En un seminario sobre Estudios Culturales que la profesora Silvia Delfino dictó a mediados de los 90 en la Facultad de Filosofía y Letras, todo un grupete de estudiantes discutíamos la relación entre medios, discurso y verdad. La fugaz, y poco productiva noción de posverdad (el prefijo “pos” solo sirve para evitar mostrar las tramas materiales de las ideas) no existía, así que muy a tono con la idea althuseriana de los medios de comunicación como "Aparatos Ideológicos", nosotres buscábamos en la prensa escrita, esa primera versión de la historia, una mayor o menor verdad: leíamos Página/12, Hoy, Prensa Obrera, no nos privamos de nada. Delfino guardaba silencio hasta que luego de su habitual "¡Qué interesante lo que plantean!” Continuó con: "Sin embargo, ¿vamos a discutir los medios en base a categorías lógicas de verdadero o falso? ¿No sería más productivo poner todos los diarios sobre la mesa y ver cómo opera cada uno?” ¡Touché! En un movimiento de lengua nos mandó a todes a los boxes de nuestra propia idiotez.

Esta discusión viene a cuento para la película "Los dos papas”. Si lees las críticas que los think tanks católicos, evangélicos, “disidentes”, feministas, y neoconservadores, vas en ese camino a buscar “historias” como relatos de hechos, “realidades”, tal como la escuela histórica francesa de los “anales”, que nadie se sienta aludide. Por eso, aprendiendo de la patinada que nos mandó a todos a cambiar ruedas en aquel mítico seminario de Puán nos permite cuestionar el camino de la búsqueda sobre la verdad o falsedad de: que Benedicto XVI planificó su sucesión con Francisco y que ese traspaso es el de un conserva a un progresista o popular (estas posiciones político-teológicas son mostradas en temas como no discriminación hacia la diferencia sexo-genérica, crítica a la concentración de la riqueza en la monarquía “macha” vaticana, etc.) La coincidencia de la derecha conserva, la izquierda y el progresismo liberal en el pedido de renuncia de Francisco no me sorprende ni me genera adhesión, todo lo contrario. La cantinela que la jerarquía (y mucha base) religiosa sea cual sea es machista y discriminatoria me lleva a una esplendorosa frase de “Esperando la carroza”: ¡Pero qué duda cabe! Si nos vamos a entregar al visionado de “Los dos papas” con este dispositivo de lectura que ya es un supuesto ineludible, mejor ver otra serie del palo: Messiah de Danny Ruhlmann, que al menos pone en discusión la relación entre discurso religioso, ciencia, instituciones, injusticia como pecado estructural y promesas de cambio para nada pacíficas. Dijo Jesús: “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia” Mateo 10: 34 -36 puede ser leído como un apotegma queer sobre las políticas sociales y, específicamente, las de la familia, mucho antes que adalides de la disidencia escribieran ensayos sobre las prácticas “revolucionarias” tomar hormonas en París o desposarse con la naturaleza.

Volviendo a los papas

Los diálogos entre Francisco y Benedicto son claramente imaginarios ¿O alguien se le ocurre que se accedió a una selfie de ellos dos, en falda hasta los pies, bailando un tango en la puerta del Vaticano bajo una mirada sospechosa de los querubines de la Guardia Suiza? La inexistencia y/o imposibilidad de corroboración es el callejón sin salida de los que quieren encontrar entre los arbustos lo que un momento antes “escondieron” allí: aquello sobre lo que no tenemos duda ¡Qué interesante ver como el más craso positivismo de la izquierda caduca, el progresismo bobo cierra filas con la ortodoxia católica y evangélica facha en materia de epistemología! Si estimades, en la Iglesia “hay un más a la derecha” de Francisco con el que quizá estés ahora mismo cerrando filas, como el socialismo y el troskismo argentino con la 125, la Ley de Medios o las marchas por la seguridad del falso ingeniero Juan Carlos Blumberg.

