En tiempos de bolsillos flacos y de hiperconectividad, el teatro sobrevive, en tanto ceremonia viva, como un ritual necesario. Ni las crisis, ni una comunicación cada vez más mediada por las pantallas, logran amedrentar a una actividad que en el ámbito local compite por la calidad y la variedad de su oferta con plazas teatrales destacadas a nivel mundial, como Londres o Nueva York. No obstante, el contexto de recesión económica y su consecuente caída del consumo repercutieron y afectaron en distintos niveles a los distintos circuitos en los que las artes escénicas se desarrollan (ver aparte).

Aun así, con el bajo poder adquisitivo y los incrementos tarifarios como principales obstáculos, el teatro se las arregló en el año que se va para seguir brindando a los diferentes públicos una cartelera diversa en contenidos y estéticas. Y aunque abarcar la infinidad de obras representadas a lo largo de 2019 resulta imposible, a continuación se ofrece una aproximación a algunos de los acontecimientos más significativos de la temporada.

En sintonía con los tiempos en los que la agenda de las mujeres se cuela progresivamente en todos los ámbitos, el teatro se hizo eco de ese debate emergente y puso en la escena la problemática de la violencia de género con distintas propuestas. Quien de alguna manera fue el encargado de inaugurar el año en esta materia fue el Teatro Nacional Cervantes, que bajo el título “La asamblea de las mujeres” ofreció una maratón de once horas de talleres, charlas y proyecciones, que contó con la presencia de distintas referentes del arte y la cultura. El teatro comercial, propenso a dramaturgias más livianas, también aportó lo suyo con el estreno de Después de Casa de muñecas, suerte de secuela del clásico de Henrik Ibsen Casa de muñecas, escrita por Lucas Hnath y dirigida por Javier Daulte, donde se visibilizó una vez más el destino de una mujer que rompe con los mandatos del matrimonio y la maternidad.

El teatro griego, por su parte, permitió poner en escena versiones de tres obras con similar perspectiva feminista: Fedra, de Juan Mayorga, y con dirección de Adrián Blanco, sobre una mujer condenada por desear; Lo mejor de mí está por llegar, versión libre y contemporánea de Medea escrita por Jorge Acebo y Juan Carlos Rivera, que reveló la cruda vida de una protagonista sometida a maltratos y abusos y Lisístrata, dirigida por Silvia Gómez Giusto, quien además se propuso aggiornar la obra escrita por Aristófanes, donde las mujeres inician una huelga sexual para obligar a los hombres a terminar con la guerra.

La trata de personas también tuvo su tratamiento a través de La Varsovia, de Patricia Suárez y con dirección de Mirén Remondegui, y de Flores de Tajy con dramaturgia de Sol Bonelli y puesta a cargo de Valeria Ambrosio. Y la injusta y desigual realidad impuesta por la clandestinidad del aborto en el país encontró un abordaje sin eufemismos en la notable pieza de Mariana Bustinza Lo que quieren las guachas. Ya cerrando el año, y en el mes de la No Violencia contra la Mujer -noviembre- coincidieron tres festivales que buscaron incentivar la reflexión a partir de la escena: “Mujeres a la obra”, “Medeas” y el “Festival Nacional sobre Violencia de Género”.

En la misma línea de concientización, las sexualidades disidentes y las interpelaciones al esquema binario en torno a la identidad de género ocuparon también un lugar en las tablas. Así, pudo verse la multipremiada, y reestrenada en la 12º edición del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), Millones de segundos, del dramaturgo español Diego Casado Rubio, con un trabajo impecable de Raquel Ameri, interpretando a Alan, un adolescente transexual con síndrome de Asperger. Con su obra Orillera, el director y clown argentino Toto Castiñeiras también contó las vidas de personajes atravesados por tensiones vinculadas a la identidad de género y al despliegue de su sexualidad.

El grupo Piel de Lava, por su lado, siguió con Petróleo, su quinto trabajo en escena que se repuso en el Teatro San Martín y luego se mudó al circuito comercial del Metropolitan, con el mismo éxito arrollador. En la pieza, las cuatro actrices, también dramaturgas y directoras, componen a trabajadores petroleros que logran de a poco deconstruir sus prejuicios y estereotipos de masculinidad impuestos por la heteronorma. Sobre un amor entre hombres (o más bien el desamor), se vio en el Cervantes Testimonios para invocar a un viajante, con texto de Patricio Ruiz y una puesta dirigida por Maruja Bustamante que combinó diversos lenguajes y ofreció una potente reivindicación de la disidencia. En ese sentido, Príncipe azul, de Eugenio Griffero, y con el debut en dirección de Thelma Biral, propuso el reencuentro de dos hombres, cincuenta años después de un amor adolescente.

