No es solo una canción pegadiza e ideal para cantar en un karaoke. Libre soy, el tema principal de Frozen que se convirtió en un himno gay, marcó un quiebre en la historia de las películas de Disney que incluyen vestidos abultados, zapatos de cristal, bailes de gala y reverencias de conquista. Con aquella reina, Elsa, que se negaba a sostener la corona en su cabeza, a ser alguien que no era. Luego de mantenerse oculta, encerrada en una habitación por pedido de sus padres, para que nadie conozca la verdad de sus poderes. Poderes que podrían lastimar a su hermana Anna, y quien sabe a cuántos más. ¿El temor al qué dirán? ¿El miedo a que Elsa sea un mal ejemplo para su hermana menor? Bastaron apenas dos estrofas de la canción para construir la teoría de la identidad sexual de la sufrida Elsa, incomprendida por su propia familia e imposibilitada de mostrarse al reino tal cual es. 

Como en la serie Please Like Me, cuando Arnold ensaya cómo contarle qué es gay a su padre cantando Chandelier con el piano, a veces solo se necesita cantar la canción precisa para anunciar que a partir de ahora el armario solo cumplirá la misión de contener pantalones y camisas, dejando de ser un escondite para sentirse seguro de la mirada homofóbica. Para el colectivo LGBTIQ el estribillo de Libre soy alcanzó para entender el sufrimiento, y esperado alivio, del personaje, devolviéndole un gesto de complicidad. "No puedo ocultarlo más/Libre soy, libre soy/ Libertad sin vuelta atrás/¡que mas da!/No me importa ya/Gran tormenta habrá/El frío es parte también de mí", canta Elsa dibujando en el aire con destellos de hielo. Desde el estreno de la película dirigida por Chris Buck y Jennifer Lee, el vestido de Elsa no solo fue elegido por niñas, también por una infinidad de niños. Uno de los ejemplos más famosos es el del hijo de cinco años de la actriz Charlize Theron, quien salió a pasear con la peluca platinada, de trenza infinita, característica de la reina del hielo, y un solero que imitaba su clásico vestido. Elección que despertó la ira y el dedo acusador de lxs conservadorxs en redes. ¿Esta es la enseñanza que da una película producida por los estudios del ratón Mickey? Pero no es solo cosa de chicxs: lxs adultxs también hicieron el traje a su medida. Más allá de la infinidad de drags que hicieron a Elsa parte de su piel, hubo un video que se volvió viral donde un padre hétero baila Libre Soy con su hijo desplazándose por todo el living. Ambos con su vestido celeste brillante, copiando paso por paso la coreografía de la canción. Y es que Frozen se superó a sí misma

En alguna nota aguda de ese himno la película dejó de ser de lxs directorxs, y propiedad absoluta del tío Walt, para ser escrita e interpretada por lxs espectadorxs y fans que se sienten identificadxs con la valentía que tuvo Elsa en cagarse en los mandatos y expectativas heteronormadas de lxs otrxs. 

Desde que se supo que la secuela de Frozen era un hecho, lxs fans LGBTIQ de la reina del hielo lanzaron en 2016 una campaña pidiendo una novia para Elsa bajo el hashtag “GiveElsaAGirlfriend”. Mientras tanto, las fan fiction eróticas sobre las amantes de la reina con pelo color nieve se multiplicaban en internet como las fantasías lesboeróticas de un gran sector de lxs espectadorxs. Estrenada el último 2 de enero, Frozen II no trae una novia bajo el brazo. ¿Es esta decisión de lxs guionistas una traición al público LGBTIQ? Traición sería si a Elsa le hubieran encajado un rey, o si la hubieran empujado a que de alguna manera aclare que le atraen los hombres. No hay marcha atrás en esta secuela, pero tampoco hay besos lésbicos. Sin embargo, esta secuela sella la identidad sexual de Elsa y se burla del galán hétero machote de la películas de princesas con la canción paródica de Kristoff “Lost in the Woods”. Frozen II deja varios interrogantes dibujados sobre la nieve que esta periodista, con el vestido puesto de Elsa y la trenza anudada, intentará resolver.

