Pocas horas antes de asumir la presidencia, Alberto Fernández había convocado a la república entera a cerrar la fisura, o grieta, o como se quiera llamar a los resentimientos y odios que dividen a esta nación. Propuso diálogo, serenidad y firmeza en aras de nuevas formas de convivencia, con disensos argumentales y no con linchamientos mediáticos, o sea con respeto y cuidado de no ofender al que piensa diferente.

La respuesta que obtuvo fue impactante: desde la primera noche y con poco disimulo, un par de docenas de profesionales de la tele se repintaron las caras para rebajar el entusiasmo popular y sembrar cizaña entre el presidente y la vice. Así, un odio indisimulable y una pobreza conceptual seguían –y siguen– imperando en la telebasura y en los mentimedios, a despecho del llamado del presidente a desterrar el odio, que es el primer paso hacia la Paz. Que es a su vez el valor supremo que arduamente construimos millones de argentinos y argentinas desde el 10 de diciembre de 1983.

Esto replantea lo que ya es evidente: que si no se resuelve el problema de la mentira mediática no hay democracia posible. Por eso hoy es imperativo ser conscientes del juego sucio de los sistemas comunicacionales concentrados, que son cada vez más insidiosos y amenazantes en función del histórico mandato canalla del neoliberalismo, como antes del fascismo y de cada imperialismo que en el mundo ha sido: si los pueblos no se someten por las buenas, será por las malas.

Y bien lo sabe el planeta entero: ahí están Honduras, Haití, Ecuador, Bolivia, Chile y ahora Colombia, recientes ensayos de lo que el neoliberalismo es capaz de hacer. Que es lo mismo que hicieron hace 20 años en los Balcanes, cuando destruyeron Yugoslavia bombardeando y matando cientos de miles de personas hasta que la fragmentaron en media docena de países y metieron baza para dominar esa región. Como lo habían hecho antes en Ruanda en 1994, en Sierra Leona en 1999, y luego en Iraq, en Libia, en Afganistán; y en Siria estos últimos años, y en Palestina por décadas.

Ni exageraciones ni paranoia: todo eso sucedió y arrasaron con millones de vidas en Europa, Asia y África. Sólo en Nuestra América habían sido algo discretos hasta ahora, si cabe el término y más allá de golpes de estado e invasiones como hubo en Guatemala, Santo Domingo, Panamá, Grenada. Y siempre con el mismo cínico argumento de la "guerra humanitaria", ese oxímoron atroz que ahora agitan contra Venezuela.

La estafa, la manipulación mediática y la violencia están en el ADN neoliberal. Así se llevaron puesto al alfonsinismo en 1983, a la Alianza en 2001 y desde 2015 a los radicales genuflexos y al socialismo liberal, que jamás habían sido tan gorilas y resentidos como estos años y así lo están pagando.

Imprescindible recordar, entonces, que el neoliberalismo y el racismo no saben de derrotas definitivas en ningún lugar del mundo. Siempre se reciclan, se camaleonizan, mienten, engañan. Y cada vez su retorno puede ser más violento: por sus sistemas comunicacionales primero, y luego si hace falta mediante las armas. Nuestro 1955 fue una muestra. Como Bolivia ahora.

Por eso resulta escandaloso que a sólo una semana del nuevo gobierno y por la pura mala fe de tergiversar un supuesto aumento de retenciones que no fue, entidades y especuladores agrarios amenacen cortar rutas difundiendo videos y declaraciones incendiarias en las llamadas redes sociales. Y encima con el auxilio de un polémico juez que al "procesar" a la Mesa de Enlace de 2008 en realidad parece jugar a favor de posibles ocupaciones de rutas, porque como bien recordó esta semana el dirigente agropecuario Pedro Peretti, todos los ahora "imputados" ya "fueron absueltos en 2017 y entonces procesar por segunda vez a la mesa de enlace violando el principio de cosa juzgada es una clara maniobra política".

Por eso hay dos cuestiones que deben ser esclarecidas con urgencia. Una es que las retenciones son un impuesto que necesariamente debe aplicarse pòr segmentos, de manera que un productor dueño de 50 o 100 hectáreas y un latifundista propietario de 100.000 nunca paguen lo mismo. Ése fue el gran error de la famosa 125, que en 2008 metió en un lío al gobierno de entonces.

Y la otra cuestión es la existencia misma de las retenciones, que –aunque no lo admiten– son un instrumento fiscal histórico de la Argentina y cuya aplicación la inició la propia oligarquía. Y el primer gobernante en aplicarlas fue, en 1862, nada menos que el Presidente Bartolomé Mitre. Quien desde entonces impuso una práctica impositiva permanente: todos los sucesivos gobiernos liberales de la generación del ’80 y hasta entrado el Siglo 20, aplicaron retenciones en forma ininterrumpida hasta 1905. Así lo hicieron los presidentes Sarmiento, Avellaneda, Roca (en sus dos gobiernos), Juárez Celman, Pellegrini, Sáenz Peña, Uriburu y Quintana.

Una docena de años después, en 1918, Hipolito Yrigoyen volvió a aplicarlas y Marcelo T. de Alvear las mantuvo hasta 1925. Los gobiernos ultraconservadores posteriores al golpe de estado del 6 de Septiembre de 1930 perfeccionaron las retenciones con la creación de la Junta Nacional de Granos, que en el primer peronismo y con la nacionalización del comercio exterior dieron lugar a la creación del IAPI.

Y fue la autodenominada "Revolución Libertadora" la que restableció las retenciones, con el peronismo proscripto, siguiendo las ideas de Raúl Prebisch, Alvaro Alsogaray y Adalbert Krieger Vasena.

La historia siempre ayuda y en este caso basta leer al historiador Norberto Galasso y recorrer diferentes ediciones de Página/12 para comprobarlo. Con información y verdad, la acción de esa entelequia llamada "campo" queda reducida a mero carnaval de intereses. Y la Paz tan necesaria es posible.