Brian Cox se dio cuenta de que las cosas habían cambiado cuando los extraños empezaron a pedirle no un autógrafo, sino que les dijera “Fuck off”. El actor de 73 años ha sido una cara familiar del escenario teatral y la pantalla, pero su muy celebrado rol como Logan Roy, el temible y malhablado patriarca en el centro de Succession, es, según dice, “algo completamente diferente”. Logan preside un vasto imperio mediático e impone el miedo sobre sus hijos adultos, que compiten por su favor en la esperanza de ganar las llaves del reino. Cuando leyó su parte supo que era buena: “Tengo un instinto para estas cosas. Firmé inmediatamente”, dice. Aun así, no pudo anticipar que las feroces púas de su personaje se convertirían en tal fenómeno.

La primera vez que se le pidió el exabrupto que suele soltar en pantalla fue en un encuentro en la casa de la actriz Rosanna Arquette en Los Angeles, donde Ronan Farrow estaba haciendo una lectura de su libro Catch and Kill, sobre los supuestos crímenes de Harvey Weinstein. El lugar estaba lleno en su mayoría por mujeres, algunas de las cuales se aproximaron a Cox al final con ese pedido especial. “Pensé ‘¿Es esto realmente apropiado en un evento #MeToo? ¿Yo, un viejo dinosaurio blanco diciéndole a mujeres jóvenes ‘fuck off’?. Pero aparentemente estos son los tiempos en los que vivimos.”

El encuentro se produce en la oficina de su publicista en Londres. Cox es pequeño pero robusto; su pelo blanco está peinado hacia atrás y tiene la barba perfectamente recortada. Lo más desafiante es su voz, gentil y bien colocada, reflejando la mitad de una vida dedicada a declamar obras de teatro de William Shakespeare. Cox, que al momento de la entrevista acababa de ser nominado a un Globo de Oro al Mejor Actor en Serie de Televisión por la producción de HBO (y que finalmente ganó) , está peleando contra un resfrío y aún tiene por delante un largo día de promoción. Pero no se queja. “En 2021 cumpliré 60 años en este negocio, y mi fecha de caducidad se acerca”, apunta. “He tenido éxitos, pero nunca como en este momento”.

Recuerda a Michael Elliott dirigiéndolo en Moby Dick en el Royal Exchange Theatre de Manchester, a comienzos de los ’80. Cox ya había hecho algo de televisión y había hecho su debut en el West End con el papel de Orlando en As You Like It de Shakespeare. Elliott le dijo “Brian, vos vas a tener un largo camino”. Nacido en Dundee (Escocia), de clase trabajadora, el joven actor era diferente a sus compañeros de escuela pública. “No sabía cómo hacer eso que hacían ellos. No era bueno con las relaciones, no sabía cómo sonreír”, dice. Ahora, por supuesto, tiene bajo su cinturón un buen número de grandes papeles teatrales, entre ellos el del Rey Lear en el Teatro Nacional y el de Tito Andrónico en la Royal Shakespeare Society.

Inspirado por grandes actores norteamericanos como Marlon Brando y Spencer Tracy, Cox se mudó a Estados Unidos para intentar poner un pie en las películas, y rápidamente fue seleccionado para interpretar a Hannibal Lecter en Manhunter, de Michael Mann (1986). Aparecía en pantalla menos de diez minutos, pero dejó una fuerte impresión en directores de Hollywood que lo vieron como un confiable villano para la pantalla; así lo seleccionaron para ser Agamenón en Troya, como el ruin Stryker de X-Men y como el avieso jefe de la CIA en la saga Bourne. Sin embargo, no fue seleccionado en El silencio de los inocentes para volver al personaje de Hannibal, que quedó en manos de Anthony Hopkins.

Cox ganó un Emmy por su rol de Hermann Göring en la serie televisiva Nuremberg (2000), que sigue siendo uno de sus trabajos favoritos. “Tuve que dejar a un lado la idea generalmente conocida de quién era Göring, y eso es lo que me encanta de mi trabajo. Shakespeare hablaba de sostener un espejo frente a la naturaleza, y ese es realmente el trabajo. Es mostrar cómo realmente es la gente. Cuando interpreté a Lecter mostré un hombre plausible, pero también insano”. A comienzos de este año obtuvo una crítica aclamadora por su interpretación de Lyndon B. Johnson en The Great Society en Broadway. El trabajo era demandante e hizo que volviera su diabetes; algo por lo que culpa entre risas a su coestrella Richard Thomas (aquel que hacía de John Boy en la añeja serie Los Walton), quien interpretaba al vicepresidente Hubert Humphrey. “El me ofrecía dulces entre las escenas y yo pensaba ‘sí, ¿por qué no?’. Y entonces mi azúcar en sangre se disparó”.

