El 20 de junio de 2018, la firma proveedora de índices bursátiles MSCI Inc. recalificó a la Argentina como mercado emergente, elevando su estatus financiero desde la categoría de mercado de frontera que ocupaba previamente. Este anuncio que fue divulgado con bombos y platillos desde el oficialismo a través de su caja de resonancia mediática generó grandes expectativas en ciertos sectores, ya que, según prometían, a partir de esta nueva etiqueta, tendría lugar el ingreso de miles de millones de dólares al mercado local, lo cual supuestamente despertaría el crecimiento y la bonanza de forma ineludible. Así los mercados financieros internacionales coronaron su bendición a las políticas económicas ejecutados desde el 10 diciembre de 2015

Sin embargo, y a pesar del apoyo incondicional del estrato financiero, el comportamiento de los activos argentinos no resultó tan positivo como se esperaba. Tal es así que desde el momento en que MSCI anunció el pase del mercado argentino a la categoría de mercado emergente hasta el pasado 10 de diciembre, el índice Merval valuado en dólares acumuló una caída del 47,6 por ciento

En tanto, el índice riesgo país elaborado por el JP Morgan se disparó desde los 557 puntos básicos en la fecha de la recategorización hasta los 2188 puntos básicos al finalizar la última rueda bajo el mandato de Macri, lo cual representa un incremento del 292 por ciento

De esta forma, bajo los 4 años de gestión del macrismo el índice Merval acumuló una caída del 57 por ciento en dólares y el riesgo país se incrementó un 342 por ciento, a pesar de que en dicho periodo se ejecutaron la gran mayoría de las políticas económicas que tradicionalmente el sector financiero exige.

Este comportamiento del mercado no resulta una anomalía, por el contrario es lo que lo distingue. Sus representantes apoyan incondicionalmente aquellos procesos económicos caracterizados por la desregulación estatal, la apertura del comercio internacional, el endeudamiento, la caída del salario real, el incremento del desempleo y la destrucción del entramado productivo. Este apoyo se fundamenta en primera instancia en que el aumento del desempleo y su consecuente caída del salario, favorece al menos en el corto plazo a los sectores concentrados en el estrato financiero que al mismo tiempo son empleadores. Simultáneamente, los bancos embolsan suculentas comisiones en cada una de las colocaciones de deuda ya sea por parte del sector público o privado. Además la desregulación les otorga cada vez mayor margen de maniobra para incrementar su rentabilidad. Todo esto en su conjunto le permite al sector financiero incrementar su poder relativo en relación al resto de los estratos económicos.

Esta postura que los mercados adoptan y que consiste en apoyar políticas económicas que en definitiva destruyen todo, incluso al propio mercado financiero, se debe en un primer plano a la avaricia miope que se desespera por maximizar sus ganancias en el corto plazo sin considerar la sustentabilidad de las mismas y a los intereses de unas pocas manos que se enriquecen significativamente en poco tiempo y que luego abandonan el barco en busca de nuevos horizontes antes de que comience el colapso. Esta miopía de futuro que caracteriza al mercado en cuestión es un comportamiento notablemente irracional e ineficiente que privilegia las recompensas inmediatas, celebrando decisiones que les resultan beneficiosas en el corto plazo pero que tienen un costo y un impacto sumamente negativo posteriormente incluso para ellos mismos.

Pero al final de cuentas y como rasgo determinante, este comportamiento del sector financiero se origina en que el mismo integra, siguiendo la categorización propuesta por Eduardo Basualdo, una oligarquía diversificada que se conforma por capitales de diferente origen y con intereses tanto en el sector industrial, el agro y las finanzas, entre otros. Este colectivo que constituye el sector más acomodado y tradicional del establishment busca reproducir la relaciones de poder vigentes, cuya estructura los coloca como claros ganadores. En definitiva, esta oligarquía diversificada tiene el propósito de inhibir cualquier proceso que pueda socavar sus posiciones de privilegio a partir de una distribución más equitativa y sustentable. Y es en este sentido que las crisis económicas resultan para su objetivo una herramienta muy efectiva.

Como puede observarse, el comportamiento del mercado financiero, poco tiene que ver con la caracterización que la economía ortodoxa presenta respecto al mismo. Por el contrario, estos mercados no suelen comportarse de manera racional y mucho menos de forma transparente, sino que este sector se conforma por grupos concentrados que ejercen una posición dominante y que tienen el poder suficiente para impulsar comportamientos en manada, exigir a los gobiernos de turno normas de desregulación para seguir expandiendo sus negocios y requerir salvatajes para las debacles que ellos mismos generan en sus empresas. En este marco, el poder político se encuentra sumamente condicionado para el ejercicio de sus funciones de forma autónoma dada su dependencia en un contexto global sumamente dominado por las finanzas, y cuando alguien osa desafiarlos en determinada circunstancia, recibe como respuesta castigos financieros o políticos de diversa índole.

Como ha quedado evidenciado en el proceso electoral recientemente finalizado, los mercados financieros operan y militan en favor de determinadas políticas económicas, pero no votan. Por ello, es importante tener en cuenta al momento de la construcción de los consensos necesarios para el desarrollo estas circunstancias y asignar el lugar que realmente merecen las exigencias del sector financiero, al cual poco le importa el bienestar de las mayorías y la sustentabilidad del proyecto.

En efecto, la actividad financiera no genera valor por sí misma, el acto de contar dinero, prestarlo, guardarlo o transferirlo, no añade un ápice al valor ya creado, es un trabajo necesario para el funcionamiento del sistema, pero no es estrictamente generador de valor y por lo tanto su crecimiento y rentabilidad depende siempre en el largo plazo del crecimiento de los sectores productivos que son los verdaderos generadores de valor.

Esta noción no quita que para el desarrollo económico en el mundo actual sea indispensable la construcción de un mercado de capitales sólido, extendido y debidamente regulado que permita disminuir los costos del financiamiento para el sector productivo y ofrecer alternativas de inversión razonables a los inversores locales que inhiban o aminoren la fuga de capitales. El sistema financiero permite poner a disposición del capital productivo sumas considerables de dinero que, en otro caso, permanecerían inactivas. De esta forma, las finanzas se convierten en una palanca de la acumulación sin la cual muchos desarrollos productivos no serían posibles. Así, el propio sistema de crédito es una forma inmanente del modo de producción capitalista y una fuerza impulsora de su desarrollo, pero siempre y cuando su potencia sea canalizada hacia el estrato productivo.

Por tal motivo, al momento de pensar y proyectar un modelo económico que promueva el bienestar general en un marco de crecimiento sostenible, resulta fundamental conocer cuáles son las características del mercado financiero y cómo se despliegan sus intereses para asignar la importancia que realmente merecen sus exigencias, priorizando siempre un modelo productivo cada vez más innovador donde la educación y el conocimiento sean la prioridad absoluta para la construcción de una sociedad equitativa y desarrollada.

* Economista UBA

@caramelo_pablo