Es sabido que la sección de comentarios de todo medio periodístico digital, en esta época que nos toca vivir sacudida por la manipulación afectiva de la posverdad, el violento trabajo organizado de los trolls y la máscara impune que nos provee como posibilidad la creación de usuarios falsos, es un campo de disputa sobre la opinión pública y un territorio en el que se pueden crear sensibilidades comunes que construyan antagonismos, dictaminen sentencias sociales o manipulen consensos. Pero nos estaríamos equivocando si pensáramos que lo que allí acontece es solo producto de la malversación y la influencia. Esos espacios también son la expresión desordenada de una serie de imágenes incómodas del sentido común que exponen la continuidad de muchos deseos problemáticos, pasiones abrasivas y emociones virulentas que van diametralmente en contra de aquel nuevo contrato en el que dice inscribirse lo social.

En una parte muy importante de la cobertura realizada sobre el lamentable asesinato de Fernando Baéz Sosa por parte de un numeroso grupo de jóvenes rugbiers en la puerta de la discoteca Le Brique en Villa Gesell, se puede leer con alarmante insistencia una cantidad asombrosa de personas de distintas edades, géneros y procedencias sociales que mientras expresan con énfasis su deseo de justicia y su rechazo al comportamiento violento que puso fin a la vida de este joven, replican expresiones de odio que en otro contexto consideraríamos representaciones inaceptables de un punitivismo deshumanizante, patriarcal y homofóbico: "dejalos que entren al penal, y en cinco minutos los otros presos los arreglan", "no creo que los caguen a palos, seguro les van a dar mucho amor”, "hay que regalarle almohadones, se viene el dolor de cola", "que vayan eligiendo nuevo nombre, porque van a ser las novias del penal", "ahora si van a empezar a cantar finito”, entre muchas otras frases que se han intensificado con el correr de los días, especialmente desde que se conoció que existen muchas posibilidades de que un número importante de aquel grupo de jóvenes cumpla prisión perpetua en el penal de Dolores, característico por su falta de luz natural, ausencia de actividades educativas y con índices inhumanos de hiperpoblación.

Se trata de un tipo de imaginación que actúa la cruel equivalencia del ojo por ojo en deseos homofóbicos que reproducen en el dispositivo tortuoso de la “homosexualización” forzada, en el que la perdida dolorosa de la virginidad anal es garantizada por la violación correctiva entre personas privadas de su libertad, un mecanismo siniestro y despersonalizado de sentencia popular que cree producir justicia mediante la humillación sexual y el castigo físico, dejando intactos aquellos ordenes problemáticos de poder que sostienen la fábrica de crueldad en la que puede advenir ese blanquecino ideal heterocisexista de la masculinidad correcta.

Quizás, detenerse en estos movimientos diagonales del sentido común en este momento no sea fácil, pero resulta urgente para poder descifrar cuál es el sentido de justicia que colectivamente construimos y creemos como oportuno para abordar una situación como esta, en la que terminamos expresando de manera convencida nuestro más profundo rechazo hacia aquellos modelos culturales hegemónicos de masculinidad que producen tanto daño, pero ponemos en circulación imaginarios de reparación que en realidad no son más que la profundización acrítica de sus bases fundamentales: la satisfacción implicada en la cultura de la violación correctiva, la estigmatización sexual de la homofobia sistémica y sobretodo, la deshumanización objetualizante y la cosificación animalizada del cuerpo, implicada en la naturalización de las prisiones como espacios de tortura física, sexual y emocional.

* Investigador de Conicet. Editó junto a Lucas Disalvo Criticas sexuales a la razón punitiva. Insumos para seguir imaginando una vida junt*s (Ediciones Precarias).