Martín Flores Cárdenas es dramaturgo y director. En 2019 fundó junto a su pareja, el escenógrafo Ruslan Alastair Silva, Casa Teatro Estudio, un local que da a la calle y funciona al mismo tiempo como vivienda y espacio escénico. Flores Cárdenas estrenó sus últimas creaciones en esa pequeña sala para 26 espectadores, entre ellas Love me (cocreada con Marina Otero), No hay banda (donde escribe, dirige y actúa) y La fuerza de la gravedad (pensada para su amiga, la actriz Laura López Moyano). Ahora estrenó Al Oeste: capítulos I y II, un desafío en muchos sentidos porque supuso salir de ese recinto familiar y expandirse hacia lo desconocido, conquistar nuevos territorios. El director decidió llevar el espíritu de "Casa" (así nombra su espacio) al Teatro Sarmiento: del proyecto no sólo participa Ruslan en el diseño de escenografía sino también Pablo Ragoni (actor) y Bernardita Epelbaum (asistente de dirección), parte fundamental de Casa porque dan clases y se ocupan de todo cuando él no está.
"Yo estaba muy cómodo acá –dice el autor a Página/12, sentado en la recepción de su teatro y custodiado por un muñeco de Darth Vader que descansa sobre una vieja heladera–. Fue una propuesta de expansión para salir a descubrir quién soy yo en ese espacio". Sobre la invitación del CTBA para montar una obra, dice: "Realmente era algo inesperado, sobre todo por los términos en los que se me propuso. Me dijeron: 'Hacé lo que quieras'". Y eso fue exactamente lo que hizo. Escribió una pieza en la que profundiza algunas cuestiones planteadas en trabajos anteriores sobre el origen, la identidad y la ficción. Ragoni y él entran a escena desde la platea: Flores Cárdenas se sienta en el escritorio ubicado en un rincón del escenario, abre su laptop y empieza a tipear las palabras que, proyectadas sobre una pantalla blanca situada al fondo, configurarán la obra ("¿esto es una obra?", se pregunta). Ninguno dice una sola palabra en voz alta y, sin embargo, las palabras abundan.
"En esta etapa de mi vida aparece mucho la pregunta sobre cómo habitar los espacios concretos y abstractos, cómo habitar el mundo. Si con estas premisas voy para allá, abro un montón de conflictos. Pero si prevalecen ciertos principios que para mí son importantes, tal vez no represente algo del todo desagradable. Finalmente fue muy agradable. Me trataron increíble y aceptaron condiciones que para ellos no son muy habituales en relación al diseño de producción", destaca. "A mí me encanta este lugar, me voy a quedar acá siempre y me parece que eso también genera algo. Sin embargo, este movimiento quizás hace que otras personas conozcan el espacio. Creo que quienes vayan al Sarmiento a ver esta obra van a tener ganas de conocer Casa".
La obra aborda y problematiza el origen: de una familia, de un pueblo, de una cultura, de un espacio, de la creación e incluso de la existencia. "Siempre hay un origen del origen porque nada viene de la nada", subraya Flores Cárdenas, y advierte que en ese punto todo se vuelve un poco misterioso. "Lo más interesante es que de ahí, de lo desconocido e inefable, venimos todos". Y amplía su punto con la teoría del Big Bang: "Buscar el origen es como ir detrás de un saber que nunca vamos a alcanzar. Dicen que antes del Big Bang no había nada, que el tiempo y el espacio tal como los conocemos hoy surgieron con ese evento. Pero algo había. Algo a lo que no tenemos acceso, que no podemos nombrar y entonces llamamos de esa manera: nada".
Esta reflexión permite formular preguntas desde una dimensión histórica e incluso filosófica: ¿quiénes cuentan el origen?, ¿qué partes fueron omitidas o directamente negadas?, ¿qué porciones no podrán ser narradas jamás?, ¿todo debe ser narrado? Al Oeste dialoga con el western a partir de la figura de un vaquero (Ragoni) que interactúa con el autor en escena (Flores Cárdenas) y debe obedecer instrucciones. "Ir hacia atrás es algo que suelo hacer en mis obras pero en este caso hay una radicalización. El capítulo I dispara muchas cosas y arma un gran campo asociativo en relación a distintas formas de origen: mi gusto por el western, por la ficción, por el teatro", enumera.
–La obra transforma actos que suelen ser muy íntimos, como la lectura o la escritura, en un hecho colectivo, público. ¿Qué te interesa de ese movimiento?
