Se la vio como era. A Cristina. No fue la escritora serena de la Feria del Libro. Tampoco la política astuta que dio un paso al costado para posibilitar la candidatura de Alberto Fernández. Ni la candidata que eligió un perfil bajo durante la campaña electoral. Fue la pasionaria de los días de fuego de la lucha con el campo, que quería voltearla. Pero esta batalla (la de hoy) no la perdió. La ganó por marcador abultado. Se dio todos los gustos. La habían perseguido con saña, con odio. La habían insultado. Le agredieron a los hijos. (A Florencia, dice con bronca de madre, la enfermaron.) Todo lo sobrellevó con dignidad, sobriamente. Hasta que, cuando le tocó defenderse ante esos jueces que desprecia, estalló.

Quienes no la quieren dirán “sigue siendo la misma”. Para quienes la siguen como a su jefa o su líder, Cristina ha regresado con lo mejor de sí. Con lo que más va a requerir para enfrentar los tiempos que se vienen. Su temple de luchadora indomable. De leona que se cuida y cuida a los suyos hasta la ferocidad. La magra “justicia” argentina que la quiere condenar se lo merecía. Cosechó lo que había sembrado. Tan tenaz como su defensa había sido la persecución de Claudio Bonadío, al servicio de un gobierno que implementó el “law fare” sin tapujos, sin pudores, sin vergüenza. Tal como correspondía a un gobierno de patrones prepotentes y corruptos.

El testimonio de Cristina fue impecable. Que le reprochen lo que quieran los que insisten en seguir bajo la sombra protectora y económicamente fructífera del poder macrista. Nadie les cree. Ellos, en gran medida, han llevado a Cristina nuevamente al poder. Igual que con Perón, No hubo injuria que le ahorrarán. Cuanto más lo injuriaban más lo amaba el pueblo que anhelaba su retorno en un avión negro. Hoy Cristina es una figura tan mítica como el Perón que regresó el 17 de noviembre de 1972. Sólo que Perón llegó para meterse con la historia concreta y morir. Había estado lejos. La lejanía es la condición del mito. Si el mito se historiza, muere. Pero Cristina nunca estuvo lejos, nunca se fue del país. Vivió en medio de la tumultuosa historia que la agredía. Y la hizo crecer. Macri y Bonadío tienen mucho que ver en la persistencia y triunfo final de Cristina. La odiaron tanto que hicieron de ella un mártir. Para colmo, se metieron con sus hijos. Y la consagraron como sufriente madre. Una enorme madre que sufre por sus hijos y los protege. Si hasta la deslenguada Carrió dijo que iba a Cuba para reunirse con Putin. Qué torpes son. El odio ciega la inteligencia y lleva a las personas a decir dislates. Sobre todo si ya tienen propensión a decirlos.

Ahora (ella y Alberto) tendrán que gobernar un país difícil en una situación difícil, interna y externa. Pongamos foco (como decía David Viñas) en Alberto. Se ganó su lugar. Fue un candidato brillante. Su oratoria es impecable. No se saca nunca y no se pone a gritar “No se inunda más, carajo”, frase que delata la endeblez conceptual y la emocionalidad sobreactuada del presidente que se va. Alberto tiene algo de magister. Se ve que le gusta la docencia y la practica con elegancia. Se hizo aceptar por todo el cristinismo y ganó nuevos sujetos (y muchos) para la causa de unidad nacional y democrática a cuyo frente está. Los votos que van del 35 al 48% los ganó él. Pero (dijimos) tiene dos frentes difíciles. En el interno ya el campo alardeó con salir a las rutas si aumenta las retenciones. Qué gente ésta. Se creen los dueños de la patria. Identifican las muchas tierras que tienen con el suelo patrio. Uno de ellos llegó a decir que a este país lo habían hecho “la iglesia, el ejército y el campo”. Y que eso se lo había enseñado su maestra. Claro que sí. Si eso es lo que se enseña en los colegios. Para eso sirve la educación. Para educar a los niños con los valores de la oligarquía, las armas y Santo Tomás. Qué cosa. Dicen que “mal o bien” hicieron un país. Digámoslo claramente: lo hicieron mal. Estados Unidos (que hizo un gran país capitalista) se hizo con la industria, la laboriosidad del protestantismo y el desarrollo del mercado interno. Para eso se colonizó el Oeste. Roca mató a miles de indios (etapa superior de la conquista de América) y les dio la tierra a sus hermanos, sus amigos y los ingleses. Los yankies mataron a miles de indios (y más todavía) y le dieron la tierra a los laboriosos colonos, a quienes defendían de los indios. Los colonos crearon el mercado interno que el norte industrialista necesitaba. Eso es hacer un país. El Sur perdió la guerra y siguió sin cambiar demasiado. Todavía se linchan negros por ahí. El Norte ganó la guerra y siguió con sus industrias, vendiendo sus productos en su mercado interno. Aquí ganó el Sur. No se hizo un país, se hizo una lujosa ciudad que lo domina y controla. El federalismo es todavía una materia pendiente, que Alberto tratará de rendir. En las escuelas las maestras deberían enseñar que este país sería otro y mejor si lo hubieran hecho la industria, el laicismo y los trabajadores del campo y la ciudad.

En cuanto a las dificultades externas se han acentuado luego del golpe en Bolivia. Trump es un peleador callejero, acostumbrado desde joven al matonismo, a la violencia. Apoyará a todos los fascismos que surjan en América Latina. La cuestión es la defensa nacional y las FFAA. O se entiende que no pueden intervenir en cuestiones internas o las democracias se condenan a vivir o morir según el humor de sus hombres de armas. Tendrá mucho trabajo aquí el presidente que asume y su sagaz ministro de defensa, Agustín Rossi. Ojalá le vaya bien.