¿Cómo hacen ustedes con el dólar? Muchos años, ¿verdad? ¿Tienen industria? ¿Se puede salir de la dolarización? Eran interrogantes que me hicieron muchas veces cuando estudiaba en Buenos Aires en 2008 y se enteraban de que era ecuatoriano. Siempre la respuesta fue: “A Ecuador le ha ido bien”. 

Ante esto, siempre observé caras de asombro. En el imaginario social de muchos argentinos, la Convertibilidad (el “uno a uno”) significó una mentira muy bien construida, y concebían a la dolarización como un régimen monetario difícil de sostener a través del tiempo. Parece que el Ecuador ha desmontado esa creencia.

La dolarización cumple 20 años el 9 de enero y se mantiene vigente en la economía ecuatoriana (Panamá y Salvador, también la tienen) y en la opinión pública. Cuando las preguntas se convertían en diálogos, precisaba que marchaba mejor que en la década de los noventa, pero no tanto como a otros países que tenían altas y sostenidas tasas de crecimiento económico. 

Ecuador ha gozado de estabilidad macroeconómica en variables como la inflación y en sectores como el sistema financiero. Un crecimiento económico de esas características es una realidad esquiva bajo la dolarización, a pesar de eliminar la incertidumbre que genera el valor de la moneda nacional a futuro, de la promesa ‘eterna’ de la masiva inversión extranjera, y del “boom” de los commodities en la primera década de los 2000.

El crecimiento de la economía ecuatoriana es lo más parecido a una montaña rusa. No obstante, en estos 20 años, no se registran largas y profundas recesiones, como aconteció en la Argentina entre finales de 1998 y el segundo trimestre de 2002. No ha soportado permanentes shocks externos negativos, y cuando los ha tenido, fueron fuertes, pero siempre los pudo enfrentar, ya sea con ahorro interno y/o mediante endeudamiento. Un país que necesita salir del subdesarrollo y disminuir la brecha entre ricos y pobres, requiere crecer de forma sostenida 

¿Por qué la dolarización no ha logrado este resultado macroeconómico en Ecuador? Señalo dos razones:

1. La evidencia empírica sostiene que los desequilibrios externos son más persistentes con este tipo de régimen que imposibilita el ajuste externo (resultados del Departamento de Estudio del FMI). En otras investigaciones se concluye que los efectos de las variaciones del tipo de cambio influyen en la performance de las exportaciones, sobre todo de las nacientes.

2. La orientación del crédito bancario. Cuando la banca central pierde su influencia en la oferta de dinero, la banca privada la hace suya. Si los banqueros han practicado un fuerte racionamiento crediticio al sector productivo y han estimulado el consumo y el comercio de importación, el nivel acumulación del capital requerido para expandir la economía de forma sostenible no es posible.

Preguntas inquietantes generan interrogantes desafiantes. Si el crecimiento económico fue volátil, pero a la vez, no han existido profundas recesiones, ¿cómo ha sido posible si la naturaleza del régimen monetario es procíclica dado que se “importa” la política monetaria? La respuesta se encuentra en el cambio de la política económica. Ecuador pasó de la desaparición total de la política monetaria y de la constricción de la política fiscal a crearle grados a la primera y desaparecer “candados” a la segunda. Hasta 2007, si la economía sufría un fuerte shock externo, la recesión estaba asegurada.

De esta manera, se cambió el objetivo de la política económica. Ya no era sostener la dolarización per se, sino impulsar el desarrollo económico del país a través de ordenar y reorganizar el Estado, generar empleo, e impulsar un crecimiento económico más equitativo. Se pasó de la recomposición neoliberal a la intervención del Estado. Sin embargo, entre 2007 y 2017, la economía sufrió dos shocks difíciles de evadir, pero sí posibles de amortiguar, restricciones externas que no sufrió entre 2000 y 2006.

El mayor gasto público y la repatriación del ahorro interno desde los bancos extranjeros (colocado por la banca privada nacional) achicó los efectos de la crisis financiera internacional de 2008. Con esto, Ecuador fue uno de los primeros países de América Latina en salir de la llamada “gran contracción” de la economía mundial. Asimismo, a partir de 2015, la baja del precio del barril de petróleo, el fortalecimiento del dólar, y el terremoto de abril de 2016 se enfrentaron con préstamos y movilización del ahorro interno, dado el desendeudamiento provocado en 2009 con la renegociación de la deuda, en el gobierno de Rafael Correa.

En materia de crecimiento económico (y de la calidad), no ha sido por la dolarización, de forma explícita, sino por ampliar y diversificar los instrumentos de política económica para enfrentar los shocks externos, desenvolvimiento que no tuvo la convertibilidad argentina. 

Sin embargo, desde 2018, la economía se enfrenta a una crisis inducida que exacerba los conflictos, incrementa el número de pobres, y está rompiendo los tejidos productivos. Luis René Cáceres, en un artículo para la Revista Cepal en 2017, señala que El Salvador ha experimentado un proceso de desindustrialización, acentuado en los años de la dolarización. En Ecuador, todavía no se evidencia algo idéntico, a pesar de la orientación del crédito bancario.

 

Si la economía ecuatoriana no se encamina a un crecimiento económico con desarrollo social y productivo, el número de pobres aumentará, el dinamismo del sector productivo exportador se ralentizará y el desempleo crecerá. Además, se perderá la “privatización menos pensada” de los neoliberales, su joya de la corona, la dolarización. 

* Economista Catedrático. Investigador Universidad Católica Santiago de Guayaquil.(UCSG).

@gonzalojparedes