Estoy leyendo las cartas de Séneca a su amigo Lucilio y ahora reconstruyo nuestras conversaciones. Entiendo mejor nuestra filosofía y me gusta aún más. Esta fue la amistad más extraña de toda mi larga carrera profesional. Hacer películas nunca me hizo tan feliz como después de haber encontrado a alguien con una biografía humana tan monumental.

Soy idealista de nacimiento como José “Pepe” Mujica. Y desarrollé una visión personal del mundo que está ligada a personas a las que admiré desde mi juventud, del Che Guevara a Fidel Castro. Pero como, por motivos obvios, no pude hacer nada con ellos dos en materia cinematográfica, cuando escuché que había un Presidente que todavía conducía su tractor y arreglaba su casa, me dije: “Este es mi hombre”. Y no me equivoqué.

Efectivamente, la primera vez que vi a Mujica, en el inicio de las filmaciones de mi documental El Pepe, una vida suprema, él estaba manejando un tractor. Alguien me lo señaló: “Ése es el presidente”. Me interesó ese hombre que era feliz trabajando en su tractor y cultivando su chacra, un hombre con una devoción científica por sus flores y que, al mismo tiempo, ha tenido un fuerte impacto en el mundo de la política, justamente porque es único.

Mujica es un hombre supremo, diferente a todos, inspirador, que se destaca en una sociedad global gobernada por políticos oportunistas y deshonestos. En el mundo corrupto de hoy, tenemos a alguien que no lo es. Es uno de los pocos ejemplos en los que uno de los presidentes puede inspirar, con toda su capacidad de comunicación, a todo un pueblo, que no casualmente lo despidió entre lágrimas cuando abandonó su cargo. Fueron 150.000 personas que le dijeron al mismo tiempo “adiós” y “gracias” con lágrimas en los ojos. Eso no lo logra cualquiera, y menos un Presidente.

También hay gente en Uruguay a la que no le gustó lo que hizo, lo que es natural. Sin embargo, él es popular en su país y también en otras partes del mundo, aunque no tanto como me gustaría. No goza de una popularidad masiva. Pero es un ícono. La complicada historia de Uruguay así como la de otros países, se puede sintetizar en la experiencia de Mujica. La vida de Pepe, su trayectoria y su experiencia, son un reflejo de la de su tierra. Y estoy seguro de que será una inspiración para todos los que hoy están perdiendo el amor y la confianza en el socialismo.

Por eso, en este momento, cuando en nuestro planeta proliferan las falsedades por todas partes, las fake news pero también las falsas izquierdas y las falsas derechas, mi deseo es que todas las personas sean tan libres y verdaderas como él. Además de su honestidad y su humildad, Mujica fue capaz de practicar el socialismo dentro del marco estrecho del capitalismo. Y lo hizo con éxito: el pueblo uruguayo lo acompañó, y hoy lo extraña. Un sentimiento que se explica según pude comprobar personalmente, porque Mujica vive tal como se lo ve en la película, en su chacra, con sus flores y sus animales, con esa sencillez que para muchos es impostada. Créanme: no lo es. No es una pose.

De todos los revolucionarios, Mujica es el más exitoso. Es más bien un filósofo con mente práctica. Llegar a una utopía requiere de un fundamental cambio de conciencia. Con su trayectoria y su ejemplo, Mujica nos brinda la fe necesaria para alcanzar los ideales. Su amor por la vida y por la naturaleza está en el centro de su ideología. Es esto lo que me impresiona de él y de su trabajo, y lo que me entristece al saber que mi país nunca tuvo un Presidente de su calibre.

Fue en celebración de la utopía y de la virtud que hice el documental que lo tiene como protagonista. El Pepe: una vida suprema, narra la experiencia humana de ser primero miembro de una guerrilla urbana para luego tener la calma y la sabiduría necesarias para repensar el mundo contemporáneo. Con esta película, que también puede verse como una historia de amor, como un espejo de la relación que desde hace tantos años lo une a su mujer y compañera, quise hacer una contribución al mundo de la política.

Cada vez que Mujica aparece en pantalla se puede percibir la humanidad que emana de él. Yo nací en Europa del Este. Créanme: ni siquiera en las democracias más consolidadas se encuentra un Mujica. Los presidentes usualmente terminan en la cárcel, se exilian o se esconden. Y a menudo se hacen ricos. Mujica es lo opuesto, y por eso es único. Lo pude comprobar durante los tres años en los que me encontré periódicamente con él para hacer la película. En todo ese tiempo, lo único que me pidió fue que transmitiera “humildad y compromiso”. Creo haber cumplido con su deseo porque la película se centra en su costado más espiritual y humanista. Quise adentrarme en la profunda conexión que hay entre su personalidad y su relación con la tierra.

Por eso, en el futuro, cuando alguien se pregunte cuál es un buen ejemplo de socialismo, quizás la respuesta sea el de Uruguay en la época de Mujica. Y la gente estará más inspirada por el Pepe que por Fidel Castro. Mujica recorre ese sueño utópico de encontrar ese punto medio entre socialismo y capitalismo. Pero no es simplemente un hombre tierno: es un líder con una cara muy humana, que es lo que creo logra transmitir la película. Es la biografía de un hombre de esos que merecen una gran película, porque sólo los grandes hombres lo ameritan. Y él, sin dudas, lo es. Para mí, es el último héroe.