Hay la posibilidad cierta de un sueño americano que termine. ¡Ay! el sueño americano despierta y descubre la maquinita de hacer billetes ocupando el lugar de esa señora que trabaja duro y barre y barre y limpia para ahorrar en dólares el futuro de sus hijos. Que caiga el telón y como inmigrantes ilegales salgan a flote los miles de miles de millones de dólares que no se gastan en educación o en comida sino en armas de destrucción masiva que persiguen otros sueños de armas químicas, sueños inocuos, livianos, inexistentes, pero que bastan para llenar bolsillos virtuales de los que después harán manuales de libertad de mercado for export que gritarán al mundo en sus diarios, radios y canales mientras heredan de generación en generación la sangre derramada de la primera acumulación original.

Pero que quede bien claro en la vigilia que esa lluvia de billetes no moja sino a unos pocos pero mueve, sí, la economía del mundo, si hasta la Estatua de la Libertad a veces parece silbar bajito Money makes the world go round, donde el Estado no debe intervenir jamás: dejar hacer, dejar pasar, que el mundo gira por si solo salvo para detener al narcotráfico, salvo para regar seguridad. Para instalar una base militar acá nomás en la triple frontera, cada vez más cerca de hacer enojar a Alá, como aquella vez que entre tanto chupa cabra estuvimos a un paso de la solución final: dolarizar nuestra economía. Sí, ya sé que hace como cuarenta años que el dólar no tiene otro respaldo que ese señor sentado en la Casa Blanca elegido por esta versión demo o beta de gobierno que es nuestra democracia. Y lo elijen y se sienta a hacer lo que le permiten, ¿y qué hará? Y por esta vez espero, sí, que le permitan poco, más bien nada, lo justo como para terminar de despertar de este sueño de falsos méritos y esfuerzos individuales. Que se apague de una vez ese televisor y que después del apagón sólo haya ficción que se presente así y no como esta ficción de telediario con pretensiones de realidad. Y espero todavía poder responder a mi hija cuando pregunte: la guerra, hija, es eso que sucedió hace tiempo y que pasa todavía por allá lejos... Si yo también alguna vez experimenté la angurria del financista, si viajé con cien dólares que eran cien pesos y dos días después tuve ciento cuarenta pesos, como si me cayera de regalo un alfajor, ¡pero cómo disfruté ese alfajor!, sin hacer nada, ni siquiera el lobby que hicieron otros para devaluar sus deudas, para que nos hagamos cargo todos y de pronto tenía ante mí ese alfajor. Qué alegría deben tener los financistas del mundo con tanto billete de arriba para disfrutar, pero ¿cuánto llevamos sin que nos llueva ni un alfajor? Que se termine la farsa y que cuando escampe asome, como el porlan duro que se seca, la evidencia de que ser más iguales no significa resignar ni un ápice de esta libertad transparente, engañosa, controlada, teledirigida, esta libertad de morondanga, sino todo lo contrario, que recuperemos lo público, llenemos las calles, los espacios comunes de este mundo para que vuelva a ser de todos. Y así, de repente, como cuando sale el sol en mitad de la tarde de un día lluvioso, que dejen de importarnos las últimas novedades del Japón y nos importe, pero que nos importe a cántaros, salir el domingo a pasear en la bicicleta que fabricó el vecino y levantarle la mano y decirle adiós Don Julián y resignarse de por vida a no ocupar jamás un lugar en el imposible ranking de la revista Forbes de los que la juntaron con pala sin haber agarrado una jamás, haciendo clicks desde un escritorio, sin pisar una fábrica, sin dar trabajo, sin mejorar en nada el mundo de todos sino apenas con la limosna que su caridad dispone cada vez que vuelven de lobbiar. Él lobbía, Ella lobbía, Tú lobbías, pero ni yo ni nosotros lobbiaremos jamás, lejos de ser los amigos del Juez. A nosotros ni las migajas y el temor eterno de que llegue ese empujoncito que nos devuelva al ostracismo del que nunca jamás estamos seguros de haber escapado, ahí afuera de este sistema en donde cada vez más y más esperan un cambio de verdad, uno que los regrese a la vida, a lo que sea la vida por fuera del capital. Y a la mierda con El sueño, que se pueble el mundo de sueños, pequeños, minúsculos sueños, que soñemos que hay otros mundos posibles, que de una vez por todas se pueda pensar en el fin del capitalismo y no en el fin del mundo, o que el capital financiero apriete el botón y detone de una vez por todas la bomba que implosione el mundo entero y queden los restos, material antropológico para que en millones de años un extraterreste recienvenido concluya que fuimos una raza que lo tuvo todo pero no supo cómo, que se dejó engañar, que en su afán de perseguir terminó por saltar al precipicio detrás de una zanahoria que ni siquiera le gustaba, sino que únicamente la quería para evitar que se la comiera otro. Que sepamos ver en cada millonario la sangre de los que murieron para forjar esa fortuna, que nos den asco, que olfateemos la muerte escondida detrás de cada millón y recién ahí, de regreso del calvario rimbombante de oficinas financieras inútiles, que cada uno tenga su parcela de tierra para regar y ver crecer el pasto, para esperar que crezcan las verduras, los tomates, las frutas y que desde la espiga de trigo se amase cada uno su propio pan y lo parta y busque en los otros ese amor que todavía tiene para dar.