Alejandro cuenta que a sus 6 años se portaba tan mal que, para Navidad, al abrir una gran caja de regalo, se encontró con que Papá Noel le había dejado un chorizo como único regalo. Sus tíos y primos se rieron de la sorpresa, y él comprendió que se lo merecía por lo malo que era.

Esta escena no puede menos que generar perplejidad. El primer impacto resulta de escuchar que el niño lo relata en tono de acuerdo, justificando el castigo recibido. A esa edad difícilmente pueda cuestionar el accionar de sus padres, ante lo cual, se tiende a desmentir el enojo, dolor y vergüenza, y siendo leales a sus padres, asumen que se lo merecen por ser malos. Porque a esa edad, generalmente, se considera quien hace cosas malas, es malo.

Situaciones similares son relatadas por muchos más niños de los que uno imaginaría en el siglo XXI. La amenaza de que Papá Noel, los Reyes Magos o el Conejo de Pascuas los vigilan y sancionarán si no se portan bien, sigue siendo un recurso vigente en muchas familias.

Estos castigos resultan aún más impactantes al tratarse de escenas que se despliegan frente a otros adultos y niños que, en ese mismo momento, sí recibirán regalos. Quedan expuestos a veces ante la risa de algunos, al ver la ocurrencia de los padres, que se escudan tras un supuesto Papá Noel que juzgó y sentenció al niño.

De más está decir que ninguna acción de esta naturaleza genera límites ni resultan intervenciones educativas, sino que producen vergüenza, inhibición y hostilidad, que, en función de cada niño, se volverá contra él mismo o será dirigida a otros.

En estas escenas prepondera un grado de hostilidad que linda con un abuso de poder demoledor en el psiquismo de un niño. Sea cual fuera la intención, la acción resulta de una crueldad contundente.

El psicoanalista argentino Fernando Ulloa planteaba que el desarrollo de la crueldad tiene como antecedente, en la constitución inicial del sujeto, la falencia de la ternura como primer anidamiento, como primer amparo que recibe el recién nacido. No es éste el único origen del futuro despliegue de la crueldad, ya que serán necesarios dispositivos socioculturales posteriores que, o bien no reparen ese origen fallido de la subjetividad, o lo acrecienten.

Muchos padres probablemente hayan desplegado acciones similares por carecer de recursos, lo cual probablemente se vincularía con los avatares de su propia infancia. Si así fuera, bienvenida una instancia de reflexión para poder modificarlo y reparar su propia historia, adoptando una modalidad diferente a la que padecieron como niños, con sus propios hijos.

La autoridad delegada

Otra faceta a pensar en relación a estas situaciones radica en la complejidad que subyace al concepto de autoridad. Si fuera Papá Noel quien evaluó y decidió sancionar al niño, ¿en qué lugar quedan los padres frente al niño?

Si miramos la situación desde la perspectiva infantil, podríamos pensar que los padres tampoco hicieron su tarea como era esperado y por ello otro tuvo que venir a poner orden, sancionándolo.

Al delegar los padres la toma de decisión en un tercero, evaden la responsabilidad. Resulta “más cómodo” decir que fue otro el que consideró que el niño no merecía regalo alguno. Si la figura de crianza no está en condiciones de fijar pautas y tomar decisiones, será muy difícil que se constituya en alguien digno de confianza para el pequeño.

Apelar a otros como portadores de la ley y el orden, seguramente resulte más cómodo y, al generar miedo, podría parecer efectivo, pero sólo lo será en apariencia y a corto plazo, aunque no será gratuito a nivel vincular ni en el contexto del desarrollo infantil.

Cuando un niño cuenta con los recursos necesarios y algo de estas actitudes los interpela, no les cierra, buscan ámbitos de confianza donde relatar lo padecido. Afortunadamente, a estos niños que comparten la inquietud, el maltrato los interpela. No están dispuestos a naturalizarlo aunque frente a otros adultos se muestren obedientes, asumiendo que su lugar en la familia, y en el mundo, sea ser malo.

Retomando el concepto de crueldad, Ulloa hablaba de la ternura como su opuesto. En las situaciones de las que estamos hablando, ante el enojo de padres fastidiados por niños que se portan mal, se nos plantea este contraste.

Afortunadamente, son muchos los adultos que, ante dificultades similares durante el proceso de crianza, abordan el conflicto desde la ternura. Esta diferencia, fundada en el buen trato, escucha y afecto, abrirá el camino para que los niños puedan transitar el conflicto como oportunidad de desarrollo.

Cuando deseamos que un niño logre modificar actitudes, el primer paso consiste en donarle esa capacidad. Mostrarle que nosotros sabemos que es capaz de generar algo diferente. Que él merece recibir apoyo ante su padecimiento, ser querido, escuchado, mirado por quién es, no por cómo se porta. Merece recibir ayuda, no ser sancionado y castigado.

El desarrollo infantil implica procesos sumamente complejos, no reducibles a un esquema de estímulo-respuesta, castigo-obediencia. En este caso, si los signamos como malos, responderán con lealtad a la imagen que le transmitimos.

La hostilidad desplegada por las figuras de crianza desautoriza, genera miedo, inhibiciones o desafíos, pero nunca dará lugar a nada positivo. Una figura que amenaza no es digna de confianza y a mediano plazo genera bronca, rechazo, cuando no odio. La crueldad no tiene nada que ver con la puesta de límites. Sólo dificulta la crianza y los vínculos.

Marcela Altschul es licenciada en Psicopedagogía y psicoanalista. Directora de Entramar, espacio de capacitación.