No fue hace tanto —apenas desde fines del siglo XVIII— que las mujeres tuvieron la posibilidad de vestirse como una reina. Literalmente: con el ascenso de la burguesía, la moda acompañó la posibilidad de que las mujeres de cierta clase social tuvieran más tiempo libre para dedicar a la lectura de novelas y revistas de moda, o para pasearse mostrando sus vestidos, y que se constituyeran nuevos ideales, incluso una nueva aristocracia, basados ya no en la sangre real sino en el “gusto”. Esta revolución cultural que empezó en Francia y se extendió a todo el mundo tuvo su principal difusión en la prensa de moda, y es lo que Kate Nelson Best investiga y periodiza en El estilo entre líneas. Una historia del periodismo de moda, publicado recientemente por Ediciones Ampersand.

Pero los medios de comunicación de modas no sólo enseñaron a sus lectoras cómo vestirse; también les mostraron, dice Kate Nelson Best citando a Simone De Beauvoir, cómo convertirse en mujeres. Desde la moda como expresión de la modernidad, los ideales democráticos y la elección de los consumidores al surgimiento de tipos femeninos que promovían la austeridad en tiempos de guerra o las maternidades recatadas, la moda tuvo un papel fundamental en la construcción de representaciones eróticas o maternales de la femineidad y hasta en el control —o a veces descontrol— de la sexualidad femenina.

En tu libro explicás cómo la moda fue parte de una revolución cultural de carácter democrático que habilitó a los consumidores a elegir. ¿Cómo te parece que funciona esto en nuestra época, cuando la publicidad y el consumo dominan cada aspecto de nuestra vida?

-La ilusión de democracia tal como la menciono en el libro, siempre fue sólo eso en lo que respecta a la moda. Si bien, como argumentó Lipovetsky, el sistema se ha vuelto más democrático, todavía funciona en base a líderes y seguidores, aunque los líderes no necesariamente pertenecen a la élite como en el pasado. Más importante quizá es que, como explico en el penúltimo capítulo del libro, la moda se convirtió en el discurso cultural, que lo abarca todo, desde la comida hasta los interiores. Instagram y otras plataformas nos proveen de un flujo constante de imágenes y publicidad que son quizá más dictatoriales que democráticos. Según explicaron estudiosos como Elizabeth Cohen, la relación entre consumo y democracia se volvió particularmente poderosa en el discurso americano y la moda ha sido central para este discurso y sus nociones de ciudadanía. Como consecuencia, consumir moda se convirtió en un signo de democracia cultural y se volvió por lo tanto un deseo poderoso en las democracias y economías emergentes. Mientras tanto, en las economías desarrolladas hay nuevos discursos emergentes sobre la sustentabilidad y conveniencia de la moda rápida, aunque todavía está por verse cómo estas discusiones van a afectar a la industria y al discurso periodístico a largo plazo.

Parece que la moda y la posibilidad de liberar o controlar la sexualidad femenina siempre estuvieron relacionadas. ¿Cómo exploraste este vínculo en el libro?

-Sí, efectivamente hay una conexión entre la moda y la sexualidad de las mujeres que se puede remontar a las prendas y telas sombrías y apagadas que se consideraban apropiadas para la figura materna en el siglo diecinueve. El vínculo entre maternidad y negación de la sexualidad probablemente continuó hasta el advenimiento de la “yummy mummy” (algo así como la mami hot). La chica soltera o la “dolly bird” de los sesentas reflejaron los cambios en los discursos sobre la sexualidad femenina con la llegada de la píldora anticonceptiva, la bikini fue otro aspecto de estos mismos discursos. Sin embargo, como señalo en el libro, aunque se dejó de enfatizar lo reproductivo en las tendencias de moda tal como había sucedido en los años veinte, el tipo de sexualidad representada se centró en el consumo, incluso el consumo de mujeres y sus imágenes por parte de los hombres. Es interesante que la sexualidad de la “dolly bird” (la chica linda y superficial) imite a la de la “jeune fille” en el siglo XIX. Claramente en los tempranos 1990s y 2000 hubo un gran énfasis en la sexualidad femenina a través del discurso del “girl power” y el post-feminismo y esto se reflejó en el “catwalk” (pasarela muy estrecha en la que las modelos van dando pasos decididos y enérgicos) y en las publicidades de Gucci por Tom Ford, en particular. Igual, pienso que el “empoderamiento” de estas campañas y publicidades parece cuestionable a la luz del movimiento MeToo.