También el teatro, en 2019, puso entre sus temáticas recurrentes la historia y la política local, a veces para revisar acontecimientos sociales de relevancia histórica y otras para reflexionar sobre la actualidad. En Potestad, uno de los estrenos más resonantes del año, María Onetto se lució en el unipersonal escrito por Eduardo “Tato” Pavlovsky y dirigido por Norman Briski, donde se puso en la piel de un médico apropiador durante la última dictadura cívico-militar. En relación a la lucha armada en los años setenta, y tomando como disparador la desaparición de Roberto Quieto, dirigente de la organización Montoneros, en 1975, Susana Torres Molina escribió Un domingo en familia, obra que subió a escena dirigida por Juan Pablo Gómez. Y del mismo director también pudo verse Recorte de Jorge Cárdenas Cayendo, sobre el primer herido en la represión de diciembre de 2001.

Con un tratamiento más próximo a las problemáticas económicas actuales, se presentó Buena presencia, de Víctor Winer, y dirigida por Lía Jelín, una comedia sobre las estafas que sufre la clase trabajadora por parte de la especulación financiera, y a la que el humorista gráfico Miguel Rep, por primera vez al frente de la dirección de arte de una obra, sumó una estética de cómic. Con una propuesta similar, y para retratar, en clave de humor, las penurias que genera una economía en crisis, Los Macocos repusieron Los Albornoz.

A su vez, hubo propuestas que pusieron el foco en los mecanismos de la sociedad disciplinaria. En este sentido, hizo su aporte La naranja mecánica, la primera versión del clásico de Anthony Burgess estrenada en la Argentina, escrita y dirigida por Manuel González Gil. Allí pudo verse a Franco Masini en el rol del villano Alex, a quien el Estado decide someter a una polémica técnica de resocialización. Y con una lectura análoga también se estrenó Tadeys, fábula político-sexual escrita por Osvaldo Lamborghini, versionada por Analía Couceyro y Albertina Carri, que significó además el regreso al teatro de autor de Diego Capusotto en la piel de un psiquiatra que diseña un método con el cual el aparato estatal transforma a los jóvenes violentos en mujeres a través de la sodomización y el adoctrinamiento.

En el ámbito de la historia internacional, con formato de teatro documental, pudo verse en el Teatro San Martín Atlas del comunismo, obra de la directora, actriz y performer argentina Lola Arias, que dio cierre al FIBA. Allí, ocho protagonistas relataron sus vivencias en torno a los valores del socialismo desde la creación de la República Democrática Alemana, y hasta su posterior disolución en 1990, tras la caída del Muro de Berlín. En el mismo teatro, y con las actuaciones principales de Boy Olmi y Osmar Núñez se llevó a cabo la jugada apuesta de ensamblar dos obras inspiradas en hechos reales, que revelaron los complejos cruces entre la política y el arte y al mismo tiempo recordaron el horror del nazismo: Colaboración y Tomar partido, de Ronald Harwood, y con dirección de Marcelo Lombardero. En esa línea de advertencia acerca del vínculo entre los artistas y el poder, y el peligro de la degradación del arte que eso conlleva, se presentó La vis cómica, de Mauricio Kartun, en una puesta metateatral y con tono de parodia.

En cuanto al recuerdo de personajes históricos, se evocó la figura de Juana Azurduy, con Juana ¡vive!, protagonizada por Luisa Kuliok y dirigida por Rosa Celentano, mientras que en el musical Aquí cantó Gardel, de Mariano Saba y dirigido por Nelson Valente, se rememoró el último concierto del “Zorzal Criollo” en la Argentina. La ficción también permitió ver en escena el romance de Frida Kahlo y León Trotsky en Los amantes de la casa azul, con dramaturgia de Mario Diament y dirección de Daniel Marcove, y la relación entre los científicos y Premios Nobel de Física Werner Heisenberg y Niels Bohr, en Copenhague, obra del dramaturgo británico Michael Frayn, y adaptada por Mariano Dossena. Por su parte, el historiador Mario “Pacho” O´Donnell imaginó en La decisión cómo podría haber sido el encuentro entre los dirigentes Leandro N. Alem y Lisandro de la Torre, quienes jamás se cruzaron, en una puesta dirigida por Gerardo La Regina.

Y si de personajes relevantes se trata, el teatro una vez más rindió especial tributo al dramaturgo inglés William Shakespeare. Clásico de la cartelera porteña, el Festival Shakespeare celebró su novena edición y fue declarado de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Del director italiano Alessandro Serra, se vio en el FIBA Macbettu, puesta basada en Macbeth, y hablada en idioma sardo. Otro de los clásicos como Romeo y Julieta encontró una relectura actual a través de la grieta política argentina y de la mano de Irina Alonso quien escribió y dirigió León y Sarita, mientras que Martín Ortiz se inspiró en El rey Lear para escribir Cisneros, una tragedia argentina y Jorge Azurmendi estrenó Mucho ruido y pocas nueces.