El actor volverá a unirse al clan Roy en mayo, cuando comience la filmación de la tercera temporada de Succession. “El programa es una historia moral para nuestros tiempos”, reflexiona. “Estamos en ese punto en el que la gente –en la vida pública- dice y hace las cosas más indignantes con total naturalidad. La gente ama los personajes de Succession, aun cuando si se ponen a pensarlo un poco quizá se sientan algo perturbados. Presentamos a los Roy como gente real en situaciones reales, y Logan es el dilema central. Es mucho más insidioso que solo decir ‘Bueno, él es Donald Trump o Murdoch’. Esos dos hombres heredaron su fortuna y sus negocios. Logan es un hombre que se hizo a sí mismo, que vino de la nada. Es un misántropo que básicamente se siente decepcionado con el experimento humano”. Cox se ríe con tristeza. “Es algo en lo que Logan y yo estamos de acuerdo”.

Tras leer el guión, una de las primeras cosas que Cox le preguntó al autor Jesse Armstrong es si Logan ama a sus hijos. La respuesta fue afirmativa. “Eso era importante”, dice. “Logan sabe que sus hijos son decepcionantes, pero eso no quiere decir que no se preocupe por ellos. Con lo que todo tiene que ver con empoderarlos pero solo hasta cierto punto, porque ellos tienen que empoderarse por la suya”. Cabe preguntar si Cox siente un vínculo con eso, aunque sea a menor escala, dada su propia historia familiar: tiene dos hijos adultos de su primer matrimonio, Margaret y Alan, y dos adolescentes con su actual esposa, la actriz alemana Nicole Ansari. “Es un gran problema, trato de conseguir que accedan a entender mis raíces. No pueden solo contemplarlas”, reflexiona.

Logan Roy y su familia: relaciones complicadas.

Cox nació en una pobreza casi dickensiana. Si padre murió de cáncer pancreático cuando Brian tenía solo ocho años, dejando importantes deudas. Su madre sufrió un quebranto nervioso, fue sometida a un tratamiento de electroshock y pasó buena parte del resto de su vida en instituciones, hasta su muerte en 1973. “Con lo que estaba por la mía”, dice Cox con la naturalidad de quien ha contado la misma historia miles de veces. “Pero tuve estas hermanas maravillosas que eran mucho más grandes que yo; mi hermana más grande, Betty, que era la roca en la que me apoyaba, ahora tiene 89 años. Pero no tuve una guía como padre. Nunca supe cómo ser padre. No soy bueno en fijar límites, porque nunca tuve ninguno”. El problema con la paternidad, señala, es que es un experimento “que falló de manera miserable conmigo por la situación en la que estábamos y la tragedia en mi familia. Pero me instiló un sentimiento de supervivencia. Desde entonces fue así”.

Cox mira con cariño los años sesenta, una época de movilidad social de la que él claramente se benefició. En los comienzos de su adolescencia solía ratearse de la escuela para irse al cine. Repitió un grado, dejó el colegio a los 15 y consiguió un trabajo limpiando pisos y haciendo mandados en el teatro de repertorio de Dundee. Allí se sintió inmediatamente en casa y, a los 17, consiguió una beca para la escuela de drama de Londres. “El Gobierno me tomó bajo su cuidado. Mis gastos y expensas fueron pagados porque no tenía nada. Fue una época maravillosa, maravillosa.”

Cox tiene ahora doble nacionalidad y pasa la misma cantidad de tiempo en Estados Unidos y Gran Bretaña, con hogares en New York y Primrose Hill, en Londres. “Todavía soy un activo miembro de la comunidad londinense –señala-, aunque me he alejado de la política”. Fue locutor del Partido Laborista en las transmisiones para las elecciones de 1997, cuando Tony Blair llegó al poder, pero lo que vino después lo decepcionó: “Tenían la mayor oportunidad de realmente resetear la agenda, y no lo hicieron. Con lo que me alejé”. En 2014 hizo campaña por la independencia de Escocia en apoyo al Partido Nacional Escocés. “Le doy crédito a (la parlamentaria escocesa) Nicola Sturgeon. Ella puede ser la líder de esta Nación. Es verdadera y honesta. Veo al Partido Laborista y veo socialismo anticuado, muy fuera de época. Y tenemos a este mentiroso de escuela en el poder. Después de Trump, es como El día de la marmota. Lo comparo con la Torre de Babel. Nadie sabe cómo pasarse los ladrillos porque no pueden hablarse unos a otros. Hay una ruptura en el lenguaje, y el imperativo moral se ha desvanecido. El sentido de igualitarismo ya no existe”.

Cox es conocido por hacer mucha investigación para sus proyectos de actuación. Esto puede involucrar una copiosa lectura sobre personajes de la vida real, o la observación de diferentes tipos de personas para ver cómo se comportan. Recientemente se encontró con el billonario y ex alcalde de New York Michael Bloomberg, quien le dio una inesperada visión del esquema de pensamiento de la elite política. Bloomberg fue a ver The Great Society y, tras la función, ambos tuvieron una charla sobre Vietnam. “Esto fue antes de que él anunciara sus intenciones presidenciales”, recuerda Cox. “Dijo que nunca fue a Vietnam, pero agregó que de haber tenido que ir no hubiera sido como soldado sino como teniente. Fue una declaración reveladora. Con estos hombres adinerados tenés la sensación de que... no es que sean mejores que los demás, pero simplemente están un escalón arriba. Para ellos no es una opinión sino una declaración de los hechos. Con los Roy y en la vida real, ahí es donde estamos”.

*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.