A un costado del Museo del Bicentenario, junto a la Casa Rosada, en la vieja aduana del siglo XIX y el antiguo fuerte del siglo XVIII, está la réplica de un cuadro famoso. Es “Sin pan y sin trabajo”. Lo pintó el socialista Ernesto de la Cárcova en 1894. Una pareja de desposeídos mira la represión por la ventana frente a una fábrica cerrada. Ahí juró, ayer a la tarde, el gabinete de Alberto Fernández .

Con aire acondicionado y todo, el enorme salón de techo vidriado donde caben mil personas parecía un invernadero. Debajo del vidrio toleraban el calor, sonrientes, integrantes del gabinete, futuros secretarios, parientes, amigos, compañeros, dirigentes sindicales, ex funcionarios, líderes del movimiento de derechos humanos. Una gran ensalada sin la cual no hay posibilidad ni de frente, el Frente de Todos que ganó, ni de un gobierno de coalición como el que emergió de la victoria del 27 de octubre. Con kirchneristas de antes y de ahora, como Agustín Rossi y Wado de Pedro. Camporistas de la primera hora pero no de la segunda como Juan Cabandié, uno de los artífices del acercamiento entre CFK y AF en paralelo con Víctor Santa María. O radicales agrupados con Sergio Massa como Mario Meoni, el ex intendente de Junín que asumió como ministro de Transporte. Un regresado 15 años después: Gustavo Beliz. Un albertista más fresco como el jefe de Gabinete Santiago Cafiero, que a su vez es un viejo admirador de Cristina, jefa de su padre el embajador en el Vaticano Juan Pablo Cafiero. Albertistas de siempre como el secretario general de Presidencia Julio Vitobello, el ministro de Trabajo Claudio Moroni y la ministra de Justicia Marcela Losardo. O con incorporaciones como la de Elizabeth Gómez Alcorta, la abogada de Milagro Sala a quien AF le encomendó crear el Ministerio de Mujeres, Géneros y Violencias.

La heterogeneidad fue patente hasta en los juramentos. Felipe Solá se transformó en canciller jurando por Dios, la patria y los Santos Evangelios. Tristán Bauer quedó investido como ministro de Cultura por Dios y la patria. Martín Guzmán y Matías Kulfas, en Economía y Desarrollo Productivo, solo por la patria. La misma fórmula usó, para Salud, el reincidente Ginés González García.

Al mismo tiempo, la figura del Papa cruza a creyentes y ateos. El mismo Fernández, que no es políticamente clerical pero cada tanto invoca a Dios, en su discurso del mediodía había criticado las “políticas de descarte”. Puro lenguaje papal. Igual que el concepto de “casa común”. Y el agnóstico, al menos en el juramento, Martín Guzmán, es apadrinado por el Premio Nobel Joseph Stiglitz, un judío estadounidense con más cara de paisano que Woody Allen. Dato clave número uno: desde abril Stiglitz es convocado regularmente por Francisco para que exponga los males de la financierización. Dato clave número dos: en abril, en el Vaticano, también estuvo Guzmán.

Ginés y Wado de Pedro, que como ministro del Interior ocupará despacho en la Casa Rosada, recibieron una ovación. Carlos Zannini, nuevo procurador del Tesoro, a cargo de los abogados estatales en la marea de juicios que afronta la Argentina, obtuvo una nueva reivindicación. Con aplausos fuertes.

Nicolás Trotta (Educación) juró y en el mismo Museo empezó a coordinador trabajo con su segunda línea : Adriana Puiggrós, Jaime Percyk, la rectora de General Sarmiento Gabriela Diker y el ex secretario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Pablo Gentilli. Gentilli se vuelve de Madrid, donde revistaba como jefe de Gabinete de Pablo Iglesias. Con ellos, aunque no irá a Educación, la ex embajadora y futura funcionaria del Ejecutivo Cecilia Nahón. “Es un buen equipo”, comentaba Roberto Baradel, de CTERA y Suteba. A su lado se le presentaba Juan Pablo Paz, el investigador que será viceministro de Roberto Salvarezza. Otro investigador se sumó a la rueda: Alberto Kornblihtt, biólogo del directorio del Conicet .

A unos metros se sacaba fotos Daniel Arroyo, el ministro de Desarrollo Social que piloteará la pelea contra el hambre señalada por Fernández como la prioridad número uno.

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