En tu investigación proponés la idea de que la moda tuvo un papel importante en enseñarles a las mujeres —y lo decís citando a Simone De Beauvoir— cómo convertirse en mujeres. ¿Percibís algún cambio en nuestra época, cuando la forma de pensar el género cambió tanto? ¿La moda todavía define cómo ser femenina?

-Creo que la moda todavía define o articula el género y en particular la fluidez de género. Como afirmó la crítica cultural Anne Bancroft, la norma de género por default en la moda es lo trans. Hubo mucha cobertura del tema fluidez de género en la Vogue de Estados Unidos y me pregunto si el género no será ahora el límite que define al progresismo liberal en la moda y en la cultura en general. La tienda Selfridges en Londres creó una sección sin género en 2015 y muchos diseñadores nuevos están creando ropa de género neutro. Es más, las variaciones en las fronteras entre géneros se reflejan en las reacciones a los varones en pollera, que en otra época hicieron que algunos editores estadounidenses se fueran del show de Gaultier. Dicho esto, la prensa y publicidad de moda todavía carece de diversidad y promueve visiones bastante restringidas de la belleza y performatividad femeninas.

¿Cuáles son los principales cambios en la relación entre moda, tipos de cuerpos e ideales de belleza durante el período que investigaste?

-Hubo pocos cambios permanentes en los tipos de cuerpos, dado que la moda osciló entre lo andrógino y las formas más voluptuosas a lo largo del período. Mientras que Rankin y Jefferson Hack trataron de promover tipos más diversos en Dazed —en particular en un número de 1998 editado por Alexander McQueen y fotografiado por el SHOWstudio de Nick Knight, que se enfocó en discapacidades— los cambios reales en los ideales corporales se dieron a través de internet y el crecimiento de las redes sociales. Esto llevó a una gran pluralidad en tamaños de cuerpos, etnicidad y nociones de belleza en general. El surgimiento de nuevos mercados en Asia y otras partes del mundo estimuló a los medios y los publicitarios a abrazar la diversidad, pero creo que la postura de Edward Enninful respecto a raza y diversidad en la Vogue británica modificó el discurso visual de la moda y la publicidad, al menos en el Reino Unido. A diferencia del Black Issue de la Vogue italiana (un solo número dedicado a mostrar modelos negras), el uso sostenido que hizo Enninful de modelos y voceros de diferentes tipos físicos y etnicidades dio como resultado una mayor inclusividad y diversidad en el mercado.

En el pasado la moda fue directamente discutida por políticos, moralistas, escritores y personalidades públicas, sobre todo en la prensa, en parte porque lo que se discutía en realidad era qué ideal o ideales de mujer se pretendía imponer. ¿Te parece que esto cambió en la actualidad? ¿La moda se volvió un campo más autónomo, o estas discusiones simplemente tienen lugares en otros espacios?

-Creo que la moda todavía está presente en este tipo de discusiones porque muchas veces funciona como nexo entre conflictos y asuntos más amplios de la sociedad, ya sea con respecto a roles de género o inmigración, identidad nacional o estructuras económicas. El cambio climático y el papel que juega la moda en él son obviamente un ejemplo, pero la moda también se ha visto involucrada en las retóricas nacionalistas, no sólo en tiempos de guerra. Con el crecimiento del extremismo político y el nacionalismo populista en Europa y América, la moda se va a usar como herramienta para promover ideologías políticas. Además, el vínculo de la moda con el poder cultural implica que las naciones emergentes muchas veces promuevan su identidad cultural a través del diseño de moda autóctono y las marcas nacionales. Es lo que está pasando en China, por ejemplo.

¿Cómo podrías describir la relación entre moda y feminismo, especialmente desde los sesenta en adelante?

-Como dije antes, la moda y particularmente el discurso que la rodea (que de acuerdo con Roland Barthes es lo que la constituye) distrajo o desempoderó a las mujeres al mismo tiempo que las empancipaba en el plano retórico. Probablemente a partir del feminismo de la Segunda Ola la moda fue una presencia incómoda para la ideología feminista radical. Sin embargo, muchos diseñadores exitosos son mujeres y se trata de una industria que emplea a una cantidad de mujeres, así que debería llevar la delantera en políticas de empleo que beneficien a las mujeres y sus derechos. Creo que ya no se percibe a la moda como opresora de las mujeres, pero el énfasis de los medios en el look de las primeras damas, por ejemplo, sugiere que este todavía tiene que ser un tema para el feminismo.