Desde San Pablo

Martin Scorsese se quedó corto. La ComicCon de San Pablo (CCXP) es la demostración cabal de que no sólo el cine de superhéroes se ha convertido en un gran parque de diversiones. El punto es que todos y cada uno de los asistentes a este evento quieren subirse a esos juegos. Se trata de un predio de 100 mil metros cuadrados ubicados en el distrito de Jabaquara que durante el último fin de semana congregó a 300 mil personas. Una mole elefantiásica de nerdismo, una bomba neutrónica de humo con olor a fritanga, un trampolín donde el marketing y las majors juegan sus cartas más encantadoras. Por aquí se rumorea que esta convención ha superado en tamaño e importancia a la original de San Diego. “Viví lo épico”, fue su lema y para hacerlo sus asistentes pagaron entradas por un valor que iba entre los noventa y los ocho mil reales.

Fueron cuatro días de presentaciones de películas, charlas con realizadores, competencias de cosplay y una parafernalia de merchandising que dejarían babeando a el vendedor de tiras cómicas de Los Simpsons y al filósofo Slavoj Zizek por partes iguales. Aquí el fetiche de la mercancía aquí lo expresan los muñecos Funko o una familia entera disfrazada como distintos personajes de Mario Bros. Pero sin dudas en este “shopping geek” (como reza en su web) nadie quiere que le rompan la fantasía. Las mayores colas se daban en los stands donde productoras, canales y plataformas (HBO, Netflix, Amazon Prime, Warner) habían generado experiencias inmersivas. Para sacarse una foto en la casa rodante de Breaking Bad (para sentirse Heisenberg con la máscara) la tardanza era de una hora. Entrar al Starcourt Mall de Stranger Things lo mismo. Quizá esta última fuera la expresión más acabada del CCXP. Poder entrar a un negocio falso, ya no para comprar, sino para consumir la ilusión de estar en el lugar icónico de la cuarta temporada de la serie. En el local de Havaianas no había espejismo audiovisual sino ojotas a 50 reales con la cara estampada de los chicos Hawkins.

Netflix tuvo su gran tarde el último domingo cuando se presentaron los paneles con las estrellas de la serie The Witcher, La Casa de Papel y Escuadrón 6. La película de Michael Bay (a estrenarse el próximo viernes) no podría tener para su promoción un lugar más atinado. Su opus 14 trata sobre un grupo de mercenarios que va a la caza de un dictador en medio oriente. ¿Acaso a alguien le importa? El director de la saga Transformers, de hecho, una propia denominación para su obra: “Bayhem”. Ese alboroto que lleva su firma es porno mecánico sin sexo pero con la gratificación de explosiones, tiros, cámaras lentas, motores y postales como Megan Fox arreglando un motor. Y entonces en el auditorio con capacidad para tres mil quinientas personas ingresa Ryan Reynolds, el protagonista de la película en cuestión. Cada frase suya es seguida por un griterío que deja chiquito al de las fans de los Beatles en el Shea Stadium. El tipo es una catarata de chistes, imanta con su presencia y logra vender el bacalao. ¿Algunas frases? “Ninguna explosión fue dañada durante la filmación”. “Escuadrón 6 es Michael Bay en un nuevo nivel”. “Destruimos muchos autos. Sé que son coches lindos pero no me importó dañarlos, les preguntaba si estaban bien y no respondían”. “La única dirección que Michael Bay te da es… ¡más rápido!”. “No has vivido lo suficiente hasta que conduces un Alfa Romeo a toda velocidad por Florencia”. Y entonces la moderadora del panel le pregunta a los actores si tuvieran un súperpoder, ¿cuál sería?: “Borrar películas”, lanza Reynolds.