La entrada es entre choripanes que se asan y Hamlet canturreando a Wos, que suena en los parlantes. Les espectadores tienen que atravesar la platea en penumbras, subir al escenario y sentarse mirando las butacas vacías, como si se metieran en esa casa: está por empezar Ojalá las paredes gritaran, una versión del clásico shakespeareano con eje en la relación del protagonista con su madre, en el marco de la cultura millennial. “Lo que atrae es el conflicto central: un pibe atravesado por las problemáticas actuales”, explica Julián Ponce Campos , que la rompe encarnando a Hamlet, sobre esta obra que está los martes a las 20.30 en el Metropolitan (Av. Corrientes 1343).

La puesta para este drama familiar es la casa donde Hamlet vive con su madre Gertrudis, y ahora también con su tío Claudio, que se casó con ella tras la muerte / el asesinato del padre del pibe, en una cena en la que le ofrecen a Hamlet entrar a trabajar a la empresa familiar. Un living opresivo donde todo es tensión y un balcón que da cierto aire donde fugar hacen el espacio donde sucede esta historia, con el público a centímetros. “La idea es salir del Hamlet tradicional, porque la mayoría de las veces se hace con actores de más de 30 años”, analiza Ponce Campos, y asegura que está bueno contarlo con la figura de un “Hamlet millennial porque acerca la obra a espectadores que sin conocer, por prejuicio social, creen que es algo para determinado público”.

La adaptación de Paola Lusardi trae una obra de principios del siglo XVII a nuestros días. El Hamlet millenial grita ¡Viva Perón! como gesto de rebeldía, sueña con ser influencer cuando le ofrecen trabajo en la empresa familiar y rapea su crisis existencial y el enfrentamiento con su tío. “Creo que hay una gran revolución que estamos viviendo, social y política, relacionada con los pibes. Lo que está pasando con Wos o con Ofelia Fernández . Los pibes de a poquito van tomando el mando. Me parece que esta obra habla un poco de eso, porque a Hamlet le ofrecen la empresa y él no quiere ser parte de eso, pero decide tomar el mando en la familia de otra forma. Me parece interesante mostrar que uno se puede rebelar”, se ceba.


Tu trabajo tiene un despliegue físico y actoral muy importante. ¿Cómo salís del teatro después de esa hora y media tan intensa?

--Lo más importante es ese después. Si después de todo eso me puedo ir a tomar una cerveza con mis amigos, estoy bien. Si no, me es muy difícil. No puedo terminar de actuar e irme a mi casa. Hay que parar la cabeza. Hace dos años que estoy haciendo eso, así que la obra ya la tomo con cierta naturalidad, pero necesito un momento de relajación después. Bajar un poco, porque si no te estalla el cerebro. Es mucha información, mucho desgaste físico y emocional, y tengo que bajar.

Ojalá las paredes gritaran llegó al Metropolitan después de tener funciones en la casa de la directora para 30 espectadores. Quisieron conservar sí o sí esa intimidad con el público, confiesa el protagonista, y por eso armaron la platea sobre el escenario. “Hay gente que piensa que por estar en la calle Corrientes llegás, como si fuera la primera división y el teatro alternativo la segunda. Pero calle Corrientes le debe mucho al under porque sin la investigación que tiene el teatro independiente, la calle Corrientes no existiría. Del teatro independiente surgen muchas cosas que el comercial no se permite porque pone en primer plano lo económico. Pero pueden surgir cosas maravillosas aunque no sean extremadamente rentables”, compara.

Ponce Campos tiene 24 años y labura en la boletería del Teatro Picadero. Fue a clases de actuación a los 11, aunque no duró mucho a esa edad. Las tablas son su vida, y sabe bien por qué: “Me aburre muchísimo trabajar”, arranca y se ríe, aunque reconoce que disfruta trabajar en el teatro. “Me parece terrible que naturalicemos la cotidianeidad de ir a un lugar, estar ocho horas y tener quince días de vacaciones por año“. Con el teatro se dio cuenta de que había otra forma: “Es increíble que uno se pueda dedicar a jugar. Si lo puedo elegir, voy a hacerlo toda la vida. Se pueden imaginar muchos mundos posibles, entrar y ser otra persona, y volver a salir”, plantea este Hamlet millennial.

Hoy Julián disfruta de ser parte de una de las mejores propuestas del teatro alternativo. “Es una forma de expresar políticamente mi lugar en la sociedad, una bajada de línea cultural. Lo ideal sería que el teatro se pueda ampliar, que es lo que este sistema no quiere y el gobierno que se va tampoco quiso”, observa. Y agrega que “Hamlet le dice al público que si el rey levanta la espada, nosotros tenemos que ser más fuertes y bajarle el brazo”, se entusiasma.

“Es lo lindo de no entrar en el sistema tradicional. Ojo: tengo ropa de marca, celular, no me hago el pelotudo. Pero entrar en la cotidianeidad de ir a una empresa, marcar tarjeta, que alguien pueda cagarte a pedos... no quiero eso. Prefiero mil veces jugar”, concluye antes de empezar a laburar.

* La últimas tres funciones del año de Ojalá las paredes gritaran serán el martes 12, el martes 19 y el miércoles 20 de noviembre a las 20.30 en el Metropolitan, Av. Corrientes 1343.