Por eso, retomando el dictum de Silvia Delfino, queda claro que este film de Netflix es un ingeniosa operación político-cultural en la que se muestra a un Francisco modernizador opuesto al Benedicto pitbull de la "fe", pero con una supuesta experiencia de reconciliazione secreta (que va de los diálogos interrumpidos y vueltos a reanudar, en una especie de práctica samurái de la paciencia, hasta el rídiculo tango gay que esperemos, de haber existido, no le hayan manchado los conserva zapatitos rojos del alemán) en la que Pancho se arrepiente de los límites de su accionar en la última dictadura empresarial militar argentina con el consuelo cuasi luterano del otro Papa cuando afirma todes somes pecadores y humanes. Ya que, de paso, Benedicto se exculpa en una confesión auricular (práctica católica sobre la que Foucault bla bla bla) de lo que no hizo contra los curas pedófilos. En una escena de confesión y perdón de los “delegados” de Cristo, aunque haciendo justicia hay que recordar que Francisco retacea de esta caracterización cada vez que se autodenomina Obispo de Roma, lo que no es menor querides antipaperos. Y así, durante los minutos de ficción en la que verdad y falsedad son categorías cortas, no venden dos modelos de Iglesia como una "continuidad" cuasi consensuada por Joseph, una elección indirecta por conveniencia y "arrepentimiento", y de paso, un búsqueda de legitimidad de Pancho ante una ultraderecha católica, sobre todo estadounidense, que viene pidiendo renuncia no por las obsoletas y fachas posiciones sobre género y sexualidad, sino porque de tanto en tanto le pega al neoliberalismo, la economía del descarte, porque no le cae simpáctico a Trump, ni tampoco a nuestra verde aristocracia campestre y gorilismo urbano tan machista como la jerarquía católica que comanda y sacude, a veces, el susodicho desde Roma. Si hay algo que bien “predice” la ciencia política es que todo neoliberal termina siendo neoconservador, pero que la inversa no es necesaria.

“Los dos papas” es un Corín Tellado en HD. Develar las intenciones del director, productores y guionista de esta hermosa pieza de fantasía y opereta política, es y será insondable. Pero si queda claro que el Vaticano desespera para ganar oxigeno en las pocas reformas que Francisco inició, construyéndose una génesis en un supuesto pacto tipo “Moncloa” de la “reconciliazione”. Y que no sería raro vuelva a foja cero con un nuevo Papa, menos Obispo de Roma y más Vicario de Cristo, en la próxima fumata blanca que quizá traiga el tan ansiado black Pope que para el milenarismo fundamentalista del cinturón bíblico estadounidense, que se lleva de maravillas con la derecha asesina israelí, sería el signo del fin de los tiempos. Fin que se anunciaría según la psicótica/literal lectura del Apocalipsis y de los anuncios de los telepredicadores/as con signos naturales y de locura, como el golpe del Papa a la señora que lo hizo trastabillar. A ver, si tu nono se pone pollera y le sacudís el brazo ¿Vos te crees que te va decir que lindo quiero más? Es maravilloso, por ridículos, leer los sintagmas “homofobia-pegamano-machismo-renuncia”. Obvio que no da para defenderlo, menos cuando si lo ves en cámara lenta y le descubrís la maravillosa capacidad que tiene de enderezar las cejas, juntarlas y convertir dicha pilosidad en un cepillo que te barre la Plaza San Pietro. Después de todo Francisco sigue siendo Bergoglio, que ahora me preocupa más porque esta pretendida continuidad entre él y su antecesor/paralelo prepara el camino para que el próximo (de género ni hablemos) vuelva con los zapatitos rojos y se entronice como el Papa de otra serie “The young pope”, donde el irresistible Jude Law, con su asesora monja interpretada por Diane Keaton, refundan la iglesia pre Concilio Vaticano II y ahí si ya no habrá tiempo no solo para la astucia de la razón, sino para una crítica astuta. La paja está buena, pero es mejor separarla del trigo.