Siendo un neófito, no me corresponde hablar sobre la historia del feminismo. Simplemente quiero abordar el relato poco conocido de una mujer de un pequeño pueblo de Ucrania del siglo XIX. El mismo tiene como uno de sus protagonistas a un tal Shlomo An-Sky, quien en junio de 1915 visitó el pueblo de Ludmir, o Vladimir Volinsky en ucraniano, munido de una rudimentaria cámara fotográfica y un grabador. Su objetivo era registrar la vida en esos pequeños y lejanos lugares, que tenían un encanto y una magia singular. Cuando ingresó al pueblo, percibió la confusión y la tensión que reinaban allí. La Primera Guerra Mundial había instalado una epidemia de cólera y profundizado el antisemitismo. Habiendo sido testigo del maltrato de polacos y ucranianos, se propuso auxiliar a la congregación para que pudieran seguir viviendo en ese lugar como lo habían hecho durante siglos. Luego de mucha discusión, terminó por convencer a los líderes locales de crear un comité de emergencia que debía partir de forma urgente a San Petersburgo para pedir protección estatal ante el vandalismo. La comunidad decidió enviar, entre otros, al rabino Morguenstern, líder espiritual de Ludmir. El grupo no salió de inmediato; ¿cuál era la razón? Morguenstern había sido honrado para ser el padrino en una boda, motivo suficiente para no dejar el pueblo. Debía esperar por lo menos una semana. El rabino se rehusaba a viajar antes de cumplimentar con la honra del pacto ancestral. ¿El pueblo o el casamiento? Esa es la cuestión.

 

¿Cómo conozco esta historia? No solo porque la leí en el maravilloso libro de Nathaniel Deutsch, The Maiden of Ludmir: A Jewish Holy Woman and Her World (2003), sino porque es parte de la saga familiar: mi bisabuelo (quien no toleraba al rabino, posiblemente por problema de egos) formaba parte de esa delegación. Pero gracias a esta historia sabemos la verdadera motivación de An-Sky, el etnógrafo: se detuvo en la aldea para investigar a una tal “Doncella de Ludmir”. Hay una versión de su periplo registrada en el Libro de Memorias de Ludmir, publicado en 1962. Allí aparece un testimonio que relata: “un hombre pequeño, vestido con un uniforme de la Cruz Roja, entró a la farmacia en la cual yo trabajaba, y con un ídish refinado me dijo que su nombre era An-Sky y me preguntó si conocía a algún parroquiano que pudiera acompañarlo al cementerio para fotografiar las tumbas, en especial la de la Doncella de Ludmir”.

¿Por qué querría ir a su tumba y no a la de los famosos Santos Maestros enterrados allí? Porque un hombre iconoclasta y progresista como An-Sky veía en ella a una dama endiablada y revolucionaria, que rompió los esquemas y amenazó el statu quo de hombres tradicionales y religiosos de toda una región europea. Era la única mujer cuyo afamado carisma atraía a varones devotos y piadosos.

Sigue la historia: “An-Sky se encontró con el encargado de la Asociación de Entierros, quien le ratificó la historia. En 1815 una niña llamada Jane Rojl, nació en Ludmir. Desde pequeña estudió la Torá y aprendió a escribir en hebreo”. Esta niña, versada en historias talmúdicas “rezaba, como un varón, 3 veces por día, con tanto entusiasmo que la gente no podía apartar sus ojos de ella. Las cualidades excepcionales de esta joven dieron lugar a que se contaran irónicos chistes sobre ella, antes de que se comprometiera con un hombre del pueblo. Este evento, el del compromiso, produjo algo en su vida espiritual. Ella quería encontrarse con él a solas. Pero como sabemos, eso estaba estrictamente prohibido. Con el tiempo enfermó y en el mismo período murió su madre. Jane Rojl comenzó a aislarse y a vivir de manera ermitaña. De tanto en tanto visitaba la tumba de su madre y lloraba amargamente... En una oportunidad se quedó dormida sobre el sepulcro. Cuando despertó ya era de noche. Empezó a correr de tumba en tumba en el viejo cementerio donde se hallaban los grandes justos y sabios de generaciones pasadas. Cuando el cuidador del cementerio escuchó un terrible llanto y grito, fue corriendo, la agarró y la llevó a su casa. Estuvo gravemente enferma varias semanas. Los médicos no daban esperanzas. Pero un día despertó y reapareció… Empezó a usar el chal ritual masculino y rezaba como los varones. Rechazó el compromiso matrimonial y decidió no casarse jamás. En medio de ello, su padre había fallecido y le había dejado una gran herencia. Compró una propiedad e instaló allí una sinagoga conocida como ´La Sinagoga de Arriba´. Por toda la región se corrió la voz sobre este personaje. La Doncella de Ludmir… No solo varones, sino también mujeres; y no solo hombres comunes, sino sabios y rabinos de otros pueblos peregrinaban para verla”.

Muchas historias se tejieron sobre esta mujer. Dicen que los Grandes Maestros de ese tiempo intentaron convencerla de que debía cambiar su modo de vida y casarse. Inclusive, fue allí el famoso Rev Mótele de Chernobyl --la ciudad del desastre nuclear-- a insistir que contrajera matrimonio”. Cuenta esta versión que “al final lo escuchó y se casó, pero de inmediato se divorció. Poco tiempo después dejó Ludmir, y no se supo mucho más sobre ella”.

Me crié alrededor de esta leyenda. “Había una mujer en mi pueblo que hablaba detrás de una cortina y los varones se maravillaban”, contaba mi madre. Cuando se reunían en mi hogar de la infancia, cada paisano narraba otra versión de la misma. Inclusive Kehos Kliguer, un reconocido poeta que vivía en Buenos Aires, le dedicó algunos versos de un poema. Sobre ella hay sagas maravillosas e insultantes a la vez. Para muchos es la inspiración de El Dibuk, una famosa obra teatral de An-Sky, irónica y dramática, que fue motivo de una reciente publicación de ensayos compilados por Susana Skura y Melina Di Miro (editado por la Universidad Nacional de Jujuy). Pero también fue la musa de Yentl --el personaje icónico y entrañable de Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura--, recordada en la famosa película que tiene como protagonista a Barbra Streissand.

Un dato para que sepa el lector: Shmuel Horodezky, uno de los mayores investigadores de la historia de Europa Oriental, escribió otras referencias biográficas sobre la vida de Jane Rojl. Horodetzky era el nieto del Reb Mótele de Chernobyl, cuya abuela (dicen las malas lenguas), estaba terriblemente celosa de la doncella de Ludmir, habiendo realizado más de un escándalo en público. El resto lo dejo a los periodistas de las revistas de corazón.

 

Un detalle más. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la población de Ludmir rondaba los 9000 habitantes, de los cuales 7500 eran judíos. De los 7500, solo 19 sobrevivieron el holocausto, escondidos en dos sótanos. Yo soy hijo de una de esos 19, y también de esas memorias.