Los claroscuros son protagonistas de Malamadre. Las entrevistadas –filmadas en riguroso blanco y negro, con un juego de luces, sombras y contrastes - miran a la cámara en silencio, muestran su incomodidad, se emocionan, sonríen, reflexionan con la mirada, hablan. Expresar las contradicciones es la gran apuesta. Los mandatos de la maternidad se desmenuzan, se expresan, se discuten, para terminar volando al galope de un caballo. “Para el feminismo, la maternidad es una tarea, para mi feminismo, es una trinchera”, dice sobre el Amparo González Aguilar, directora de este documental que mixtura testimonios de madres a través de voces diferentes, de distintos lugares y clases sociales, que van componiendo una foto panorámica. Cuando los entrevistados son sus hijes; Juan y Catalina, aparece el color pleno. Un relato en primera persona desde la animación y teatro de sombras asoma como un juego, una propuesta lisérgica que pone vértigo en una película que trae distintos climas. "Lo que terminamos descubriendo mientras la hacíamos es que el mandato no es único. Para cada una de las situaciones, desde el afuera, se construye un mandato. Y la forma de salir de eso tendría que ser a través del ejercicio de la libertad y no a través del armado de nuevos mandatos", reflexiona la directora. La película entonces deja, más que respuestas, la curiosidad de habitar la pregunta. 

“Recuerdo mucho que el origen de esta película tuvo que ver con lo impresionante que me resultaba a mí el proceso de desidentificación que se da con la maternidad, esto de que yo estaba dejando de tener nombre propio, estaba empezando a ser la mamá de…, eso me impresionaba mucho. Y como activista, no terminaba de encontrar qué era lo que me pasaba con todo esto, no lo podía terminar de vincular entre el mundo de las ideas y la experiencia en el cuerpo. Y Marlene Wayar un día me dice que una no es solo eso que el resto del mundo la nombra pero sí es el lugar que iba a ocupar incluso para activar”, rememora Amparo sobre el origen de esta película polifónica. “Eso a mí me pareció un horror. Pensé que entonces, de verdad iba a ser la mamá de… y esto iba a ser todo. Después fue entender que en realidad hay una apuesta de futuro enorme, no sólo en tener une hije, sino en poder disputar de qué manera les criamos. De verdad fue una apuesta importante, reencontrarme con eso y poder pensarlo amorosamente. La trinchera para mí es más amorosa, es la manera de convencernos de que vamos a hacer otro mundo para estes niñes y para nosotras”, recupera el recorrido. 

Amparo dirigió también el corto VHS (Víctor Hasta Siempre) y el documental Furia Travesti, una historia de Travajo , sobre la cooperativa Nadia Echazú. Ese activismo forma parte de la voz de la narradora, que aparece y desaparece tanto en su forma corpórea como en las animaciones y teatro de sombras, pero también como entrevistadora. El foco está en las voces de las entrevistadas, que repasan su experiencia. “Una primera decisión fue sacarlas de su entorno habitual, cotidiano y se definió que fuera en un estudio, y después tanto el blanco y negro como el vestuario, que es muy poquito, tenía que ver con tratar dentro de lo posible de que no se las pudiera identificar inmediatamente con su pertenencia de clase, cultural y demás, sino con hacer el experimento de que más o menos sean todas iguales, a ver qué pasa con sus discursos y cómo empatizamos o conectamos”, describe la directora, que aspiraba a “habilitar un espacio de reflexión sustrayéndolas un rato de su entorno”.

Las otras entrevistas son a les hijes de la directora, Juani y Cata. Responden preguntas, expresan el aburrimiento o la expectativa por la entrevista, y dicen que mejor que la madre trabaje. Juani lo expresa así: “Tiene derecho a aprender y enseñar”. ¿Por qué sus apariciones tienen color? “Claramente no les pertenecía el mismo discurso audiovisual que a las madres, porque es otro lugar. Entonces, apareció esta distinción. Después es muy orgánico, los veíamos y nos parecía obvio que tenía que estar en color”. ¿Por qué entrevistar a les hijes para hablar de maternidades? “Fue re delicada la parte de entrevistar a mis chiques, justamente, por estar muy implicada”. Su temor nacía de “la diferencia entre generar, aupar espacios de libertad y mandatar en otro sentido, entonces para mí era re inquietante tratar de diferenciar cuándo les chiques estaban queriendo decir amorosamente lo que yo esperaba oír y cuando encontrábamos su discurso imperfecto, propio de su edad, y lo que tratamos de hacer fue respetar el discurso de la infancia”. Lo mismo se pregunta respecto de la transmisión entre las feministas con algunos años más y las pibas.

“Una de las entrevistadas que habla de lo agridulce, y lo que intentamos fue incorporar eso, incluso la cuestión del humor, de reírse ante el espanto, volver a conectar con lo lúdico. Lo del teatro de sombras fue un poco eso, armamos un set y fuimos a hacer algo que en un punto era representar las fantasías más oscuras, qué pasa cuando querés tirar al pibe, qué pasa cuando te querés ir, qué pasa”, analiza la realizadora, quien apostó a “hacerlo de una manera lúdica que por un lado permitía animarse a enfrentar eso que una ni siquiera quiere reconocer y por otro lado es re propio de lo que nos pasa cuando estamos criando niñes, aparecen otras dimensiones de nuevo en la vida como el juego, el baile, la música y es muy lindo”. Por eso, Malamadre no es un tratado contra la maternidad, ni mucho menos. “No venimos a establecer un nuevo discurso que dice ahora les cuento que es todo pesado, que es todo un bajón. No, es habitar las contradicciones”.

La incomodidad de esas contradicciones tiene lugar en la pantalla, de forma amorosa. “Pienso, en relación al próximo proyecto que estamos trabajando sobre masculinidades, que el lugar que nos propone la época, bien tomado, es la incomodidad”, considera Amparo y lo pone en relación a la propia historia, a la lupa sobre lo que no se quiere repetir y “también es la incomodidad copada, que es la que nos moviliza a darnos el lugar para pensar todo el tiempo cómo queremos que las cosas sean”.

Cuando la película se hizo, la maternidad aún no estaba en la agenda de los feminismos. “La película tomó tiempo en financiarse, tomó tiempo desde que se filmó hasta que finalmente está en cines, y hay un cambio. Igual, creo que nos falta mucho y es porque justamente hemos hecho un movimiento de placas tectónicas, sacudimos todo. Ahora hay que empezar a encontrar los matices, ahí vuelve a aparecer la incomodidad, como camino que nos va a tocar transitar. Ahora sí, la maternidad está en agenda, o está un poco más en agenda, estamos pudiendo pensar menos binariamente, o sea, pensar que la maternidad querríamos que sea elegida, deseamos y queremos que sea ley, y esperamos que sea deseada, estamos pudiendo matizar que eso igual no quita en medio pensar cómo son las maternidades”. 

Malamadre puede verse hoy y los viernes de febrero, a las 19, en el Malba y a partir del 20 de febrero, en el Cine Gaumont.