La vivencia es solo una de las vías hacia el saber, dado que hay otras formas de transmitir conocimiento. Por ejemplo, el médico no vivenció casi ninguna de las enfermedades que ve en sus pacientes y, sin embargo, sabe más sobre ellas que el enfermo. Si no hay correlación entre la información vivencial y la intelectual, no hay generación de conocimiento, sino solo una colección de datos inconexos.

Existen diversas maneras de arribar a nuevos conocimientos. Algunas son muy subjetivas y otras más objetivas. Veamos algunas: adivinar es predecir lo futuro o acertar el significado de un enigma, e intuir es percibir clara e instantáneamente una idea o situación, sin necesidad de razonamiento lógico; en cambio, analizar implica la distinción y separación de las partes de un todo, hasta llegar a conocer sus principios, elementos, regularidades, etcétera.

Adivinar, desde una perspectiva más actual, no es posible en el sentido de ver el futuro, aunque sí en el sentido de intuirlo o calcularlo. Estas posibilidades suelen ser el resultado de un procesamiento de la información pertinente —automático e inconsciente en la intuición, y racional en el cálculo—. La otra opción sería acertar, aunque este hecho estaría casi en su totalidad vinculado al azar, como en el caso de la lotería, en la que muchos jugadores compran números, pero pocos ganan. De manera parecida, si muchos piensan cosas sobre el futuro, algunos acertarán.

Con sus ocurrencias, ciertos individuos dan en el blanco más veces, y otros menos. Obviamente, cuando el resultado es consecuencia del pensamiento humano, casi nunca es azar puro lo que se pone en juego, sino que suelen mezclarse en variadas proporciones la suerte, la intuición y el análisis.

En forma hipotética, si alguien piensa que le sucederá algo bueno —como, por ejemplo, enamorarse—, podemos conjeturar que el involucrado se encuentra en una fase mental positiva. En ella se le estarían activando ciertas predisposiciones anímicas, con sus correspondientes conductas, y, por tal motivo, su deseo podría hacerse realidad. No son pocas las veces en las que, más que una adivinanza, lo que hizo el presunto adivinador fue un buen análisis, aunque no era consciente en su totalidad del proceso que incidió en él. Por lo tanto, lo supuestamente adivinado, que en realidad es resultado de un pálpito, intuición o presentimiento certero, se diferencia de un análisis correcto —entre otras cosas— por el grado de conciencia que este último conlleva. O sea: el análisis se destaca por el lúcido empleo de un procedimiento adecuado y el desglose de los pasos requeridos, dado que el analista trabaja conforme a una teoría y a un método.

En los fenómenos que aparentan ser inexplicables, como la magia, las adivinanzas, las percepciones extrasensoriales o las curas milagrosas, en honor a la verdad, sería muchísimo más lo explicable —en la generalidad de los casos— que lo indescifrable. Aunque tal vez existe una porción irreductible, en la cual no se puede penetrar a través de las vías convencionales.

Para un hipotético observador infalible es infinitamente más lo inteligible de la realidad psicosocial humana que lo insondable. En cambio, para un ignorante, casi todo el proceso permanece en tinieblas, razón por la cual se potencia el poder mágico-sugestivo.

 

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