Hay dos imágenes en mi rastreo de recuerdos relacionados con el basquet: la primera un aro inalcanzable colgado en el patio de mi casa, en una fracción de pared que había entre dos puertas, una era la del baño y la otra la del lavadero. La segunda es la de una cama enorme en la que mi hermana y yo saltábamos muy alto para festejar cada vez que Michael Jordan embocaba la pelota en algún aro de los mega estadios yankis en donde, en los 90, los Bulls de Chicago, ganaban y ganaban sin parar torneos de la NBA. Era un ídolo un poco desfasado del nacionalismo contemporáneo y del deporte local, en vez de combinar la fórmula Maradona/fútbol hacíamos la de Jordan/básquet, pero la ecuación era la misma: un deporte, una estrella y a alabar que se acaba el mundo.

La pantalla conecta a le gente común con unas vidas extraordinarias que tienen la especificidad de practicar un deporte de elite y ganar dinero y fama. Antes o mientras llegan a las ventanas de nuestros dispositivos electrónicos se moldean para quedar a imagen y semejanza de lo que se considera necesario en las grandes ligas masculinas -porque el resto de las posibilidades por ahora se mantienen en la opacidad- de casi cualquier deporte grupal o individual: fuerza, cuerpo musculoso, éxito y familia. El prototipo de deportista estrella pivotea entre la religión, los bíceps, la foto de la familia y algún desnudo que le permita dispersar como polvo mágico las fantasías de las minitas que lo miramos por TV y las de los tipos que realizan plegarias frente al espejo intentando encontrar las 7 diferencias.

Esta semana murió en un accidente aéreo, Kobe Bryant, jugador de básquet de Los Angeles Lakers, que en esta sintonía tuvo una carrera deportiva digna de anillos de oro, estrellas y diamantes. Durante los días posteriores a su muerte y como suele suceder en estos casos en donde la vida y la tragedia son parte de la misma lógica trendingtopera, las redes sociales se inundaron de mensajes enfatizando el lamento por la muerte de la estrella y celebrando su existencia como una leyenda del deporte. Homenaje por doquier de la corporación deportiva masculina hacia el destino fatal del ídolo: Michael Jordan, Leonel Messi y Emanuel Ginóbili fueron de los deportistas millonarios que le rindieron culto, alguno que otro con problemitas de papeles pero estrellas al fin. Entre las estrellas se cuidan las galaxias porque si no se cae el sistema solar patriarcal y se arma la hecatombe.

Entre rito y rito apareció una reportera, Felicia Sonmez, del Washington Post que consideró oportuno recordar que allá por el 2003 el basquetbolista había sido denunciado por abusar sexualmente de una chica de 19 que trabajaba en un hotel de Colorado. La periodista no reflota un chisme si no que en medio de semejante veneración hacia el basquetbolista frente a su trágica muerte, publica un artículo de The Daily Beast del 2016 . El informe contiene las declaraciones oficiales que develan, entre otras cosas, el hostigamiento hacia la denunciante por no decir demasiado alto que no quería que la penetrara, la complicidad entre quien toma declaración y el basquetbolista y la violación que ni mas ni menos es encuadrada en el terreno de la infidelidad. 

En aquel momento Bryant negó que hubiese tenido relaciones con la denunciante, luego frente a las pruebas de ADN en el cuerpo de ella, se desdijo y aceptó que había tenido relaciones pero que habían sido consentidas -aún cuando se probaron lesiones físicas compatibles con la violación- y también agregó que entendía que para ella no había habido consentimiento. Semanas antes del juicio oral la denunciante se negó a declarar hostigada y tildada de loca. Bryant pidió disculpas públicas especialmente a su familia y a su mujer a quien le regaló una joya de 4 millones de dólares como símbolo del arrepentimiento. Borrón y estrella nueva. 

 Sonmez recibió miles de mensajes con amenazas y múltiples amedrentamientos por haber republicado la noticia durante el luto del basquetbolista: “La reportera de política nacional Felicia Sonmez ha sido puesta en baja administrativa mientras el Post revisa si sus tuits sobre la muerte de Kobe Bryant fueron ofensivos” dijo la directora adjunta del matutino y luego aseguró que no perdería su puesto de trabajo a pesar de que sus tuits fueron inoportunos. La misma carencia de sentido de la oportunidad la tuvo Evan Rachel Would, actriz y activista del movimiento Time´s up que señaló que además de ser un buen deportista, era un violador. La condena pública no tardó en llegar argumentando que el #Me Too se había desbandando y que hay límites que no se pueden cruzar. En este caso los límites parecen ser los músculos y la muerte.

¿Como se construyen estas idolatrías tan profundamente arraigadas que ameritan el borramiento de una violación? ¿Por que se cimientan leyendas a partir de súper hombres venidos a la tierra para dejar legado a partir de un deporte? Además de construir un entramado de potencia exitosa cristalizada en los cuerpos, en las familias y en los millones, el deportista de elite es un modelo que puede tener manchas pero invisibles. La violencia machista, sobre todo, lleva implícita la amnesia colectiva.

Nemesia Hijós, antropóloga feminista, problematiza estos mecanismos de admiración y reconocimiento en el deporte poniendo como ejemplo un cuento de Eduardo Sacheri en el que se dice que a Maradona no se lo puede juzgar porque no es humano : “Somos un todo y somos humanos. Es interesante pensar la exculpación a partir de su reconocimiento como mejores deportistas y que eso endiose y por tanto escinda su prácticas de sus capacidades deportivas”. Nemesia cuenta que después de hacer pública su opinión sobre este tema recibió gran cantidad de comentarios en defensa de Bryant.

Bárbara, es basquetbolista y lesbiana, ella señala que en el deporte de elite la competencia es lo que define el progreso individual, es decir medirte con los otros. "Necesitan sostener mandatos de liderazgo dentro de este tipo de masculinidad y que eso se refleje en todos las aspectos de su vida. Para esto es fundamental tener una visión higienista de la memoria, que para mi es absolutamente negativa: limpiar esas manchas separando al deportista de sus practicas”.

La limpieza de manchas refuerza el pacto que se genera entre referentes y referenciados de un tipo de masculinidad hegemónica y heterosexual que es necesario seguir sosteniendo para que el podio de este sistema de leyendas siga brillando, impoluto. Pero así es como se construyeun relato exitista del deporte en donde otros valores y existencias quedan relegados. Y en el que la violencia machista queda habilitada. 

Las niñas que festejábamos cada doble a los saltos sobre la cama, caímos fuera de ese relato.