Antes de dar la estocada final, el baterista Alexander Sowinski, devenido en todo un matador (apelando a la cada vez más inutilizable, aunque románticamente intacta, jerga taurina), recordó lo que había advertido en el inicio del show “Están en el universo de BadBadNotGood, por lo que pueden hacer lo que quieran: bailar, saltar o festejar”. Si bien la licencia fue atendida a cabalidad, también era posible arrimarse a la contemplación. O a la introspección. Y es que el cuarteto canadiense, al mejor estilo de la Orquesta Típica Fernández Fierro, ofreció una versión oscura, arrabalera, punk y hasta espectral de su identidad musical. La antítesis de su estreno en Buenos Aires, en el que se comportó como una banda de nerds cancheros y sabelotodos. Si esos dos Niceto Club de 2017 dejaron un sabor lumínico de su último álbum de estudio, el aclamado IV (2016), en la noche del domingo en Vorterix amenizaron una bacanal de inframundo que se pareció a lo que realmente son: la respuesta incorregible del jazz manufacturado en este siglo.

Mientras que sus colegas de Snarky Puppy simbolizan la pulcritud y el elitismo, por lo que la base de su público es erudita, BadBadNotGood reúne a los desadaptados. A todos aquellos que no tienen educación jazzera, pero encuentran en la propuesta de la agrupación puntos en común con el hip hop, la psicodelia y la música electrónica. Y eso incomoda a los ortodoxos porque desolemniza al género, lo vuelve mortal y accesible. Pero, al mismo tiempo, los conecta con la libertad y la experimentación al palo. Tal como lo evidenciaron en “Boy Lee”, novel tema en el que, en sintonía con la escuela freejazerra de Pharoah Sanders, trae al presente la reflexión acerca del nacimiento, la evolución y el desenlace. Al igual que la vida misma. Será porque son jóvenes (andan por los 23 años) que se hacen cargo de su desfachatez. No obstante, previamente a que el recital largara con el fantasmagórico “Speaking Gently”, partícipe del disco IV y recibido con el ímpetu afín al de la hinchada cuando saluda a su equipo al entrar en la cancha, Khruangbin había dejado la vara muy arriba.

El trío estadounidense largó en calidad de principal atractivo de la fecha, por su condición de debutante en los escenarios porteños y porque aterrizó en Ezeiza con la chapa de artista sensación de la actual música indie. Y todo esto sin pronunciar muchas palabras debido a que se trata de un artista que apeló por un concepto instrumental y redentor. A pesar de que sus orígenes lo ubican ahondando en la lisergia sonora tailandesa, lo que consta en temas del calibre de “August Twelve” y “Dern Kala”, de su primer álbum, The Universe Smiles Upon You (2015), el grupo creado en 2011 en Houston comenzó a beber de la psicodelia iraní que se produjo antes de la consumación de la Revolución islámica. Pero manejan tan bien los misterios del onirismo que fueron capaces de tender un puente entre Oriente y Occidente en el que funk tiene el mismo peso. Justo en esa clave comenzaron su actuación con “Bin Bin”, al que le secundó otro de impronta más seductora: “Mr. White”. Aunque ya en el soulero “August 10” subió la temperatura, lo que se hizo sentir en la sala. 

La bajista Laura Lee, exmaestra de matemática que se robó aplausos y atenciones a lo largo de la hora de performance, es una experta en el arte de la cadencia, y el violero Mark Speer entiende las posibilidades alusivas y enlazadoras de su instrumento. Por eso en su hit “María también”, en pleno compás hiphopero cabalgado por el impávido baterista Donald “DJ” Johnson, fue capaz de clavar al ángulo el clásico surf rock de Dick Dale “Misirlou”, para de vuelta poner un pie en Asia y otro en la frontera con México. Fue como un recordatorio de que la teoría de los seis grados de separación se aplica también a la música. Es tan trotamundos lo que hacen, pese a que parezca de nicho, que en el último tramo de su show se subieron al funk hechicero “Evan Finds the Third Room” y se bajaron en el calipso discotequero “People Everywhere (Still Alive)”.

Aunque ésta fue la tercera vez que compartieron un mismo cartel, a Khruangbin y BadBadNotGood no sólo los aúna una propuesta atravesada por la fuerza de lo instrumental sino también por el groove. Por lo que la manera argentina de traducir a la oralidad (siempre de forma onomatopéyica) ambos caracteres sorprendió a los primeros y fue aprovechado por los segundos. Nadie se esperaba que salieran con munición gruesa, al igual que con temas nuevos, que alternaron entre los de su disco III (2014), como el ensimismado “Kaleidoscope” y esa suerte de vals remojado en tintura afro llamado “Triangle”, y de IV, del que despuntó el cósmico “And That, Too” y el barroco torcido “Lavender”. En medio de uno y otro hubo deconstrucciones, abducciones, acercamientos a la pista de baile, flirteos con LCD Soundsystem, virtuosismo, camaradería y complicidad, con el rubio batero Sowinski enredado en la piel de un chamán o quizá de un reverendo. Lo cierto es que la euforia era tal que debieron salir para hacer un par de bises. Pero la adrenalina pedía más.