Desde Barcelona

UNO "Dos cosas son siempre iguales: la danza y la guerra. La danza y la guerra son dos cosas particularmente similares porque uno puede verlas. Para eso es para lo que sirven", lee Rodríguez que Gertrude Stein escribió en su Everybody's Autobiography.

Y Rodríguez está de acuerdo, sí; pero también debe asentar que jamás pudo soportar los espectáculos de danza de cualquier tipo. Y no le suele ir mejor con las películas "de guerra" (en especial las ininterrumpidas raciones de Guerra Civil Española) salvando excepciones tan evidentes como obvias y que incluyen a aquellas dos con trasfondo fantástico de Guillermo Del Toro. Y a Apocalypse Now, Full Metal Jacket, The Dirty Dozen, The Bridge on the River Kwai, Inglorious Basterds, The Thin Red Line, Casablanca, Ran y El señor de los anillos, que son otra cosa: son películas no de guerra sino en guerra. Sin embargo, a Rodríguez siempre le gustaron mucho las novelas y cuentos "de/con/en guerra" entendiéndolos, mejor, como "de/por soldados". Así fue que combatió --entre muchos otros-- junto a Cooper, Crane, Babel, Hemingway (quien insistía en que "la guerra es el mejor tema: ofrece el máximo de material en combinación con el máximo de acción. Todo se acelera allí y el escritor que ha participado unos días en combate obtiene una masa de experiencia que no conseguirá en toda una vida"), Waugh, Faulkner, Ondaatje, Salinger (su "Para Esmé, con amor y sordidez" siempre le pareció uno de los mejores relatos sobre las secuelas nada hemingwayanas de obtener una "masa de experiencia"), Remarque, Tolstoi, Ford Madox Ford, Dos Passos, Heller, Trumbo, Salter, Herr, Wharton, Barry Hannah y Denis Johnson (acaso los dos mejores escritores de soldados en llamas), Mailer, Shaw, O'Brien, Pynchon y Grossman y Vonnegut quien, en Matadero-Cinco apunta --acaso contrariando al dictum de Hemingway-- aquello de "Después de todo, uno de los principales efectos de la guerra es que allí se le enseña a las personas a que es mejor no convertirse en personajes".

En cualquier caso, Rodríguez ve tres "de guerra" en un mismo fin de semana. En pantalla grande, como debe ser. Y --en el mismo multicine, Rodríguez entra y sale y vuelve a entrar a los pocos metros-- las tres son muy buenas, cada una a su manera y entrenamiento y de frente, ¡march!

DOS La primera de ella --por orden de visionado-- es An Officer and a Spy/J'Acusse de Roman Polanski. Y, aunque esté llena de uniformes, transcurre durante esa finisecular paz tensa y belicosa en la que ya se están encendiendo los hornos de lo que se conocería inicialmente como Gran Guerra y no Primera Guerra Mundial porque --llegado el armisticio-- nadie quería siquiera imaginar la posibilidad de que se fuese a producir un remake con mejores efectos especiales. La película trata sobre el célebre Caso Dreyfus que conmovió al acusador Zola y hasta al difícil de movilizar Proust a no ser para acudir a la fiesta de alguna de sus "princesas". Pero, en verdad, es otro polanskiano thriller inmobiliario del director de Repulsión, Rosemary's Baby, El inquilino, La muerte y la doncella, El escritor, Carnage, La venus de las pieles o Basada en hechos reales. Es decir: ambientes cerrados y alguien al que se persigue y se acosa por diversos motivos. También, es un procedural militar/legal con antisemitismo y --lo más interesante de todo para Rodríguez-- con un tono seco y nada complaciente que no busca conmover al espectador. A su manera, se parece bastante a The Irishman de Scorsese: ambas examinan los mecanismos/códigos de des/honor con los que se "relacionan" tanto militares como mafiosos. Así, los oficiales que aquí se atusan el bigote pertenecen a una época en la que toda familia numerosa entregaba un hijo al ejército, otro a la iglesia, otro a los tribunales, otro a los hospitales y las hijas a casarlas lo mejor posible, y de ese modo se dominaba el universo. Las familias mafiosas más o menos igual. De haber sido film Made in Hollywood, nadie hubiese evitado y sí exigido un abrazo final que no llega y que es sustituido por --aquí todo es castrante y castrense-- diálogo parco, saludo uno, choque de talones, media vuelta, y salir de allí.

La segunda es la muy promocionada 1917 de Sam Mendes. Y, sí, Rodríguez ya ha estado allí aunque fuese en otras batallas: en Senderos de gloria, en Galípoli, en Salvar al soldado Ryan, en Dunkerque. La guerra como "experiencia inmersiva" aquí en una falsa única toma. Y son las trincheras del año en cuestión (las mismas en las que coincidieron poetas ingleses y surrealistas franceses) y por las que dos oficiales de bajo rango emprenden misión casi imposible para evitar carnicería entre sus filas. Y está muy bien lo de Mendes (a Rodríguez le gustó en su momento American Beauty aunque él fuese del Team Magnolia, y le decepcionó su Revolutionary Road; pero considera a Skyfall la mejor "de Bond" de todos los tiempos y acaso la más inteligente y subliminal reescritura de Cumbres borrascosas). Pero aún así 1917 no se priva de ciertos lugares comunes del correr bajo el fuego de metralla: superiores cínicos, muerte con lágrimas, jovencita con bebé, himno entonado por joven soldado con voz de ángel, árbol simbólico... El general Polanski nunca lo hubiese hecho así.

La tercera sesión es, en verdad, una "de soldaditos". Y acaso sea la más perturbadora de todas. Se titula Jojo Rabbit y está dirigida y MUY reescrita por Taika Waititi (aquel que había filmado y firmado What We Do in the Shadows: ese desopilante falso documental con vampiros que, seguro, le encantó al director de aquellos otros vampiros danzarines) y basada en novela lacrimógena y romántica y cosmética firmada por ex modelo de Nina Ricci y Givenchy con nazis de fondo al estilo de El niño del pijama a rayas o La ladrona de libros. Pero Waititi centrifuga y contamina sus fuentes (algo parecido a cómo la dramática Red Alert fue violada por los satíricos Stanley Kubrick y Terry Southern para Dr. Strangelove). Y es a este paso redoblado --marcando himnos triunfales de Beatles & Bowie-- con el que se cuentan las idas y vueltas del pequeño Johannes "Jojo" Beltzer enrolado en las filas de la Juventud Hitleriana. Y Jojo tiene al mismísimo Adolf como amigo imaginario. Y a una abnegada y heroica madre que esconde a una chica judía en el ático. Y está claro que el efecto que aquí busca --y en más de un momento encuentra-- Waititi es el conseguido por Ernst Lubitsch en To Be or Not to Be con una cierta estética à la Wes Anderson. Aunque lo que acaba imponiéndose (con benéfica malicia, como una especie de continuación indirecta y mucho más cruel de lo montado por aquellos amorales productores de Mel Brooks) es un perturbador ¿de qué me estoy riendo y por qué de pronto estoy llorando? Y la respuesta es que el nazismo tiene la gracia de la más pesada de las bromas.

En cualquier caso, Rodríguez sale satisfecho y temblando. En una misma tarde de domingo pasó de la indignación al miedo a la carcajada y a la emoción --Forward, march! Jeté!-- y ya es hora de volver danzando al frente de batalla de su vida y hasta la derrota, siempre.

También pueden verlo.

Cuerpo a tierra.