"¡La pollera se respeta, carajo!". El grito que repiten como un mantra las mujeres y hombres bolivianos en Plaza de Mayo replica el que estalla por estos días en las calles de La Paz, de El Alto y más allá. Aquí y allá, gritan y cantan también que la whipala se respeta. Pero es en ese símbolo eminentemente feminino y matriarcal donde se resume la orgullosa reivindicación de identidad. "Mujer de pollera y trenza, ¡jallalla!", dice luego un boliviano sobre el escenario. "Somos los hijos de las mujeres de pollera, de los campesinos, ¡somos como Evo!", grita también. Son, se reconocen, se reivindican y se plantan, como hijos e hijas de mujeres de pollera. También Bolivia es única por eso. Desde su tierra natal, mientras tanto, llegan noticias del ministro del auto proclamado Gobierno, Arturo Murillo, diciendo orgulloso por cadena nacional: "Gracias a Dios, tenemos una presidenta con los pantalones bien puestos".  

En la plaza, los colores de Bolivia se multiplican: los de la whipala; el rojo, amarillo y verde; el azul de la "bandera del mar", donde lucen nueve estrellas, una por cada departamento, y otra más grande, apartada, que representa el Litoral perdido y siempre reclamado. Los bolivianos que viven en la Argentina están embanderados, ataviados para día de fiesta, lucen sus trajes típicos. Los ritmos de su país suenan al son del colorido de los trajes, del tintinear del chaperío que cuelga de los sombreros: la festiva saya, el tinku y su ritual, los caporales y sus danzas. Lejos de su tierra, cantan y bailan, celebran que "el pueblo se ha organizado para acabar con el golpe de Estado", como les dijo Evo en un video que se vio en el acto.    

Si algo contrasta con esta postal de esperanza, en esta plaza de esperanza, es la dureza de esos rostros curtidos, que llevan inscripto un sufrimiento de siglos. El dolor por una injusticia muy actual, y el dolor por la injusticia atávica. Cuando se nombra a Evo, muchos se quiebran. Cuentan de sus familiares, de lo desesperante que es estar lejos sabiendo que, sin medias tintas, sus vidas corren peligro. Ralatan que allá no pueden salir de sus casas, ni para ir a compar, ni para llegar donde el vecino. Están angustiados y están aquí, defendiendo lo que saben propio. La pollera y la trenza, entre otras cosas. Y lo que explica muy bien una de ellas, las de pollera y trenza: "Desde Evo ya no bajamos el mirar".