“Mañana tocan Los Continuados” me dijo Denis, una de mis compañeras de trabajo oriunda de Clorinda, la frontera de Formosa con Asunción. Denis tiene 26 años y se recibió de diseñadora gráfica en el instituto de arte de la capital. Acaba de conseguir un buen trabajo porque diseña muy bien, y disfruta su monoambiente y su autonomía recientemente conquistada, con una alegría contagiosa. Yo disfruto sus anécdotas y sus clases breves de guaraní, cuando no es una puteada encubierta. Lo que no consigo es que comprenda que yo no pienso (ni puedo) seguirle el ritmo, porque soy una señora lesbiana de 33 que solo quiere echarse en la hamaca paraguaya a leer. Igual Los Continuados era una oferta tentadora, son una banda de cumbia mítica del nordeste argentino. A juzgar por su trayectoria es imposible que sigan vivos, pero el hijo de uno de ellos canta igual que el padre y mantiene viva la llama de la pasión, el negocio familiar.

Mandé un mensaje colectivo: “tocan los continuados”, el resto fue muy fácil.

El lugar estaba oscuro y repleto de gente. Mientras atravesábamos las mesas con manteles de tela, ya arrinconadas para abrir lugar al baile, mi amiga Florencia me mira y me dice “Pista Maciel” y me lleva de un tirón a un flashback. Estamos las dos en la pista bailable Maciel de Pozo del Tigre, el pueblo donde creció Florencia en el centro oeste de la provincia. Levanto la vista hacia el cielo estrellado y casi puedo oler el monte cerrado, junto al tinglado, muy parecido al tinglado donde estábamos por entrar a bailar ahora. La gente empezaba a entregarse al baile con unas ganas locas. El dj arrancó un set de cumbias noventosas, en Formosa siempre sonó mucha cumbia colombiana y mexicana porque entraba por Asunción, antes de internet. Y también, creo, porque aunque estamos alejadxs de todas partes, nos sentimos más cerca de la calurosa alegría caribeña. La fría nostalgia porteña, rara vez se entera de que existimos.

En la ronda corría la cerveza pero nadie se soltaba del todo. Entonces comenzó un organito inconfundible, el de “Amor Prohibido” de Selena Quintanilla, la Gilda mexicana que Jennifer López interpretó en una película increíble, que pasaban por el cable a la tarde y que popularizó a la cantante de cumbia, que quería triunfar en el centro de la bestia Pop, pero se inmortalizó en el amor de (y hacia) la comunidad mexicana de Estados Unidos. “Como la Flor” y “Amor Prohibido” son himnos de una identidad largo tiempo marginada, la de la frontera tex-mex que el vestuario estilo tejano de Jennifer puso, por un momento, en el centro de la escena. La misma que Gloria Anzaldúa complejizó, con la rigurosidad y el amor feminista del relato en primera persona, en su libro “Borderlands. La Frontera. The new Mestiza”, el libro que me regaló las claves para entender la frontera en la que vivo.

Por cierto, las similitudes entre los relatos de Selena y Gilda siempre me parecieron sorprendentes, pero merecerían un texto más largo.

“Amor prohibido murmuran por las calles. Porque somos de distintas sociedades. Amor prohibido nos dice todo el mundo. El dinero no importa en tí y en mi, ni en el corazón. Ou ou Baby." Yo, entregadísima a la melodía que endemoniaba mis caderas, gritaba la letra que sé de memoria, porque la aprendí en el piso de tierra de la pista Maciel, junto a Florencia que también gritaba como una desquiciada.

“Aunque soy pobre todo esto que te doy, vale más que el dinero porque SI es amor Y cuando al fin estemos juntxs lxs dxs, qué importa que dirán, también la sociedad, aquí sólo importa nuestro amor. Te quiero” y se va al estribillo.

Después de un rato de éxtasis cumbianchero, levanto la vista y veo una chica mirando a otra, con ese brillo inconfundible de la pasión. Me muevo acentuando los golpes de la percusión con los hombros, la veo. Una chonga de ley, con pantalones rojos ajustados y pelo corto, estilo presentadora de noticiero. Era la receptora de la mirada inconfundible de la joven fem. Así envalentonada por saberme tribu, la miro a mi novia Alba y nos besamos. Perdimos la noción del tiempo.

Denis se acerca y me dice “me parece que nosotros nomás somos los boludos que creímos que tocaban Los Continuados por 200 pesos”. Faltaba una hora y monedas para que Metrópolis cierre sus puertas. Mi hermano Cristóbal se aventuró a la barra, “¿che sabés si tocan Los Continuados?”, “si si ahora a las 3 empieza” responde el cantinero entregándole una cerveza con hielo, porque a esa altura no quedaba nada frío en todo el local. “Gracias” dice mi hermano, sonriendo. Eran las 4 de la madrugada y no había un solo cable en el escenario.

La chonga de pantalones rojos pasó al lado mío tirándome el cuerpo, sin mucha violencia, calculo que marcando la cancha, porque cuando te haces visible un poco hacés visible a todas, y eso es equivalente a ser vulnerable. Es cierto que era un lugar heterosexual y ya se sabe que con la heterosexualidad no se puede bajar la guardia. Pero este lugar tenía una particularidad, no era un lugar de levante, estrictamente hablando. Era una bailanta, donde la gente quería bailar, y ese deseo transforma la circulación de los cuerpos. Las miradas eran distintas, creo que porque mucha gente cuando realmente está entregada al baile, cierra los ojos, o fija la mirada sin importar mucho dónde. Bailar, entregarse en serio al baile, es habitar el cuerpo nublando un poco la razón.

Un plomo empieza a correr en el escenario asistiendo a un grupo de pibes con traje. Vienen con los instrumentos ya encima y con los ojos rojos, calculo de haber hecho esa noche, 75 shows más. Los continuados arrancaron con un hit “Hoy recuerdo todavía el día en que llegaste al barrio. Y como no eras de mi mundo, otro mundo fuí buscando”.