“Tengo un vicio incorregible, el de trabajar sin descanso. Lo lamento por aquellos a los que no les gusta mi música, pero moriré con un aria en la punta de mi pluma”, dijo Jaques Offenbach en el crepúsculo de su vida. Y así fue. Cuando el compositor murió, en octubre 1880, a los 61 años, estaba componiendo Los cuentos de Hoffmann, su única ópera seria. Para cerrar esta temporada lírica, el Teatro Colón pondrá en escena el último esfuerzo creativo de Offenbach, con la dirección de escena, escenografía, vestuario y efectos especiales de Eugenio Zanetti, iluminación de Eli Sirlin y coreografía de Irene Martens.

Participarán además el Coro Estable, dirigido por Miguel Martínez, y la Orquesta Estable del Teatro Colón. La dirección musical será de Enrique Arturo Diemecke. Serán seis las funciones de Los cuentos de Hoffmann, con dos elencos de cantantes. El primer elenco actuará hoy viernes a las 20, el domingo 1º de diciembre a las 17 –esta función se podrá seguir en vivo a través de la página web www.teatrocolon.org.ar-,  y el miércoles 4 y viernes 6, a las 20. El segundo elenco tendrá a su cargo las funciones de mañana sábado y el sábado 7, a las 20.

El primer elenco de cantantes estará encabezado por las sopranos Rachele Gilmore, en el rol de Olympia, y Virginia Tola, en la parte de Antonia, además de la mezzosoprano Milijana Nikolic como Giulietta. En el rol de Hoffmann estará el tenor mejicano Ramón Vargas, la mezzosoprano Sophie Koch será Nicklause y la soprano Gabriela Ceaglio será la necesitada Stella. El bajo Rubén Amoretti abordará sucesivamente los malvados de la historia, alternando los roles de Lindor, Copelius, Miracle y Dapertutto. Del segundo elenco formarán parte Oriana Favaro, Paula Almerares, María Luisa Merino Ronda, María Eugenia Coronel Bugnon, Rafael Álvarez, Homero Pérez Miranda y Adriana Mastrángelo.

Además de cierre de temporada, la representación de Los cuentos de Hoffmann será una manera de celebrar el bicentenario del nacimiento de Offenbach, que se cumplió este año. “El Mozart de los Bulevares”, como lo llamó Rossini, fue el compositor que con la ingeniosa ironía de sus títulos cómicos durante años hizo que la cadente aristocracia parisina del Segundo imperio riera de sí misma. Con una ópera seria, en el final de su vida, logró también satisfacer la demanda de espectacularidad, ilusión y evasión de la ascendente burguesía de la instalada Tercera República. Los cuentos de Hoffmann es una obra suntuosa, que combina la lúgubre fantasía del relato basado en tres cuentos del escritor alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffmann -el adorado por Baudelaire, Balzac, Poe y Dostoyevski-, con la ligera y sensible musicalidad de quién sabía bien lo que, en el Imperio o en la República, el público esperaba de un espectáculo.

Estrenada en la Opera Comique de París el 10 de febrero de 1880, esta “ópera fantástica en un prólogo, tres actos y un epílogo”, como se señala en el subtítulo, es el producto de una larga gestación. Un proceso que comenzó casi 30 años antes del estreno, en 1851, cuando Offenbach quedó impresionado por la puesta teatral que el mismo Barbier y Michel Carré realizaron a partir de tres cuentos fantásticos de Hoffmann, en la que el mismo escritor es el protagonista. El libreto elaborado más tarde para la música de Offenbach por el mismo Barbier se ajusta a la obra teatral.

El Prólogo se desarrolla a comienzos del siglo XIX en una taberna en Nuremberg, justo al lado de un teatro de ópera donde la agraciada Stella protagoniza el Don Giovanni de Mozart. Hoffmann, enamorado de la cantante, asiste al teatro y aprovecha el intervalo para ir a la taberna junto al leal Nicklausse, encarnación terrenal de la poesía. Saludado por la concurrencia, el escritor cuenta historias. Entre ellas tres relatos amorosos con final trágico que lo tuvieron como protagonista: en Berlín con la muñeca Olympia, que sucumbirá ante el malvado Coppelius; en Munich con Antonia, tísica y cantante, cuyo verdugo será el doctor Miracle, y en Venecia con la cortesana Giulietta, manipulada por el capitán Dapertutto con el fin de obtener el alma del pobre Hoffmann. En el Epílogo, el escritor se quedará con su musa y Stella se consolará con menos etéreo Lindorf.

Sorprendido por la muerte, Offenbach no llegó a completar Los cuentos de Hoffmann, ni a disfrutar del gran éxito que tuvo desde su primera representación. Ernest Guiraud, compositor por entonces muy considerado, fue el encargado de terminar el tercer acto, el de Giulietta, y el Epílogo. Pero Guiraud convirtió además los diálogos hablados previstos por Offenbach en recitativos cantados, por lo que la ópera se alargó y se recargó demasiado. En afán de reducir el tiempo para el estreno parisino se buscaron soluciones que fueron desde acortar el Prólogo hasta suprimir totalmente el acto de Giulietta, además de trasladar el acto de Antonia de Munich a Venecia, para poder incluir al final la famosa “Barcarola”. Las puestas sucesivas fueron restituyendo una estructura original que en realidad nunca termina de reconstruirse. La sucesiva aparición de manuscritos de Offenbach, los últimos encontrados en 2016, han hecho que Los cuentos de Hoffmann una obra abierta. Por sobre la ópera está su hipótesis. Una especie de work in progress que se materializa como emblema de un tiempo de cambios, en el que cualquier semejanza con la realidad era pura fantasía.