La temporada 2019 arrojó una hegemonía que parece inquebrantable por parte de los tres monstruos. Al igual que en la mayor parte de la última década y media, Rafael Nadal, Novak Djokovic y Roger Federer volvieron a dominar el circuito, aunque cada vez ofrecen un poco más de espacio para la irrupción de las nuevas generaciones.

Los tres gigantes de la era contemporánea, no obstante, llevan años inmersos en una pelea mayor. Ninguno de ellos juega por dinero, ni por reconocimiento ni por fama. Lo tienen todo. A esta altura de sus carreras compiten entre sí por algo mucho más especial: la historia, esa porción de gloria que se pone en juego, sobre todo, en los torneos más prestigiosos.

Nadal y Djokovic se repartieron los cuatro Grand Slams del año: el serbio ganó en Australia y en Wimbledon, mientras que el español se impuso en Roland Garros y el US Open. En ese contexto, Rafa acumula 19 trofeos grandes y tendrá una oportunidad inmejorable para asaltar el récord absoluto en manos de Federer, en cuyas vitrinas brillan 20 majors.

El Abierto de Australia, que comienza el 20 de enero, le otorgará a Nadal la primera chance matemática de su vida para igualar la plusmarca del suizo. En primer lugar, porque en los torneos de largo plazo como los Slams (casi) siempre ganan los mejores; después, porque el nivel que exhibió el número uno del mundo en los últimos meses lo ubican por encima del resto.

Si bien Djokovic es el más joven de los tres, lo cierto es que todavía se ubica cuatro títulos por debajo del récord y debiera ganar todo para igualarlo en 2020, aunque también configura una amenaza real a mediano plazo.

En plena disputa por la posteridad sabremos cuánto lamentará Federer, que cumplirá 39 años durante los Juegos Olímpicos de Tokio, aquellos dos match points que tuvo cuando sacó 8-7 y 40-15 en el quinto set de la final de Wimbledon ante Djokovic.

Aquel partido en Londres podría resultar determinante en las aspiraciones de Nadal, quien no debería fallar al menos en Roland Garros en caso de mantenerse saludable. La historia, al cabo, casi siempre se define por detalles. O apenas por un puñado de puntos.