Estamos asistiendo a una discusión en las redes sociales y en medios escritos, radiales, televisivos donde se descalifica a los que sostienen que en Bolivia se produjo un Golpe de Estado cívico-policial militar. Esta descalificación se sostiene en que el “desplazamiento de su presidente” se debió a su ilegitimidad por insistir en su reelección dado que una consulta popular no lo aprobara aunque luego obtuvo el 48 % de los votos en el acto eleccionario que lo diera por ganador; se argumenta así que este acontecimiento en Bolivia debe ser considerado “binariamente”: por una parte, la supuesta pérdida de legitimidad del Presidente justificaría y explicaría el uso de la violencia para interrumpir su mandato presidencial. En términos reales, esto quiere decir que “se lo merecía”. Por otra parte, la evidencia de que se trata de un golpe de estado con el uso de la violencia de grupos cívicos-policiales s-militares es visible, incontrastable.

Como todo conflicto o enfrentamiento real o latente, se buscan definiciones y adjetivos para estos como el actual en Bolivia u otros que están sucediendo, como un juego de dominó, en América Latina y así interrumpir el proceso institucional democrático de gobiernos progresistas. Tales los casos de Honduras, Paraguay y, con formas más sórdidas, no exentas de violencias como encarcelamientos sin condenas, proscripciones, lawfare, fake news, tanto en Brasil, como en Ecuador y Argentina. Últimamente se está apelando en la discusión intelectual al término “binario” para referirse a que tanto unos u otros de los contendores en los medios citados desconocen los argumentos que validan al otro. Creo que se puede distinguir aquellos antagonismos que se refieren a ideas o aspectos teóricos de los enfrentamientos, de aquellos hechos reales que tienen consecuencias sociales; por ejemplo el uso de la violencia y de la represión indiscriminada que produce importantes sufrimientos humanos, muertes, incendios, apropiación de tierras y bienes, de riquezas naturales; sus beneficiarios son intereses privados nacionales e internacionales. Invocan o se arrogan un derecho a cometer esas ilegalidades para defender la democracia, la república, la libertad.

En estos hechos a los que nos referimos, unos, asaltando el poder del Estado, imponen a su adversario o enemigo (de manera genérica al “otro”) formas de violencia para-institucionales, tanto cívicas como militares. Esta “otredad” es obviamente una construcción social relacionada con la voluntad de dominación de un grupo o sector social sobre ese “otro”; incluye con frecuencia argumentos ideológicos y hasta históricos pero que encubren formas de racismo, clasismo, sexismo, homofobia, xenofobia. Estas disputas, creo, tienen una entidad distinta, concreta, desproporcionada a la hora de considerar la razón de lo binario, que en abstracto me parece un simple divertimento intelectual. Me refiero a aquellas discusiones en los que no está en juego la forma de vivir, de sobrevivir, de pensar, de expresarse, de amar (y hasta de odiar). El telón de fondo en realidad es la disputa entre dos modelos de acumulación dentro del capitalismo occidental: el de la apropiación y concentración que acrecienta desmesuradamente la desigualdad y la exclusión social y que utiliza formas para-institucionales violentas para reproducirse; el otro, también dentro del modelo capitalista, se centra en la redistribución de las riquezas o rentas que produce el trabajo humano. En el primero es el Mercado como numen o elan de esa particular forma de apropiación privada de los bienes producidos. El otro es la intervención y regulación política del Estado que pone límites al modelo neoliberal de mercado tratando de reducir las desigualdades sociales por medio de un proceso redistributivo destinado a los sectores que fueron desplazados hacia la pobreza, empoderándolos en su ciudadanía. El argumento que todo debe estar regulado y asignado por el mercado, la competencia, o el (supuesto) mérito individual no considera una condición importante: este Mercado, esta forma de “mercado” es producto de la conquista en un particular proceso histórico político-social-económico sostenido en la violencia y en su reproducción pretendidamente naturalizada. Puede rastrearse en la historia del capitalismo su origen puntual, o si se quiere, situarlo en un momento o etapas temporales en diversas regiones del mundo, en todos los continentes. Son dos modelos, decía, uno que podríamos adjetivarlo como continuador de la conquista violenta, deshumanizada, y el otro, un modelo que trata de reducir la desigualdad social que el neoliberalismo de mercado quiere perpetuar. En la historia de América Latina desde su conquista por los países europeos ha habido experiencias puntuales del modelo redistributivo y de empoderamiento social de los más débiles, siempre abortados por medios violentos, como estamos viviendo actualmente en Bolivia, con la masacre de trabajadores, campesinos, mineros.

La nacionalización de los hidrocarburos y el gas que Evo Morales decretó en 2006 es el fundamento del Golpe de Estado ya que afectó empresas propietarias de ese recurso natural boliviano como Petrobrás, Exxon Mobil, Total Elf, Brithis Gas, Maxus Bolivia Gas y otras compañías o corporaciones trasnacionales que han participado de distintas maneras en la preparación y organización de este golpe. En ese mismo momento comenzó la preparación para interrumpir el proceso institucional en el que participan grupos civiles organizados y violentos, además de las fuerzas armadas.

 

Como en otras situaciones similares, la invocación a lo binario se reduce a que algo habrá hecho Evo Morales para merecer el golpe de estado cívico-policial-militar y la represión brutal a al pueblo boliviano. 

Juan Pegoraro es profesor consulto UBA.