida así: ”forma particular de racismo dirigida contra el islam y los musulmanes”. Sin embargo, los atentados contra el semanario Charlie Hebdo en enero de 2015 y luego la ola terrorista que azotó a París en noviembre del mismo año legitimaron en cierta forma el miedo y el rechazo al islam. No faltaron comentaristas de izquierda y de derecha que asumieron públicamente su islamofobia distinguiéndola de toda forma de racismo.

La polémica suscitada por esta manifestación del domingo está atravesada por un sin fin de temores y contradicciones. Entre quienes la convocaron se encuentra el Collectif contre l’islamophobie en France, CCIF (Colectivo contra la islamofobia en Francia), a quien se acusa de estar bajo la influencia de los Hermanos Musulmanes y de asumir una línea “comunitarista”, es decir, la promoción de una existencia dividida según las pertenecías étnicas o religiosas. Ello explica la declaración del líder del partido de izquierda radical Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, para quien “no hay que confundir a algunas personas con el valor de la causa que se sirve”. En el otro extremo del tablero político, Marine Le Pen, la líder de la ultraderecha francesa, acusó a quienes asistieron a la marcha de ir “mano a mano con los islamistas, es decir, con aquellos que desarrollan en nuestro país una ideología totalitaria que apunta a combatir las leyes de la República francesa”. El islam, como tal, se ha instalado ya no sólo como variable de división sino, también, como un incalculable negocio político muy provechoso para todos los extremos, sea el de la ultraderecha o el de los islamistas radicales.