El “cuento de Navidad” parecía perfecto, una ilusión óptica que pronto se desvanecería en el aire. Un manto de nieve recién caída cubría la ciudad de Estocolmo durante la mañana del 10 de diciembre. El cielo azul recibió a los 14 galardonados con los Premios Nobel. Las zonas de sombra emergieron pronto para enrarecer el ambiente de una ciudad con excesiva presencia policial, accesos bloqueados y controles aleatorios a los automóviles. “Cuando el Rey Carlos Gustavo de Suecia entregue hoy (por el martes 10) el premio Nobel de Literatura a Peter Handke, será el punto final en la legitimación de la Academia Sueca de la negación del genocidio y del revisionismo histórico”, planteaba el titular del Dagens Nyheter, el diario de mayor tirada de Suecia, con la foto en primera plana de miles de lápidas alineadas hasta perderse en el horizonte del cementerio de Potocari (Srebrenica). 

La decisión perseguirá a la Academia Sueca para siempre”, advertía el periódico en una evidente toma de posición política sobre la Guerra de los Balcanes. Las bajas temperaturas, cinco grados bajo cero, no desalentaron a unas mil personas que se reunieron en la céntrica plaza Norrmalstorg, donde agitaron pancartas con lemas como No Nobel for Fake News (ningún Nobel para las noticias falsas), una manera de denunciar que el escritor austríaco no cuestionó la matanza de más de 8000 musulmanes bosnios en Srebrenica en 1995.

Handke se opuso a los bombardeos de la OTAN contra Serbia en la guerra de Kosovo de finales de la década del 90 y habló en 2006 en el funeral del líder serbio Slobodan Milosevic, llamado por buena parte de los medios de comunicación occidental como “el carnicero de los Balcanes”. Milosevic murió en su celda en el centro de detención del tribunal penal en Scheveningen, en La Haya, durante un proceso legal en el que se le acusaba de crímenes de guerra contra la humanidad y genocidio. Diez años después de su muerte, en julio de 2016, el Tribunal Internacional de La Haya lo exoneró de la responsabilidad en los supuestos crímenes de guerra cometidos en Bosnia entre 1992 y 1995. 

“Está claro que el Rey no le va a quitar el premio a Handke, pero no podemos quedarnos callados”, dijo Teufika Sabanovic, una de las organizadoras de la protesta, miembro del Comité Bosnio del Parlamento de Suecia. También participaron las Madres de Srebrenica, el periodista Roy Gutman, ganador del Pulitzer; la corresponsal de Le Monde, Florence Hartmann y la crítica literaria y escritora Alida Bremer, entre otros. Los manifestantes llevaban banderas bosnias y brazaletes blancos, como lo que los serbios de Bosnia obligaron llevar a los no serbios en 1992. “Premiar a Handke fue una mala decisión”, declaró Ernada Osmic, una refugiada bosnia que llegó a Suecia en 1995 con su hija. El polémico presidente turco Recep Tayyip Erdogan se mostró indignado con el Nobel al autor de La mujer zurda y La tarde de un escritor, entre otras novelas. “Entregar el premio Nobel de Literatura el día de los derechos humanos a un personaje que niega el genocidio en Bosnia-Herzegovina es como premiar las violaciones a los derechos humanos”, declaró Erdogan en la televisión turca, cuando él mismo como presidente es un negacionista de las reivindicaciones de las minorías como el pueblo kurdo.

En la ceremonia de premiación el “aplausómetro” se inclinó a favor de la polaca Olga Tokarczuk (Nobel 2018) en detrimento de Handke (Nobel 2019). Las palabras introductorias del presidente de la Fundación Nobel, Carl-Henrick Heldin, llamaron la atención y fueron abono para las interpretaciones. Habló de “la proliferación de líderes políticos que niegan los hechos” y del “crecimiento del pensamiento irracional, de opiniones extremas” que “ganan terreno al pensamiento racional y al consenso siempre necesario”. Y lo remató con una referencia indirecta a Greta Thunberg (una best-seller en Suecia), al asegurar que cuando la gente joven se pone de pie, “merecen nuestro apoyo”. El propio Rey Carlos Gustavo de Suecia, quien es el encargado de entregar el premio, vio con disgusto la elección de la Academia y su desagrado se manifestó en la recepción que tuvo lugar después de la ceremonia: mientras Tokarczuk estaba sentada al lado del Rey, a Handke lo ubicaron a varias mesas de distancia, lo más lejos posible.

Un día después de la ceremonia, ya con el Nobel de Literatura en mano, las críticas contra el escritor austríaco continúan. “Hoy he decidido declarar a Peter Handke 'persona non grata' en Kosovo por el apoyo que ha dado a Milosevic y su política genocida en Kosovo y en Bosnia-Herzegovina, y la negación del genocidio cometido por Serbia”, anunció el ministro de Exteriores kosovar, Begjet Pacolli, en su cuenta en Twitter. Y agregó que conceder el premio Nobel de Literatura a Handke muestra una falta de respeto por las víctimas del genocidio de Srebrenica. El escritor austríaco –que suele perder fácilmente la paciencia con los periodistas que le “reclaman” explicaciones sobre sus posturas políticas y hasta le exigen que se “arrepienta”-, como ha precisado un especialista en su obra, Klaus Kastberger, suele “tomar posiciones insoportables”, mezclando “literatura, política y vida personal”. El “cuento de Navidad” como género bienpensante tiene un límite: no admite el disenso.