La familia, las separaciones, las complicidades y disputas entre hermanos son temas que vuelven una y otra vez al cine del neoyorquino Noah Baumbach (pronúnciese “Bombac”), desde aquella película traducida al castellano como Historias de familia, estrenada en Argentina en 2006. Era la tercera de este autor nacido en Brooklyn en 1969, que comenzó de jovencito, con las por aquí desconocidas Kicking and Screaming (1995) y Mr. Jealousy (1997). La traducción de The Squid and the Whale parecía genérica pero resultó profética: la nueva de Baumbach se llama Historia de un matrimonio, título que podría aplicarse a su obra entera. Producida por Netflix, el opus diez en el cine de ficción del mejor amigo de Wes Anderson (con él escribió, como se sabe, los guiones de La vida acuática y El Fantástico Sr. Zorro) viene recibiendo salutaciones desde el momento mismo de su estreno internacional, en el Festival de Venecia. Concluida su rotación de un par de meses por festivales, Netflix acaba de subirla a su plataforma.

El canal de la N parece haberse enamorado de Baumbach. Historia de un matrimonio es la segunda película del autor que produce esa plataforma digital, luego de The Meyerowitz Stories. Ésta narraba el conflictivo reencuentro familiar del clan presidido por el escultor Dustin Hoffman. Además de eso Netflix incorporó a su catálogo Kicking and Screaming y Frances Ha (2012), la más nouvelle vague de sus películas y una de las mejores sin duda. Se podría trazar un mapa de separaciones en el cine de Baumbach. El pater familiae de Meyerowitz lleva tanto tiempo separado que Ben Stiller es hijo de su segundo matrimonio. Los protagonistas de Historias de familia se hallan en pleno proceso de ruptura, con sus hijos padeciéndolo. Se podría pensar, a su turno, que lo único que demora la separación del matrimonio protagónico de While We’re Young (2014, única estrenada en Argentina, junto con la anterior) es la vivificación que una pareja veinte años menor les produce. A propósito, ésta --que no es la mejor de Baumbach-- es tal vez la una película del mundo que narra la historia de amor de una pareja por otra.

Ahora, en Historia de un matrimonio, llegamos al núcleo del asunto, el momento mismo en que los protagonistas deciden separarse. Como en el cine de Woody Allen, del que es algo así como una versión superadora, es difícil encontrar empleados, trabajadores o gente de escasa instrucción en el cine de Baumbach. Hijo de un novelista y crítico de cine y una crítica de The New Yorker, Baumbach se crio en la clase de esfera que los sajones denominan high brow y aquí se llamaría intelectual. De esos ambientes se nutre su cine, que tiene una fuerte impronta personal. Incluyendo, entre otras cosas, sus relaciones. Esa estupenda comediante que es la rubia Greta Gerwing, con quien tiene un hijo, aparece al mismo tiempo en su cine y en su vida. La fecha es 2010, cuando Baumbach le da un papel en su comedia enfermiza Greenberg, y al mismo tiempo se enamora (el otro papel femenino estaba a cargo de Jennifer Jason Leigh, su esposa por entonces, pero hablar de eso sería entrar en chusmeríos).

Algún reflejo de la relación Baumbach-Gerwig (o Baumbach-Jason Leigh, vaya a saber) debe haber en el matrimonio de Marriage Story, integrado por Charlie (Adam Driver, incorporado a la familia Baumbach a la altura de Frances Ha) y Nicole (Scarlet Johansson, flamante miembro del clan). Charlie es un director de teatro de vanguardia de Nueva York (obviamente, la ciudad donde transcurren sus películas, aunque no siempre del todo, como se verá), Nicole una actriz nacida en Los Angeles, a la que la integración a la troupe de Charlie (que funciona como familia sustituta) consagra profesionalmente. Se aman, se unen, trabajan juntos, tienen un hijo… y Nicole empieza a darse cuenta de que siempre juega en cancha de Charlie. No sólo porque éste suele ocuparse más de sus obras que de ella, sino por la mudanza que para Nicole representó el cambio de ciudad. La guerra matrimonial se superpone en Historia de un matrimonio con otra guerra, no menos clásica: la que distancia a New York de Los Ángeles. Cuando Charlie y Nicole se separan, cambia la localía: ella se vuelve a la Costa Oeste y él está obligado a seguirla, si no quiere que la Ley lo inhiba de visitar al hijo. Con el tablero dado vuelta, ahora es Nicole la que triunfa en una serie, no sólo interpretándola sino también dirigiéndola.

Ella le juega algo sucio en la guerra legal por la separación, empuja las cosas a la instancia judicial, pone piedras en el camino de su relación con el pequeño Henry. Se comporta, en una palabra, como la nunca bien ponderada “bruja”. En este punto hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que la película está narrada desde los ojos de Charlie. Es él el que vive a Nicole de modo persecutorio. La segunda es que a la vez que se conduce de ese modo, Nicole es capaz de atarle el nudo de los cordones o cortarle el pelo. No a Henry sino a su “otro hijo”, Charlie. Nicole no es de un solo color. El tercer protagonista de la película es la Justicia, a la que Baumbach muestra como una máquina de difamar, calumniar, generar discordia y barrer con cualquier resto de amor en una pareja. Dos de los abogados, sin embargo, son personajes curiosos. La letrada que encarna con espectacularidad Laura Dern es feroz y relajada, implacable y cariñosa, despiadada y amiga fiel. El de Alan Alda es tan lírico que no sirve para el puesto. El que incorpora Ray Liotta, finalmente es el clásico abogado-tiburón, que ahí donde huele sangre va y muerde. Como se advertirá, el elenco del Baumbach Nº 10 es un paraíso.

Hay tres actuaciones espectaculares en esta película secretamente elegíaca. Una es la ya mencionada de Laura Dern. Otra, la de Martha Kelly, comediante stand-up que aparece en la enfermísima serie Baskets, y que aquí compone a una visitadora social genialmente apocada. Finalmente, pero antes que nadie, Scarlet Johansson le da a Nicole matices tan infinitos que convierten su actuación en un hito, un ideal, un caso de estudio de aquí en más.