Si bien desde el último viernes han pasado para nosotros solamente unos días, para nuestros estudios va a ser como si hubiesen pasado muchos más. Vamos a abandonar el siglo XI para pegar un salto al vacío y llegar al siglo XVIII. Pero antes debemos, para llenar ese vacío, hacer una reseña de los grandes acontecimientos que pasaron en ese tiempo.

A partir de la batalla de Hastings, que marca el fin del dominio sajón en Inglaterra, el idioma inglés entra en crisis. Desde el siglo V hasta el siglo XII, la historia inglesa se ha vinculado con Escandinavia, sea con los daneses –los anglos y los jutos provenían de las tierras de Dinamarca o de la desembocadura del Rhin –o los noruegos luego, con las invasiones vikings. Pero a partir de la invasión normanda, en el año 1066, se vincula con Francia, separándose de la historia escandinava y su influencia. La literatura se quiebra y la lengua inglesa resurgió dos siglos después, con Chaucer y Langrand.

La vinculación con Francia se da, podríamos decir, en un principio bélicamente. Ocurre entonces la Guerra de los Cien Años, en que los ingleses son derrotados absolutamente. En el siglo XIV aparecen en Inglaterra los primeros albores del protestantismo, que se da antes que en ninguna otra nación. A partir de este momento se da la formación del que luego sería el Imperio Británico. La guerra con España da a Inglaterra la victoria y puntualmente el dominio de los mares.

En el siglo XVII se produce la guerra civil, en la que el Parlamento se rebela contra el Rey. Se produce entonces el surgimiento de la República, hecho que escandalizó enormemente a las naciones europeas de la época. La República no duró. Vino entonces el período de la Restauración, que culminó con la vuelta a la monarquía, que aún mantienen.

El siglo XVII es el siglo de los poetas metafísicos, barrocos. Es entonces que el republicano John Milton escribe su gran poema El Paraíso Perdido. En el siglo XVIII, en cambio, se da el imperio del Racionalismo. Es el siglo de la Razón. El ideal de la prosa ha cambiado. Ya no es el de la prosa extravagante como el del siglo XVII, sino que aspira a la claridad, a la elocuencia, a la justificación lógica de las expresiones. Con respecto al pensamiento abstracto, abundan las palabras de origen latino.

Ahora entraremos a la vida de Samuel Johnson, vida que se conoce muy bien. Es la vida que mejor conocemos de la vida de los hombres de letras. Y lo conocemos por la obra de un amigo suyo que se llamaba James Boswell.

Samuel Johnson nace en el pueblo de Litchfield, en el condado de Straffordshire, que es un pueblo mediterráneo de Inglaterra pero que, digamos, profesionalmente, no es su patria. Es decir, no es la patria de su obra. Johnson consagró toda su vida a las letras. Murió en 1784, antes de producirse la Revolución Francesa, a la que hubiera sido, por otra parte, contrario, ya que era un hombre de ideas conservadoras, profundamente creyente.

Su infancia fue pobre. Era un muchacho enfermizo y contrajo la tuberculosis. Cuando aún era pequeño, los padres lo llevaron a Londres para que la reina lo tocara y ese contacto lo curara de su dolencia. Uno de sus primeros recuerdos fue el de la reina, que lo tocó y le dio una moneda. Su padre era librero, lo que para él significó una gran suerte. Y paralelamente a las lecturas que haría en casa, se educó en la Grammar School de Litchfield. Litchfield significa “campo de los muertos”.

 

Samuel Johnson era físicamente maltrecho, aunque poseía una gran fuerza. Era pesado y feo. Tenía lo que llamamos “tics” nerviosos. Fue a Londres, donde sufrió pobreza. Fue a la Universidad de Oxford, pero no llegó a recibirse ni mucho menos: se rieron de él. Entonces vuelve a Litchfield y funda una escuela. Se casa con una mujer vieja, mayor que él. Era una mujer vieja, fea y ridícula, pero él le fue fiel. Ella luego muere. Quizás en su época este sería un rasgo que podría ser indicio de lo religioso que era este hombre. Tuvo además rasgos maniáticos. Evitaba cuidadosamente, por ejemplo, tocar las junturas de las baldosas con el pie. Evitaba también el tocar postes. Y, sin embargo, a pesar de estos rasgos de excentricidad, fue una de las inteligencias más razonables de la época, una inteligencia realmente genial.    

Este fragmento pertenece al libro Borges profesor (Sudamericana) , que reproduce el Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, que dictara en el año 1966 y que fue grabado por algunos alumnos. La edición, investigación y notas está a cargo de Martín Arias y Martín Hadis. Son 25 clases y constituyen el único registro que se ha conservado de su tarea como docente, como profesor titular de la cátedra de Literatura inglesa y Norteamericana de la Facultad de Filosofía y Letras.