Célebre pieza del autor isabelino, Hamlet agotó entradas en el Teatro San Martín con la versión dirigida por Rubén Szuchmacher y protagonizada por Joaquín Furriel, y un éxito similar se replicó en la pieza Ojalá las paredes gritaran, versión libre escrita y dirigida por Paola Lusardi, donde el personaje principal ya no es un príncipe, sino un joven millennial. De igual manera, la tragedia de Otelo también fue abordada con dos propuestas diferentes: Othelo, del clown argentino Gabriel Chamé Buendía, y Demoliendo Otelo, versión de la Compañía del Revés que puso el acento en la violencia de género.

Otro de los tópicos que abundan en la rica oferta teatral es el de las relaciones interpersonales, en su más amplio espectro. Al respecto, y en clave introspectiva, dos unipersonales ahondaron, desde una mirada femenina, en la psicología individual y en los vínculos afectivos. Tal fue el caso de La enamorada, de Santiago Loza, y con dirección de Guillermo Cacace, donde se pudo ver a la cantante Julieta Venegas debutando en la actuación para hablar de la maternidad, la lactancia infantil, el amor, la muerte y la vida eterna. Una criatura que habló de afectos y también de frustraciones fue Estrella, la nueva creación de Juan Pablo Geretto, quien dio voz a un ama de casa, revendedora de cosméticos.

Sobre la amistad, el autor y director Matías Puricelli puso en escena Nahuelito, coprotagonizada por Thelma Fardin, donde una confesión hecha entre dos amigas cambia su relación para siempre. Y sobre el amor, el dramaturgo Andrés Gallina presentó Los días de la fragilidad, puesta dirigida por Fabián Díaz que revela el vínculo alejado del amor romántico entre un poeta mudo y una futbolista. Por último, la familia tuvo también su abordaje escénico. Mauricio Dayub, bajo la dirección de César Brie, se destacó en El equilibrista, pieza con la que invitó a recordar los orígenes familiares, combinando elementos autobiográficos y ficcionales. Y, desde otro enfoque, la realidad de la familia disfuncional se vio en propuestas diversas como La casa de las palomas, de Victoria Hladilo, donde se expresan los conflictos dentro del núcleo familiar en medio de una fiesta de cumpleaños infantil, y La reina de la belleza, del irlandés Martin McDonagh y con puesta de Oscar Barney Finn, que reúne a dos parejas de personajes: una hija sometida por una madre abusiva y dos hermanos de experiencia y proyectos diversos.

 

Los números en rojo

Para el teatro, el año que termina deja un saldo positivo en calidad artística, pero negativo en relación a su rendimiento económico. Es que las crisis golpean duro en todos los frentes, y las artes escénicas no son la excepción.

Un informe elaborado por el Observatorio Universitario de Buenos Aires (OUBA), publicado el 4 de diciembre de 2019, recoge algunos de los datos que arrojó el balance de números en la actividad teatral, relevados por la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (AADET). Según esa entidad, las cifras actualizadas indican, de enero a noviembre, una menor cantidad de espectadores: 6% menos que 2018 y un 14% menos que 2014. Aunque si se habla de cantidad de obras, ese número se intensificó un 7% más en relación a 2018. En ese marco de recesión económica, una exponencial disminución de público y un aumento considerable de costos, AADET siguió poniéndose al frente de campañas como “Vení al teatro”, donde el público pudo acceder a más de 70 obras del circuito comercial a un bajo costo de 300 pesos.

Si bien el teatro independiente, por su parte, pudo convertirse en una oferta seductora para una buena porción de espectadores, por su calidad de propuestas y precios más accesibles, los resultados en su economía tampoco fueron mucho más auspiciosos. Según un relevamiento realizado por Alternativa Teatral en 34 salas, el nivel de público bajó casi un 1% respecto del año anterior, mientras que la recaudación subió casi un 26% también en relación a 2018, pero en un contexto inflacionario anual del 50%, lo cual dificultó cubrir el brutal incremento de tarifas que golpeó especialmente a este sector. Como hito compensatorio de la crisis, el teatro independiente celebró su día -30 de noviembre- con la reapertura del Teatro del Pueblo y con una jornada inédita en la que participaron más de 100 salas con funciones a 100 pesos.

 

Por su parte, el teatro oficial también hizo sus balances. En medio de un cese de actividades por conflictos gremiales, el Teatro Nacional Cervantes reveló en su informe de gestión de 2019 un crecimiento del 19% en relación a las funciones realizadas, en comparación con 2018, pero una caída de 9% en el porcentaje de ocupación. En este circuito, el Complejo Teatral de Buenos Aires es el que mostró los mejores números. Con una cartelera que sostuvo su calidad a lo largo de todo el año, y con días de precios populares que superaron apenas los 100 pesos, las cifras oficiales hablan que, al igual que en el Cervantes, las funciones teatrales superaron en un 8% a las del año pasado y, a diferencia del teatro nacional, el público aumentó en casi un 7%.