Romper el hielo

"Los besos no salvarán al bosque", le dice una Elsa muy niña a Anna. Quien juega a que dos muñecos se amen. La futura reina de Arendelle la observa y pone cara de asco al ver cómo su hermana menor fuerza a una princesa besarse con un príncipe. Así comienza Frozen II. Casi como una declaración de principios: Elsa no es hétero ni le interesa parecerlo. Y, por otro lado, la protagonista de esta película no es una princesa, es una superheroína. La nueva entrega plantea varios temas políticos: el cambio climático por un lado y la apropiación de tierras indígenas por el otro. Elsa y Anna deberán descubrir una verdad anti-colonialista que inevitablemente cambiará la historia del presente y futuro, y obligará por ende a modificar los hechos del pasado. Arendelle no es el reino que todos creían, fue construido sobre la sangre de comunidades indígenas que quedaron atrapados por 35 años, 5 meses y 23 días bajo la niebla del bosque encantado. Lo interesante, además de hacer esta película durante la era Trump, es que el villano se encuentra dentro de su propia familia. El enemigo no está afuera sino adentro de tu casa, sentado en la cabecera de la mesa. Es hora de revisar acontecimientos históricos y los rostros pintados que cuelgan en las paredes del palacio. Pero más allá de hallar la verdad que repare los daños de un pasado lleno de injusticia, Elsa sigue buscando quién es, y quién no quiere ser. Y para ello deberá aprender a cruzar el océano caminando. Luchando cuerpo a cuerpo con caballos de hielo hasta entender cómo domarlos. ¿Son sus propios miedos que toman forma de furiosos corceles? Esa impresionante batalla bajo el agua es la escena más conmovedora y de mayor tensión de la película. Suponemos que la protagonista no morirá, sin embargo, en esa larga escena nocturna donde unas olas gigantes amenazan con devorarla, algo dentro de ella sí muere. La obligación que la arrastra a vestirse de reina, a usar corona y a cumplir un rol que no eligió. Frozen II profundiza el camino de Elsa de mandar todo a la mierda, y encontrar su propio lugar, lejos del palacio. "Yo no quiero que mueras tratando de ser todo lo que los demás quieren que seas", le dice Anna a su hermana mayor. Y Elsa, una vez más, no es rescatada por un hombre sino por su mejor socia. Esa hermana que la admira y jamás la juzga. 

¿Cuestión de negocios?

Cuando en 2016 lxs fans lanzaron la campaña para conseguirle novia a Elsa el sector conservador más reaccionario de los Estados Unidos salió con los tapones de punta a juntar 300.000 firmas pidiendo que aparezca el clásico príncipe para borrar la lesbiandad de Elsa. El tráiler de Frozen II nos tendió una trampa con la canción “Muéstrate”. Más de unx se ilusionó con la idea de que Elsa iba en busca de su chonga. Pero, ¿por qué le reclamamos a esta reina sufrida que tenga pareja? ¿Es necesario que Elsa tenga un romance forzado como en una comedia romántica hétero que pasa un canal de aire a la hora de la siesta del domingo? En la gira promocional de Frozen II, Jennifer Lee, la co-directora, declaró a la prensa que Elsa es un personaje sólido que no necesita que nadie la complemente en el sentido amoroso. “Quizás en el Universo Disney llegue a tener una pareja con el tiempo, pero ahora no está en planes”, agregó. Lo cierto es que si le pusieran una reina a Elsa la venta de entradas y de muñecos se limitaría en Rusia y China. Dos de sus mercados más fuertes. Cuando en San Petersburgo se estrenó La remake de La Bella y la Bestia en 2017, con un LeFou gay, la película fue limitada a mayores de 16 años, y sufrió varios boicots para que no sea proyectada en cines. Pero el público siempre está un paso adelante de sus creadores y de la ambición empresarial: cuando en 1998 se estrena Mulán, de factoría Disney, lxs espectadorxs descubrieron que Li Shang es bisexual. Aquel general que entrena soldados cantando "Y aunque eres hoy patético, todo un hombre haré de ti ¡y serás el mejor para mí!" se siente atraído por Ping, sin saber que debajo de esa fachada se encuentra Mulán. Así se transformó en un ícono bi, ¿motivo por el que la versión en acción viva que se estrenará este año lo dejó afuera? El público queer decide una y otra vez liberar a los personajes de la normativa hétero que proponen sus autorxs. Ese es el mayor poder de la ficción: ningún productor puede controlar nuestras fantasías. ¿Realmente necesitamos que lxs guionistxs confirmen que Elsa es torta? Por supuesto que no. Como la reina del hielo, libres somos.