Mientras se publica esta reseña, el nuevo libro –en inglés– de Neil Gaiman, Norse Mythology, está en la lista de best-sellers del New York Times (debutó en el primer puesto hace unas semanas). En abril se estrenará la serie basada en su novela American Gods de 2001. Hay muchas más noticias sobre sus éxitos y proyectos: él los anuncia en Twitter y Tumblr, desde donde mantiene una relación fluida con sus fans. En muchos sentidos, Neil Gaiman, que acaba de cumplir 56 años, es un escritor contemporáneo. Tiene presencia en las redes, acompaña en las giras a su esposa, la rockstar Amanda Palmer, escribe para proyectos online, trabaja en colaboración (con el recientemente fallecido Terry Pratchett, por ejemplo), escribe para grandes, para jóvenes y para chicos y de vez en cuando todavía se deja seducir por el universo del cómic, el que lo convirtió en una estrella: en 2013, aceptó volver al extraordinario personaje de DC, Morpheus, con la breve saga The Sandman: Overture. La serie había culminado, oficialmente, en 1996. La importancia de The Sandman en los 90 no puede desestimarse: no era el primer cómic literario pero si fue el más deslumbrante (lo sigue siendo) y el que lo convirtió en un guionista icónico. 

Después, Gaiman se pasó a la literatura tradicional. Por supuesto, ser un guionista enorme puede garantizar el éxito comercial pero no necesariamente el de la crítica o el del gusto del público. Pero las novelas y cuentos de Neil Gaiman, con algunos altibajos, son en general fascinantes. Y alcanzan un logro infrecuente: pueden ser leídas por jóvenes sin ninguna condescendencia, es decir, manteniendo el poder de las ideas tomadas de los mitos y la literatura, el lenguaje cuidado y también resultan un placer para los adultos que añoran la ficción fantástica con dejos de ternura, asombro e inteligencia, en la línea de Ray Bradbury y Ursula K. Le Guin.

Material sensible es el tercer libro de cuentos de Neil Gaiman y su título original en inglés es Trigger Warning, término que viene del abuso de la corrección política especialmente en el campo de la educación universitaria, donde todo lo que pueda de alguna manera “impresionar” o “activar un trauma” en los jóvenes lectores debe venir con la advertencia de que se trata de “material sensible” para que puedan evitarlo. Una política que excluye al 90% de la literatura y a la totalidad de la Historia pero no por eso deja de implementarse o de ser discutida seriamente (y resistida). El título, claro, es una protesta y una defensa de la literatura como aquello que debe sacudirnos, despertarnos, impactarnos. 

Los textos reunidos son muy variados y Gaiman reconoce en la introducción –donde cuenta cómo se gestó cada cuento– que se trata de un libro inconexo. Escribe: “Considero que los libros de cuentos deberían ser una misma cosa de principio a fin. No deberían ser una mescolanza y agrupar, de cualquier forma, historias que obviamente no fueron creadas para cohabitar entre las mismas cubiertas... En ese sentido, esta compilación es un fracaso”. Claro que Gaiman está sobreactuando la modestia: primero porque este libro está muy lejos de ser un fracaso y segundo porque sí hay una coherencia interna. Quizá no buscada, quizá no pensada, eso está claro cuando ofrece la explicación de las condiciones de producción de cada cuento. Pero sus obsesiones son inocultables: la reescritura de los cuentos de hadas, los lugares marcados como feéricos de su país, los iconos ingleses como David Bowie, Dr. Who, Michael Moorcock o Sherlock Holmes, los homenajes a sus escritores guía, desde Jack Vance hasta Bradbury, pasando por Willliam Blake y Gene Wolfe. Material sensible tiene, además, un regalo para fans: un cuento protagonizado por Sombra, el protagonista de American Gods. Y es uno de los mejores: el inédito “Black Dog”, relato cruel sobre la depresión, el amor, la costumbre de enterrar muertos en los cimientos para garantizar la salud de los edificios y los famosos perros del Otro Mundo que recorren los campos de Inglaterra.

En ese aire de familia guiado por los temas recurrentes de Gaiman, Material sensible es una colección muy variada y algo despareja. Pero tiene un interés especial: al contar la concepción de cada relato, también cuenta el territorio recorrido por un escritor exitoso modelo 00: alguien que acepta encargos, se autogestiona, asiste a charlas, vende derechos, llega a las corridas con los deadlines, reversiona sus historias en diferentes formatos, colabora con diversos medios y con otros artistas. Y lo más esperanzador es que tanto en formato clásico como en modo redes o a pedido Gaiman puede escribir relatos excelentes. “Un calendario de cuentos”, por ejemplo, fue escrito para Blackberry, que le ofreció un proyecto a partir de redes sociales: la idea era responder a preguntas relacionadas con los meses del año via Twitter. Gaiman formulaba las preguntas y de las decenas de miles de respuestas en 140 caracteres eligió 12 y las usó como ideas-disparador. Todo se subió a blogs y se compartió gratis por Internet. “Fue fantástico crear historias en público”, dice. Son fantásticos también los doce relatos breves, algunos muy extraños, otros dickensianos, como el de diciembre, en un evidente homenaje a los relatos navideños de su compatriota. “El caso de la muerte y la miel”, en cambio, es una vuelta de tuerca a Holmes, la respuesta de Gaiman a la pregunta de por qué Sherlock se volvió apicultor: con prosa elegante y contenida, el relato transcurre en Japón –e incluye cartas a Watson–. De la misma manera, puede trabajar con desechos: “El retorno del delgado duque blanco” surgió de un texto incompleto para una revista de moda que iba a publicar ilustraciones del artista Yoshitaka Amano inspiradas en David Bowie y su esposa Iman. La revista perdió interés, Gaiman no terminó el texto que iba a acompañar el trabajo de Amano –fue su ilustrador en un número especial de The Sandman– y decidió terminarlo para este libro. Es un cuento con aires de fantasía épica que recuerda un poco a Moorcock y su Eric de Melniboné y otro poco al propio Sandman, siempre tan frío pero extremadamente vulnerable cuando se encuentra con el amor. 

Material sensible tiene otros notables cuentos como “La joven durmiente y el huso”, una fusión y reescritura con final sorpresa –y aires lésbicos– de La Bella Durmiente y Blancanieves. (Este relato tiene su versión ilustrada por Chris Riddell, también editada en Argentina por Salamandra). O el tenebroso poema en prosa “Mi última casera”, que se lee como una balada antigua entonada por fantasmas de una playa oscura. Pero el verdadero tesoro es “La verdad es una cueva en las montañas negras”, una historia de venganza y duelo con seres más que humanos y oro escondido entre las rocas color hueso de la isla de Skye en Escocia. Es un cuento tradicional en el mejor de los sentidos, escrito con el tono perseverante de la profecía, con algo implacable y desgarrador al tiempo que mítico: ocurre en un mundo que no es el nuestro –aunque se le parece– y en un pasado que podría ubicarse en el futuro. Cualquier altibajo del resto de la colección queda equilibrado por este cuento soberbio, en verdad una novela corta, que posee la rara cualidad de ser totalmente original pero sonar muy conocido, como suele suceder cuando un relato tiene ambición y madera de clásico.

Material sensible Neil Gaiman Salamandra 396 páginas