–Me genera interés este tipo de procedimiento que implica, primero, correrme a mí del lugar esperado o preconcebido y, en ese acto, también al espectador, porque siempre se espera algo de vos. Si vieron mis últimas obras, ya están un poco acostumbrados. Acá leemos todos juntos y, a la vez, escribimos la obra todos juntos; el lector es autor, también. Siempre lo es, pero en este caso se ve el paso a paso: aparecen errores, correcciones, versiones y posibilidades. Eso genera pensamiento. Uno se pregunta adónde podría haber ido. Me interesa que les suceda algo parecido a lo que me sucede a mí como espectador. En obras o películas que me gustaron siempre hay un punto en el que me pierdo porque ciertas cosas me resultan estimulantes, entonces surge un pensamiento nuevo que no hubiera tenido si no hubiese visto esa película o esa obra.
En Al Oeste hay una edición permanente y, de algún modo, esto es parte esencial de Flores Cárdenas. La situación de entrevista no es lo que más disfruta y eso tiene un por qué: de adulto le diagnosticaron dislexia, algo que le hizo padecer la escolaridad pero con lo que finalmente aprendió a convivir. Cuando se le pregunta cómo es hoy su vínculo con las palabras, cuenta que el teclado le solucionó la vida. "Mi vínculo con la escritura y la lectura cambió porque apareció un elemento muy concreto: en el teclado sé dónde están las letras, ya no es un lugar abstracto. En la cabeza hacen lo que quieren. En esta nota, por ejemplo, cuando creo que hay una palabra que no voy a decir bien, corto la frase y cambio, voy para atrás, retomo, corrijo o uso algún sinónimo. Esa manera de escribir, de pensar y de hablar me obliga todo el tiempo a pensar más de lo necesario lo que estoy diciendo. A veces me lleva a lugares buenos y a veces no. Pero casi siempre me lleva a lugares nuevos. Es un camino para hacerle más justicia a lo que quiero decir".
–¿Qué te atraía del western y de la figura del vaquero?
–Que es mitología, no historia. El arquetipo del cowboy macho me parece interesante porque es un ser mitológico. A la vez, era necesario confrontarlo con la figura de un autor de teatro independiente escribiendo en un teatro oficial. Esa tensión existe no sólo porque están distanciados sino porque su consistencia es diferente. Creo que la interacción funciona bien por eso, si no quedaría en una cosa más obvia entre indio y cowboy. La figura concreta del vaquero se vuelve etérea porque es un sueño; y yo también porque son palabras, vivo a través del texto, estoy en todos lados y en ninguno. También pensé esa interacción a partir del vínculo que los nativos tienen con la naturaleza, el respeto y la forma de pensar la unión con el todo; por otro lado, el hombre que saca provecho de ella, explota los recursos y mata. En la Biblia está la idea de que hay un paraíso que no es acá, pero es un gran malentendido: el paraíso era este.
Flores Cárdenas convocó a Ragoni para el proyecto porque, después de recibir la propuesta del CTBA, soñó con él. El mundo onírico es una dimensión importante en la obra, pero los sueños no aparecen como simples manifestaciones del inconsciente sino como se los leyó en la antigüedad: una forma de vida y una vía de comunicación con los ancestros. "Los mamíferos tienen un comportamiento similar al de los humanos cuando sueñan. Los sueños pueden funcionar como un espacio de desidentificación con las normas impuestas. En el sueño se nos permite explorar otras formas del ser. Un animal sueña y después no puede contar lo que soñó". El director señala que el psicoanálisis propone siempre una lectura desde el lenguaje pero hay cosas que quedan afuera. Ahí, dice, la dislexia entra como una "forma simbólica de resistencia porque a veces las palabras no alcanzan, hay algo que debe resolverse de forma intuitiva". Sin embargo, vuelve sobre sus pasos y agrega: "O no se resuelve. Es de esa manera: no necesita resolverse y por eso es tan contundente".
Al Oeste aborda la historia (familiar y con mayúsculas), problematiza los vacíos que pueblan los relatos de origen y las distintas versiones, explora el western como gran género de la colonia y la figura de Sarmiento, responsable de imponer una lengua homogénea "legítima" para aquello que definía como "civilización". "La historia está llena de huecos, pero si se escuchan distintas voces y versiones uno puede imaginar más o menos cómo pudo haber sido. La historia se repite y, si vemos dónde estamos parados hoy, no caben dudas de cómo fue la colonia", dice. Esas indagaciones no son obvias; hay varias líneas que cada espectador podrá asociar según su propia experiencia y subjetividad, un relato que al principio es bastante jazzeado y que encuentra su cauce en el capítulo II. Esta creación traza un horizonte posible: la conquista de un nuevo territorio (el teatro oficial) y, quizá, nuevos públicos. "La conquista no tiene por qué ser violenta. Es lo que da vida. El tema es que está cargada de mucha historia oscura, mal contada. Pero ¿no puede ser amistosa una conquista?", se pregunta el autor.
*Al Oeste: capítulos I y II puede verse de jueves a domingos a las 20 en el Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715). Las entradas están disponibles en la web o en la boletería.