El 9 de enero de 1979, Andy Warhol anota en su diario que fue al cine a ver El Mago, suerte de remake modernizada de El Mago de Oz: “La película me pareció vulgar. Diana Ross salía muy fea y Michael Jackson también. Sidney Lumet debe odiar a las mujeres, las enfoca 'desde abajo'.” Tal vez como reacción a esa suerte de mala experiencia cinematográfica, Warhol haya querido volver a la belleza de la película original, evocando a su protagonista Judy Garland, a quien le dedica su primer retrato ese año, justo cuando se cumplía una década de su muerte prematura a los 47 años. 

El retrato de Garland remite a los que Warhol popularizó más de una década y media antes con estrellas del glam de Hollywood como Marilyn Monroe, Marlon Brando, Liz Taylor y Elvis Presley. En esas pinturas, el artista pop multiplicaba un mismo rostro o figura pero cambiando los colores, variando la paleta cromática, creando una serie de retratos que formaban un extraño arcoiris. En el caso de Judy Garland, ese arcoiris warholiano tenía un sentido más espeso, porque remitía a Over the Rainbow, el hit juvenil que lanzó a la actriz a la fama internacional, al mismo tiempo que la convertía en una contraseña de la cultura marica de resistencia, un código interno, una forma de comunicarse entre quienes todavía estaban perseguidos por las leyes y la cultura oficial. Y todo aquello empezó con la letra de una canción escrita por E. Y. Harburg. “Mi tarea como letrista de El mago de Oz era desarrollar y escribir canciones que cuadraran con los personajes. Estaba Dorothy, la niña pequeña de Kansas, un lugar donde no había flores, donde no había nada de ningún tipo de color. ¿Qué le gustaría a una chica como ella? La única cosa colorida en su mundo era un arcoiris”, recuerda Harburg en el libro de Joe Morella y Edward Epstein que repasa la carrera de Judy Garland, la chica que a los 17 años logró, cantando una canción como nadie, que el arcoiris fuese un lugar en el mundo para todas las generaciones futuras.

Judy Friendly

Si alguien afirmaba que era “amigo de Dorothy”, en el lenguaje secreto homosexual de mitad del siglo XX, quería decir que era marica, o incluso LGBTIQ, sin correr riesgo de que se aplicaran las leyes antisodomía porque solamente que lo sabría el círculo que compartía ese código. La génesis de esa expresión, usada principalmente en Estados Unidos, está perdida en el tiempo pero casi siempre se alude para explicarla al personaje de Judy Garland que interpreta en El Mago de Oz. Es que desde siempre, pero más notoriamente durante los 60, el culto gay a Garland era inmenso, inocultable. En agosto de 1967, en la revista Time, alguien reseñó un recital de la actriz y cantante y apuntó: "Una parte desproporcionada de su séquito nocturno parece ser homosexual. Los muchachos con pantalones ajustados ponen los ojos en blanco, se arrancan el cabello y prácticamente levitan desde sus asientos, especialmente cuando Judy canta Over the Rainbow.” La película dirigida por Rupert Goold, donde Renée Zellweger interpreta Judy Garland, se ubica en los días finales de 1968, cuando la Garland viaja a Londres para dar una serie de recitales. Basada en la obra de teatro de Tom Edge, la película prefiere evitar los momentos de fantasía del texto original para intentar dar un reflejo lo más realista posible de esos conciertos y de la vida privada de la actriz a los 46 años, seis meses antes de su muerte. Por eso, para lograr el realismo, es fundamental el recurso del plano secuencia, con largas tomas sin cortes, donde Zellweger se luce con su imitación mimética de Judy, que le costó meses de clases de canto, y que ya fue recompensada con un Globo de Oro como protagonista y una nominación al Oscar (que posiblemente gane). Con apenas unos flashbacks imitando el Technicolor en el detrás de escena durante el rodaje de El mago de Oz, donde la adolescente Judy es torturada y abusada por los jerarcas de la Metro-Goldwyn-Meyer, la película se concentra en casi dos horas en la vida bastante torturada de sus últimos conciertos en Londres. Un poco testimonio de la construcción y destrucción de una estrella de Hollywood en clave melodrama, con algo del Manuel Puig de Pubis angelical, tal vez lo más sentimental de Judy es que logra representar cómo se continuó todo ese poder de la personalidad de la Garland en la comunidad gay, exponiendo sin didactismo el germen histórico del camp político, como una sensibilidad marica surgió y se empoderó de una identificación con la diva torturada, con la drama queen.

Mariposón Technicolor

El momento más emotivo, y más camp, de toda la película es cuando una pareja de maricas va a cholulear a Judy a la salida del teatro al final de uno de los shows londinenses de la diva. Inesperadamente, Garland les propone cenar con ellos y la pareja no lo pude creer, eso es el inicio de la secuencia más cómica y lacrimógena. A través de la escenificación tanto del culto gay como de la empatía de la actriz y cantante con la comunidad GLTBIQ, la película deja testimonio de una época en que teníamos que leernos en lo camp, en una canción que se le canta al arcoiris, en los titulares de prensa amarilla sobre una diva, para encontrar en la cultura no solo un refugio, sino la fuerza para enfrentar a leyes como las de antisodomía en Inglaterra, que hicieron pasar seis meses en la cárcel a uno de los personajes maricas de Judy. Redención del fan maricón, del puto que draguea su vida de mártir con memorabilia technicolor, la película muestra que aquello que se presenta aún como frívolo, muchas veces es la trinchera de una resistencia de vanguardia. La sobreteatralidad de la película también es el brillo de una explosión, de la indignación detonada. El descenlace de la película es la voz quebrada de Judy Garland diciendo “basta, no puedo más”, pero continuada por una marica, por alguien que decide que la voz de ella es también la suya, porque Judy no es una voz única, es un coro, es una voz plural donde vivimos otres. Seis meses después del final de la película, el 22 de junio de 1969, Judy Garland muere de una sobredosis de pastillas recetadas en su casa de exilio en Londres. Unos días después fue su funeral en New York, en un tributo inigualable desde los tiempos de Rodolfo Valentino, una multitud de más de 22 mil personas dieron su último adiós a Judy. En ese momento, la revista Variety comentó que “aún en el final, Judy Garland hizo historia en la industria del espectáculo.” Hacer historia también fue cuando ese funeral multitudinario se transformó en barricada queer. Porque una semana después fue la resistencia en el bar Stonewall, que inició varias revoluciones. La gran película Stonewall de Nigel Finch, basada en el libro de Martin Duberman, sostiene que las fuerzas para enfrentar a la policía de quienes estaban en el bar queer, salieron en parte de la indignación frente a la muerte de Judy Garland. Es que si no se puede cantarle al arcoiris con voz andrógina de adolescente, o de diva empastillada, no me interesa tu revolución.